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Camino de Santiago
31 octobre 2005

¿Votarán?

¿Votarán algún día los chilenos que viven en el extranjero? De aprobarse la moción parlamentaria de la diputada Isabel Allende esto ocurriría, en el mejor de los casos, en las elecciones presidenciales del 2009, es decir veinte años después de los primeros comicios tras el largo paréntesis pinochetesco. Los tres gobiernos concertacionistas, en momentos y por razones diferentes, han dado por concluida la transición a la democracia. Resulta evidente, sin embargo, que para los chilenos que viven en el exterior la transición sigue pendiente.

¿Votarán algún día, como lo hacen los colectivos de emigrados en la mayoría de los países del mundo? Nunca, si hemos de creer al diario El Mercurio. En una editorial publicada en septiembre, el periódico conservador enumera tres argumentos que buscan privar a la iniciativa de los votos necesarios para su aprobación y negar a miles de chilenos este derecho elemental : 1) El cálculo electoral, puesto que los emigrados votarían mayoritariamente por la izquierda, lo que desequilibraría una votación reñida. 2) El cálculo financiero, ya que organizar el voto en el exterior resultaría caro. Y 3), el cálculo ético, los emigrados se beneficiarían de un derecho sin contrapartidas en materia de obligaciones, en la medida en que no pagan impuestos ni están obligados a cumplir las leyes.

Los dos primeros argumentos son discutibles, el tercero es falso. El electorado exterior no vota « contra » el electorado interior, no lo ha hecho en ningún lugar del mundo. La prueba más reciente la dieron las elecciones autonómicas gallegas en abril de 2005. Las comunidades de gallegos en América y en el resto de Europa son numerosas. La elección, a dos bloques, entre el entonces gobernante Partido Popular y la coalición formada por el Partido Socialista y el Bloque Nacionalista Gallego, fue estrecha pero dio ventaja a esta última. Como el voto emigrante es de contabilidad más lenta, los resultados finales tardaron una semana, a la espera de este recuento. Contra lo que esperaban los populares, atendiendo a que tradicionalmente el voto emigrante, sobre todo el de América, les era favorable, éste no vino a cambiar los resultados.

En cuanto al argumento económico, El Mercurio quisiera ignorar que los emigrantes son la fuente principal de ingresos en numerosos países del mundo y también en un país como Chile son un aporte significativo de riqueza. Numerosos chilenos en el exterior invierten parte de sus recursos en el país y algunos de ellos trabajan directamente en actividades económicas cuyos beneficios se radican en su país de origen. El costo de organizar una votación cada cuatro años a través de consulados y embajadas no debería ser más importante que el de hacerlo en lugares apartados del territorio.

En cuanto al argumento ético, ni nativos ni extranjeros, ni residentes ni emigrados, ni trabajadores ni desempleados ejercen el derecho a voto como recompensa por pagar impuestos. Todo derecho tiene como contrapartida unas obligaciones, pero el derecho a elegir a los gobernantes es independiente de la contribución individual a la renta nacional. Un número significativo de ciudadanos pueden ser contribuyentes  « negativos » a la renta nacional, pero no por eso se ven privados del derecho a voto. Por la vía de vincular derecho a sufragio y pago de impuestos volveríamos al principio del voto censatario, en boga a la época de creación de El Mercurio, cuando sólo votaban sus lectores, los jefes de las familias pudientes.

De entonces ahora, el mundo se ha ido llenando de electores. ¿Votarán en Chile un día?

La Nación de Santiago de Chile,  El Canillita de Ginebra y Centros chilenos en el exterior, 31 de octubre de 2005

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25 octobre 2005

Qué Pasa

Durante el viaje, el vecino de asiento de mi tío Pepe va leyendo varios ejemplares de la revista Qué Pasa. Lo que pasa por la revista son retratos de todos los tamaños de mandamases locales, todos de la misma edad o algo mayores que el señor que lee la revista, que andará por los cuarenta. Los señores retratados son quienes sostienen por el mango la sartén, la sartén financiera, política, empresarial, culturosa.

