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Camino de Santiago
22 septembre 2005

Madre que estás

Madre que estás en los cielos, primera novela de Pablo Simonetti, es uno de los relatos más leídos en Chile en los últimos años. Se trata de la historia de una familia de industriosos inmigrantes italianos, cuyos hijos componen la primera generación de profesionales universitarios nacidos en el desahogo y la prosperidad. El relato sobrevuela la manera como la familia se enriquece. Ese parece ser un asunto de hombres y la vida de una madre es su familia. También la realidad social del país viene poco a cuento, la narradora confiesa que siempre ha preferido correr un velo sobre esa vida de puertas afuera, fuente de sobresaltos e incomprensiones, para concentrarse en su terreno, las relaciones entre los miembros de la familia, territorio apenas extensivo a algunos parientes y amigos y al personal doméstico.

La madre quiere crear una familia razonablemente feliz, que abra las puertas al mundo a unos hijos de los que pueda sentirse orgullosa, y a esa tarea se da en cuerpo y alma. Andando la vida, y sobre todo la vida de sus hijos, comprende, a costa de una depresión y de la consiguiente terapia, que a la felicidad razonable se llega, contra lo que ella creía, no por una vía cuartelera, de ordeno y mando, sino más bien por una vía « concertacionista », hecha de diálogo y de empatía.

El crítico literario Vicente Montañés afirma que a Madre le falta inconsciente, que la narradora lo « sabe » todo sobre sí misma. Tal vez sea así, pero a la novela le sobra « inconsciente colectivo », así sea cierto que esa realidad exista. El destino de la protagonista se emparenta al destino de tantas y tantos que deben componer con la familia real y la familia idealizada, y se emparenta también con un cierto estado de ánimo de la sociedad chilena, o al menos de sus clases medias y superiores que, habiendo hecho suya más o menos conscientemente la represión, no puede continuar negando sus efectos perversos e intenta reconciliarse con el pasado buscando unas vías de superación.

Estas vías de superación están en el aire de los tiempos, son emotivas, y se resumen en el concepto sésamo de nuestros días, la comunicación. Todo parece poder la comunicación, incluso la « sanación », como se dice de tan cursi manera, la « resilianza » (la capacidad que tiene la tierra quemada de reverdecer), todo cuanto pasa por decir, hacerse oír y que la escucha se prolongue, por hacer circular el aire, la luz y la palabra, por ventilar e iluminar los asuntos oscuros, que son mayormente, cómo no, relacionales.

La manera tendrá sus límites y no tardarán en mostrarse. Por lo pronto, Madre que estás en los cielos entra por esa avenida y se mueve a gusto en ella. No está mal escrita, es clara, es « comunicativa » incluso en sus defectos, su fototropismo, su « marianismo ». Que la novela sea « comunicativa » es una categoría antes periodística que literaria, y cabría precisarla. Lo cierto es que Madre enuncia realidades que el cuerpo social estaba quierendo verbalizar. La preeminencia de la familia, el reconocimiento del poder de las mujeres, de la masculinidad femenina e inversamente, la contrición soft frente a la que fue una represión hard, un trasfondo redencionista (sufrimos « para mejor »), un paralelismo telesérico con su interés cotilla por la burguesía industriosa. La sociedad chilena estaba queriendo libar de esas mieles. Y esas mieles están, por Madre, bien servidas.

El entramado social que sostiene la candidatura presidencial de Michelle Bachelet representa, sin duda, muchísimo más. A otra escala, sin embargo, con otras gradas y soportes, ¿se emparenta el éxito de Madre que estás en los cielos a la presentida decisión mayoritaria del electorado chileno de votar por Michelle Bachelet, madre y mandataria?

