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Camino de Santiago
15 mars 2006

¿Qué pasa en el Congo?

El lugar común dice que en cualquier lugar del mundo se encuentra un chileno. En el corazón de Africa, en la frontera entre el Congo y Ruanda, a orillas del lago Kivú, el adagio se pone al día : no se trata de un chileno sino de una chilena. Cecilia Díaz trabaja para una ONG europea. La primera pregunta cae por su peso :

­-¿Qué pasa en el Congo?

-… ¿Que a blanco que pillan lo hacen mondongo? Habría que cambiarle la letra a la cancioncita. Es a las mujeres a quienes hacen mondongo. A sus propias hermanas, madres e hijas. Como siempre, ahí donde hubo y hay explotación y dominación, aparece la violencia desenfrenada contra las mujeres. Los relatos de esa violencia son espeluznantes. Un grupo de mujeres nos recibe cantando y aplaudiendo, hasta que una de ellas levanta el brazo muerto de otra que se mantiene callada. Se lo rompieron a machetazos porque con ese brazo defendía a su hija de diez años a la que intentaban violar. Se acaban los cantos y, en un segundo, toda la rabia del mundo aparece en su rostro.

-O sea que, a pesar de que se prepara la temporada de elecciones (están previstas para junio de 2006), la temporada de los machetes no ha terminado…

-Todos quieren votar por primer vez en sus vidas, pero será difícil reparar los brazos, los cuerpos y las almas de la gente. ¿Quienes son los culpables? Seguramente los de siempre, los que roban las riquezas de ese país : diamantes, oro y coltán, el componente de base de nuestros celulares. Las multinacionales se alían con los poderes locales e imponen milicias en uniformes de todos colores (para distinguir por dónde se puede o se debe pasar, hay que ser mago). Alguna vez existieron milicias de defensa del pueblo, incluso policía, pero como el Estado no tiene recursos, al no ser pagados, los policías se convierten en parte del problema : roban, amenazan, raptan y violan.

-Un país demasiado grande, sin Estado, resulta ser presa fácil para los depredadores de todo pelaje…

-Sin Estado, un país, grande o pequeño, es presa fácil para los depredadores. Sobre todo cuando hay muchos intereses en juego, intereses que se cruzan y alianzas que se arman y se desarman según va modificándose el contexto. Un país donde los funcionarios, los profesores y los policías no ha sido pagados durante años no puede ser estable ni funcionar con cierta normalidad. A eso se suman los intereses de las grandes potencias, las influencias que éstas quieren ejercer en la zona, como en los mejores tiempos de las colonias. Y luego están los vendedores de armas. Cuando piensas en todas estas variables te preguntas: ¡cómo es posible que aún quede gente en el Congo!

-Pocos escritores chilenos han escrito sobre Africa : Poli Délano (Lo primero es un morral), Roberto Bolaño (un par de capítulos de Los detectives salvajes se sitúan en Angola). ¿Los ha leído? ¿Se necesita leer sobre el Congo para entender al Congo?

-No he leido literatura latinoamericana sobre Africa. Puede ser interesante ver la representación que tienen los latinoamericanos de un continente tan lejano, tan desconocido para ellos como es el Africa negra. ¡Tan lejos está Africa que para ir y volver del Congo a Brasil hay que pasar por Europa! Leer es siempre necesario, indispensable. Quizás me gustaría leer más literatura africana. Leo libros y artículos sobre historia del Congo para ver por dónde puedo agarrar la punta de la madeja y empezar a entender algo. Pero no es fácil.

-Un libro reciente formula esta pregunta : ¿Es gobernable el Congo ?

-Claro que lo es, si son las mujeres quienes acceden al poder. No lo digo bajo el “efecto Bachelet”, ni por demagogia ni ideología. Lo digo porque lo pienso: las mujeres tienen las manos más limpias. Durante estas últimas guerras, ellas se quedaron solas y criaron a docenas de hijos (propios o ajenos, no tiene importancia para ellas, a todos los llaman “mis hijos”), con la venta en el pequeño comercio, con la fabricación de productos caseros, con la producción en los campos. Mujeres queremos, en el gobierno, en la administración, en el comercio, en las escuelas y en el hogar. Y hay esperanzas: la nueva Constitución, aprobada y adoptada en febrero de 2006, declara la paridad entre hombres y mujeres en todas las esferas. Es una gran conquista y ahora las mujeres pelean para que haya también paridad en las listas de electorales. Ojalá lo logren. Y se están preparando a través de cursos de capacitación, de seminarios y talleres sobre cómo ejercer una buena gobernanza, cómo crear una buena administración local, como respetar los derechos de las mujeres y de los más desfavorecidos. Por supuesto, también se necesita la voluntad política de las grandes potencias para que se pueda restablecer la paz y normalizar el país. Mientras las grandes potencias sigan apoyando las incursiones de tropas extranjeras en el territorio congoleño, mientras se siga tolerando el robo de los recursos naturales del Congo, poca suerte tendrán mujeres y hombres en la reconstrucción de un país muy rico pero que hoy en día es muy pobre.