El vecino se lo lee todo, las elecciones, la tele, el comportamiento de los mercados, el vino, los autos. Todo, a través de hombres maduros. Desde su sitio, mi tío Pepe sólo puede ver las fotografías. Es como ver la tele sin sonido. Los políticos parecen actores, los empresarios parecen actores y los actores parecen actores. Todos parecen intercambiables, todos se parecen, el lector se les parece.

Cuando su mujer le habla (puede llegar a ocurrir), el vecino levanta la cabeza del semanario y pregunta : ¿Qué pasa? Pasa que a la señora no le llama la atención que en la revista que lee su marido sólo aparezcan hombres de su edad o algo mayores. Tal vez porque en la revista que lee la señora sólo aparecen señoras de su edad o algo menores. Pura lógica, elocuente simetría.

Las únicas mujeres que aparecen en la revista del señor vienen en envoltorio de galletas, en masa de queque, moldeadas y horneadas, con color de trigo candeal.

Me parece que mi tío Pepe está tratando con excesiva ironía a sus congéneres. Entonces, tío, le pregunto, en las revistas que usted lee, ¿quiénes aparecen?

—La revista que yo leo desapareció hace muchos años, responde, y tardará en volver a publicarse. Se llamaba « En viaje » y la publicaba Ferrocarriles del Estado. Me tiende un ejemplar. Este es el sumario : « Don Juan Tenorio estuvo en Chile », « Excursión al Tupungatito », « El whisky sour es de origen iquiqueño », « Las brujas que se robaron a Teresita Armijo », « Vida y atractivos de Licantén ».

—Qué tiempos aquéllos, le digo, arrastrando el poncho. La nostalgia ya no es lo que era.

—La nostalgia es un sentimiento en vías de extinción, responde, y hay que protegerlo. Pienso en el sumario de « En viaje », cuando se reedite : « Todas íbamos a ser ministras », « Nueva pomada contra la calvicie », « Talca, París y Londres », « Cancionero : Gloria Aguirre ».

—¿Y quién será el director?, le digo, para seguirle la corriente.

Víctor Pey, naturalmente. Yo sólo aspiro a que me nombren corresponsal en Jauja.

Nuestra facundia no parece perturbar al lector de Qué Pasa. Pero, curiosamente, ahora sostiene la revista al revés. Los mandamases aparecen cabeza abajo.

Antonio de la Fuente, La Nación de Santiago de Chile, 25 de octubre de 2005

15 octobre 2005

Cachetón

-El mes pasado estuve en Singapur -dice el señor a la señora.

El señor es muy alto, la señora es pequeñita. Están sentados el uno frente al otro.

-Singapur me encanta… El próximo mes voy a Bangkok, también me encanta. Mi mujer reclama un poco. Tú siempre con tus viajes, me dice.

La señora parece ser una persona de condición modesta.

-¿Usted tiene celular? -pregunta él.

-Tengo un Nokia -responde ella.

-Ah, qué bien -dice el señor.

-Están baratos ahora- dice ella. Me parece que me costó cincuenta euros.

-Ah, el mío me costó 800 -dice él, sacándolo del bolsillo. Es buenísimo. Incluso sirve para navegar por internet.

-¿Y sirve para mandar un fax? -pregunta la señora.

-Sí. Incluso puedo ir a ver los resultados de la bolsa de Nueva York. Es excelente.

-Qué bien, estima ella.

La señora parece cada vez más humilde.

-Mire -dice él, tendiéndole una foto. Esta es mi casa… El barrio es muy tranquilo. Y este es mi auto, el rojo. Uno de mis autos… Es el mismo que tiene Michael Schumacher.

-Qué bien -dice la señora.

-Sí, muy bien -confirma el señor. Y esta es la casa que tengo en la costa. Desde aquí se ve el mar (indica la terraza). Tiene jardines por los cuatro costados.

-Magnífico -dice la señora.

-Sí, sí, magnífico -aprueba el señor.