La Nación de Santiago de Chile, 22 de septiembre de 2005

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6 septembre 2005

Maravilla

Pepe, mi tío, me cuenta algo que le ocurrió en el tren. Según su costumbre, sube al tren por el vagón de segunda clase, contiguo al vagón de primera, porque piensa que ahí se va más cómodo, sobre todo si consigue mantener abierta la puerta que comunica con la primera clase. Busca un asiento en el sentido de la marcha del tren, del lado de la sombra. Justamente encuentra uno disponible. Se instala y tarda unos segundos en reparar que enfrente suyo va sentada una muchacha morena. También según su costumbre, la saluda cortésmente. La morena responde al saludo con una semisonrisa.

La morena es una maravilla, una flor de los jardines del Kilimanjaro, según aprecia mi tío Pepe, tanto así que decide llamarla para sí  “la Maravilla detenida”, una paradoja teniendo en cuenta que el tren se mueve. La Maravilla apoya el brillo natural de sus labios con un ligero pinte y cada una de sus prendas tiene un detalle que tira a brillar, como el broche en el pelo y las correas de los zapatos. Lo más particular de su indumentaria son las mangas de su camiseta, que dependen de la parte superior a través de unos agarres como de portaligas. Unas falsas mangas cortas que comunican con unas falsas mangas largas por un falso portaligas, me aclara mi tío al ver mi cara de incomprensión. En fin, por lo visto el conjunto no tiene desperdicio.

La Maravilla detenida reclina su cabeza contra la ventana y entrecierra los ojos en actitud pensativa. Maravillado como está, a mi tío Pepe se le viene un poema a la memoria, “Arrabal de las maravillas”, de Alejandro Romualdo: “Si Júpiter hubiese poseído cisnemente negro a la negra Leda, y la leche negra de la loba sombría hubiese negramente amamantado a los negros Rómulo y Remo, Alicia, la oscura muchacha del viejo barrio de las Maravillas, sería una diosa alabada perfecta, sus nalgas: universales. Pero ni Ochún, ni Tlaloc, ni Viracocha alcanzaron el Olimpo, su áurea cresta. Alicia como ellos también fue preterida. Rodó, como la quinta rueda del carro de Zeus, hacia el olvido, al margen de la mitología, en el arrabal de las Maravillas. Oscura diosa increíble, sin poder y sin gloria”.

La Maravilla, como si nada.

De pronto comienza a sonar la Sonora Matancera, la Sonora Cubanacán y la Sonora Palacios, todas a una. Pepe se sobresalta. Lejos de sobresaltarse, la Maravilla hace un ligero gesto de la mano, atrapa el teléfono celular y pulsa delicadamente un botón que acalla esa bullanga.

“Aló”, dice. Sigue un largo silencio. “Pero sí tú sabías”, añade, “además, por qué no me llamaste”. Habla manifiestamente con su novio. Intercambian reproches. La Maravilla acompaña las frases con un mohín que indica que está contenta de hacerlos (los reprochitos) y descontenta de oírlos. Finalmente cuelga, pero mantiene el celular pegado al oído durante un par de estaciones.

Cuando por fin guarda el celular y retoma su postura detenida, mi tío cree descubir un nuevo esbozo de sonrisa en sus comisuras. Las estaciones desfilan por la ventanilla. Pepe comienza a temer el momento en que la Maravilla detenida se ponga en movimiento y desaparezca. En su cabeza comienzan a rondarle unas palabras para ofrecérselas. No para despedirla, no para decirle que le tenga paciencia al novio o que no le tenga ninguna, no, unas palabras más bien para decirle algo sincero. El vagón sa ha ido vaciando, buena cosa, nadie más escuchará estas palabras que están destinadas exclusivamente a la Maravilla.

En el mismo momento en que está formulando la primera palabrita, de alguna parte de la Maravilla, de su celular, de su iPod, de sus brillitos, de su falso portaligas o portamangas, una voz echa a cantar : “Yo no quiero hombre casado, i-ô, i-ô, porque huele a matadura, i-ô, i-ô, yo lo quiero solterito, que huele a piña madura, i-ô, i-ô…”.

