Canalblog
Editer l'article Suivre ce blog Administration + Créer mon blog
Publicité
Camino de Santiago
5 octobre 2005

Bagdad

Mi tío Pepe suele ir a pasear por las mañanas al Jardín botánico. El paraíso no existe, y él lo sabe, pero cuando hay que imaginarlo, a nadie se le ha ocurrido nada mejor que un jardín. Además, en este jardín no cobran entrada. Tras la puerta del jardín, quince pies de boj prolijamente tallados forman las palabras « Hortus botanicus ».

Esa mañana ha amanecido despejada y fresca. El rocío cubre la vegetación, las gotas bailan sobre las hojas de las capuchinas, como si fuesen bailarinas chinas. Pepe se distrae mirándolas. Enseguida repara en el forcejeo de un mirlo que atrapa una lombriz. ¿O es la lombriz la que atrapa al mirlo? A Pepe, que tiene su cultura, la escena le recuerda la bandera mexicana, la lucha del águila con la serpiente.

Entonces ve llegar a un grupo de niños pequeños, muy bien dispuestos dentro de un carricoche de madera tirado por dos profesoras. Estas hablan a los niños con frases claras y breves, que los niños escuchan atentamente y algunos repiten. Cuando llegan al huerto, donde hay jugosas peras, manzanas coloradas y uvas en apretados racimos, las profesoras abren la puerta del carrito, los niños se toman de las manos y echan a caminar, de dos en dos, decididamente, hacia la media docena de gallinas francolinas y el gallo correspondiente.

Como todo jardín que se precie, este Hortus botanicus tiene una fuente en su centro. Ahí está, contemplando el agua, una pareja de enamorados. No hablan, o hablan a su manera. Estos enamorados putamadre, diría Nicanor Parra.

Un jardinero pica la tierra con una azadilla al pie de unos rosales y luego se instala detrás de un tupido acebo para telefonear. Más atrás, por el camino que lleva al jardín de rododendros y azaleas, un par de jardineros jóvenes acarrea turba. Uno de ellos es muy alto, muy rubio y muy tímido. El otro es moreno, bajo, con los ojos vivos y conversadores. En esta época del año las dificultades para los jardineros son un hongo llamado oídio y los caracoles. Van juntos. El oídio aparece a causa de la humedad, en las hojas bajas, justamente allí donde duermen los caracoles, esos seres babosos que acaban con los mejores brotes del jardín.

Pepe comienza a sentir hambre, y decide ponerse en marcha. En el camino de regreso, comprará un pan de centeno para almorzar.

En ese momento, se produce la explosión.

La barahúnda provoca una estampida entre quienes no han perdido las vísceras ni las extremidades. Tras una explosión como ésa, bien puede seguir otra explosión aún peor. Aturdidos, con los tímpanos rotos, horrorizados, los heridos corren, se arrastran o agonizan.

Pepe llega a su casa con el pan de centeno tibio aún en la bolsa de la compra. Enciende la radio, que confirma el mal presentimiento. Al mando ahora de Bush el Peor (« como el padre no era bueno, no hay otra forma de distinguirlos » dice Javier Marías), Bagdad cuenta sus muertos por decenas.

Al día siguiente, mi tío Pepe vuelve al Jardín botánico. En la triste y distante Bagdad, tras los funerales, recrudecen las explosiones.

La Nación de Santiago de Chile, 5 octubre de 2005

Publicité
Publicité
Commentaires
Camino de Santiago
Publicité
Sobre el nombre de este blog
Derniers commentaires
Publicité