El señor lleva varios anillos en sus numerosos dedos. Los anillos del señor brillan al ritmo de sus palabras.

-Me bajo en la próxima -dice el señor.

-Yo en la siguiente -dice ella.

-Muy bien -dice el señor. Será hasta la próxima.

-Hasta luego -dice la señora -que le vaya bien.

A mi tío Pepe, que ha seguido el diálogo, le gustaría poder ofrecer un gesto de complicidad a la señora. Qué cachetón el hombre, decirle con la mirada. Qué cargante. Qué insoportable. Pero la señora se queda subsumida en su humildad. Se baja en la estación siguiente, más pequeña que nunca.

Antonio de la Fuente, La Nación de Santiago de Chile, 15 de octubre de 2005

5 octobre 2005

Bagdad

Mi tío Pepe suele ir a pasear por las mañanas al Jardín botánico. El paraíso no existe, y él lo sabe, pero cuando hay que imaginarlo, a nadie se le ha ocurrido nada mejor que un jardín. Además, en este jardín no cobran entrada. Tras la puerta del jardín, quince pies de boj prolijamente tallados forman las palabras « Hortus botanicus ».

Esa mañana ha amanecido despejada y fresca. El rocío cubre la vegetación, las gotas bailan sobre las hojas de las capuchinas, como si fuesen bailarinas chinas. Pepe se distrae mirándolas. Enseguida repara en el forcejeo de un mirlo que atrapa una lombriz. ¿O es la lombriz la que atrapa al mirlo? A Pepe, que tiene su cultura, la escena le recuerda la bandera mexicana, la lucha del águila con la serpiente.

Entonces ve llegar a un grupo de niños pequeños, muy bien dispuestos dentro de un carricoche de madera tirado por dos profesoras. Estas hablan a los niños con frases claras y breves, que los niños escuchan atentamente y algunos repiten. Cuando llegan al huerto, donde hay jugosas peras, manzanas coloradas y uvas en apretados racimos, las profesoras abren la puerta del carrito, los niños se toman de las manos y echan a caminar, de dos en dos, decididamente, hacia la media docena de gallinas francolinas y el gallo correspondiente.

Como todo jardín que se precie, este Hortus botanicus tiene una fuente en su centro. Ahí está, contemplando el agua, una pareja de enamorados. No hablan, o hablan a su manera. Estos enamorados putamadre, diría Nicanor Parra.

Un jardinero pica la tierra con una azadilla al pie de unos rosales y luego se instala detrás de un tupido acebo para telefonear. Más atrás, por el camino que lleva al jardín de rododendros y azaleas, un par de jardineros jóvenes acarrea turba. Uno de ellos es muy alto, muy rubio y muy tímido. El otro es moreno, bajo, con los ojos vivos y conversadores. En esta época del año las dificultades para los jardineros son un hongo llamado oídio y los caracoles. Van juntos. El oídio aparece a causa de la humedad, en las hojas bajas, justamente allí donde duermen los caracoles, esos seres babosos que acaban con los mejores brotes del jardín.

Pepe comienza a sentir hambre, y decide ponerse en marcha. En el camino de regreso, comprará un pan de centeno para almorzar.

En ese momento, se produce la explosión.

La barahúnda provoca una estampida entre quienes no han perdido las vísceras ni las extremidades. Tras una explosión como ésa, bien puede seguir otra explosión aún peor. Aturdidos, con los tímpanos rotos, horrorizados, los heridos corren, se arrastran o agonizan.

Pepe llega a su casa con el pan de centeno tibio aún en la bolsa de la compra. Enciende la radio, que confirma el mal presentimiento. Al mando ahora de Bush el Peor (« como el padre no era bueno, no hay otra forma de distinguirlos » dice Javier Marías), Bagdad cuenta sus muertos por decenas.

Al día siguiente, mi tío Pepe vuelve al Jardín botánico. En la triste y distante Bagdad, tras los funerales, recrudecen las explosiones.

La Nación de Santiago de Chile, 5 octubre de 2005

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