Pepe se sobresalta nuevamente, se trata de un gesto reflejo. Esta Maravilla es puro realismo mágico, se dice, esta Maravilla es de macumba, candomble y vudú reunidos, exclama para callado. La Maravilla detenida se pone en movimiento, para callado también, camina hacia la puerta y desciende del tren en una estación desierta, donde no hace ni frío ni calor.

Mi tío Pepe la mira alejarse y piensa que no todo está perdido, que podría enviarle un mensaje a través de la sección “Kiss & Ride” del diario gratuito que se lee en esos trenes: “A ti, Maravilla detenida, que hablaste por celular con tu novio y cantaste una canción para menoscabo de mi persona…”.

En lugar de eso, decide entonar, al recuerdo de la Maravilla, un verso del “Hombre viejo”, de Veloso: “La tarde cae, el arte arde en el abismo de las esquinas. La brisa leve trae el olor fugaz del sexo de las meninas”.

La Nación de Santiago de Chile, 6 de septiembre de 2005

4 septembre 2005

Son quince minutos

A Andy Warhol, que pintaba mamarrachos pero tenía olfato para los asuntos de la fama, se le debe la fórmula siguiente : En el futuro todo el mundo será famoso durante quince minutos.

Algunos encuentran que el famoso cuarto de hora tarda demasiado en llegar y se hacen « proactivos », como se dice ahora. No bien un avión chipriota se estrelló contra un monte al norte de Atenas, el 14 de agosto, Nektarios-Sotirios Voutas se inventó un primo, lo llamó Kostas Petridis y lo instaló en el avión siniestrado viviendo sus últimos instantes y enviándole un mensaje : « Adiós, primo, aquí estamos congelados ». Enseguida llamó a los canales de televisión y se cubrió de fama efímera : su historia dio la vuelta al mundo en menos de quince minutos, hasta que la policía descubrió la patraña y lo arrestó. Es de suponer que estuvo enchironado más de un cuarto de hora.

Mitómanos siempre han existido, lo novedoso es la velocidad de su reacción y los canales por los que se perfilan.

Hay quien consigue hacer durar la celebridad rodeándola de misterio. En el famoso Hombre del Piano la prensa y el público creyeron ver a un Mozart salvado de las aguas, tan concentrado en su teclado que lo habría olvidado todo, incluso sus señas. Ahora resulta que se llama Andreas Grassl y trabajaba en Saarbrucken. Nadie sabe todavía por qué apareció a centenares de kilómetros de allí en las costas británicas en calidad de náufrago, con las etiquetas de su ropa minuciosamente descosidas y dibujando pianos cuando le preguntaban por su nombre.

Enric Marco, un barcelonés octogenario, le contó a todo el que quiso oírlo durante décadas su horrible estadía en el campo de concentración de Mauthausen. Incluso llegó a presidir la asociación que regrupa a los antiguos prisioneros españoles de campos de concentración nazis. Tuvieron que pasar larguísimos años hasta que un historiador busquilla consiguiese develar la superchería : Marco trabajó en Alemania durante la guerra pero nunca estuvo en Mauthausen.

La literatura y el cine abundan en mitómanos de todos los anchos y largos, lo extraordinario es que la mayoría de ellos están tomados de la realidad. En materia de mitomanía la realidad parece ser insuperable. Mentirosos, mitómanos, cuenteros, culebreros, figuritas y roba-cámaras que se alimentan de luces de colores, la fauna es variopinta. Todos somos iguales a la hora de soñar con una vida intensa y unas aventuras extraordinarias, con lograr nombradía y captar y retener la atención ajena, pero algunos son más iguales que otros.

También es verdad que la televisión « a la Miami » ha multiplicado las oportunidades para que los cazadores del cuarto de hora de celebridad se abran como flores de un día. Incluso para aquellos que aspiran a repetirse el cuarto de hora. Como decía el poeta, es tan corto el amor y es tan largo el olvido.

La Nación de Santiago de Chile, 26 de agosto de 2005

Camino de Santiago
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