La Nación, 27 de marzo de 2006

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8 mars 2006

Bajo las estrellas

Cine al aire libre en la Plaza Sotomayor de Valparaíso, al anochecer de un sábado de febrero. Las estrellas abundan en el cielo porteño, en la pantalla instalada frente al edificio de Correos, flamante sede del Consejo nacional de la cultura y las artes, e incluso en las gradas, en las que destaca por su discreción democrática la presencia del ministro de cultura.

El ciclo “Cine bajo las estrellas” proyecta dos cortos y un largometraje. Un primer corto evoca la figura del pionero del cine chileno, Pedro Sienna. Mi tío Pepe me comenta haber visto pasear a Sienna por la calle Carmen, entre Porvenir y la Avenida Matta, vestido con una cotona y sosteniendo un libro entre las manos, en los años sesenta. Ahora, los premios nacionales de cine llevan su nombre. Alguna polémica hubo en la primera entrega, porque el jurado prefirió dejar desiertos un par de premios. Mi tío Pepe es de opinión que en materia de premios lo frondoso es más acogedor que lo desierto, sobre todo ahí donde campeó por años la intemperie.

El segundo corto, Santiago, ciudad de seres invisibles, de Cristián Martínez y Nicolás Sepúlveda, muestra el recorrido de cuatro personas sobre la tela de fondo de la ciudad de Santiago de Chile. Un señor ya mayor, con un marcado parecido a Clotario Blest, un hombre, una mujer, un travestido. Es verdad que Santiago vista a la distancia, desde arriba, a ras de suelo, a través de una cámara de cine, parece un ojo ciclópeo al que todos miran buscando la solución al problema (como quien dice la puerta de escape o el número ganador) o cuando menos un pálido reflejo. Otro reflejo dan quienes contemplan la pantalla desde las gradas de este cine bajo las estrellas al recibir la luz de los focos de los autos y microbuses que transitan por las calles aledañas. Lejos de perturbar la visión de los espectadores, esas imágenes furtivas vienen a completar la imagen cinematográfica. Como también hacen en el cielo porteño las panzas blancas de las gaviotas que sobrevuelan la plaza iluminada por los reflectores, añadiendo belleza a la escena. Además, estas gaviotas recatadas retienen su óbolo, de manera que nadie resulta condecorado ni en la pelada ni en la solapa.

El largometraje, en fin. Se trata de Salvador Allende, de Patricio Guzmán. A través de testimonios recientes y de filmaciones de la época, Guzmán repostula la figura del doctor Allende y le reafirma su fidelidad, así como al que fue su proyecto político, la Unidad Popular, y su programa, las cuarenta medidas. Dos imágenes contrapuestas de Allende surgen, sin embargo, de la pantalla, la del estadista, ovacionado en las Naciones Unidas (el público porteño se suma espontáneamente a la ovación), y la del amigo fiel de Fidel, practicando con el caribeño una incongruente sesión de tiro al ventisquero (agáchense los pingüinos).

De las imágenes propuestas por el filme, mi tío se queda con los rostros esperanzados de la gente sobre el Tren de la victoria que recorría el país durante las campañas presidenciales allendistas bajo el lema “A todo vapor, Salvador” (esas imágenes son del cineasta holandés Joris Ivens, autor del magistral A Valparaiso). Y con la humildad de Miria Contreras, la Payita, fallecida en 2002, quien minimiza la pretensión de hacer aparecer su amor con Allende como “uno de los grandes amores del siglo XX”. Y en contrapunto a las declaraciones descarnadas del embajador norteamericano de la época, Edward Korry, resulta aún más estremecedora la inversión del curso de la corriente propuesta por Gonzalo Millán en su libro La Ciudad, leída como corolario del filme : “Los muertos salen de sus tumbas / Los aviones vuelan hacia atrás / Los ‘rockets’ suben hacia los aviones / Allende dispara / Las llamas se apagan /  Se saca el casco / La Moneda se reconstituye íntegra / Su cráneo se recompone / Sale a un balcón / Allende retrocede hasta Tomás Moro / Los detenidos salen de espalda de los estadios / 11 de septiembre”.

Hacia el final del filme, el doctor Arturo Girón cuenta que, en el momento previo al ataque a La Moneda, los hombres obligan a salir a las mujeres. Treinta y tres años más tarde, lo menos que se puede decir es que están de vuelta.

La Nación de Santiago de Chile, 9 de marzo de 2006

Camino de Santiago
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