Peligro a cero metro
Antiguamente los ecologistas eran unos seres de
apariencia folk que predecían el fin del mundo para el año entrante
porque ya no cantaban por la mañana los pajaritos. Se decía que
insistían en esas fantasías porque fumaban suspiritos azules. La buena
gente les prestaba oídos sordos. Ahora las cosas se ponen serias y los
ecologistas más llamativos pasan a llamarse Al Gore y Sir Nicholas
Stern. Al Gore se ha valido de un filme, Una incómoda verdad, para
presentar cuatro verdades y siete predicciones sobre el cambio
climático, alertando al gran público. Sir Nicholas Stern acaba de
publicar, por encargo del gobierno británico, el informe The Economics
of Climate Change, que tiene sobre ascuas a las altas esferas
políticas y financieras y consagra desde ya al clima como una variable
macroeconómica. Gore no carece de virtudes pedagógicas. Tampoco
de ironía: “Yo era el futuro Presidente de Estados Unidos”, afirma en
la presentación de su película. Es verdad que en 2000 le ganó voto a
voto la carrera presidencial al calentador global George Bush, pero
acabó perdiéndola por secretaría. En su película, que ha sido un éxito
de público en Norteamérica y Europa, Gore presenta la información
empírica de la que se dispone en la materia: la cantidad de huracanes
de categoría 4 y 5 se ha multiplicado por dos en los últimos treinta
años. La malaria alcanza por primera vez las tierras altas, sobre 2 mil
metros, como en los Andes colombianos. El deshielo de los glaciares en
Groenlandia se ha multiplicado por dos en los últimos diez años. Al
menos 279 especies de plantas y animales responden al calentamiento del
clima acercándose a los polos. Y estas son sus siete
predicciones, de mantenerse el proceso: las muertes por el cambio
climático se multiplicarán por dos en los próximos 25 años, alcanzando
la cifra de 300 mil víctimas cada año. El nivel de los océanos crecerá
más de seis metros a causa del deshielo de Groenlandia y la Antártica,
devastando las zonas costeras por el mundo. Las olas de calor serán más
frecuentes y más intensas. El océano Ártico se deshielará completamente
en verano alrededor de 2050. Por esa misma fecha, más de un millón de
especies animales y vegetales se habrán extinguido completamente. Stern
es un prestigioso economista británico. Fue presidente del Banco
Mundial y se supone que será el próximo ministro de Hacienda británico,
cuando el actual, Gordon Banks, reemplace al Primer Ministro Tony
Blair, el próximo año. Según el Informe Stern, la recesión mundial que
acarreará el cambio climático será más devastadora que la gran
depresión de los años treinta, catástrofe económica de proporciones que generó
hambrunas y masivos movimientos migratorios. Las inundaciones debidas
al deshielo de los polos, así como la falta de agua en las regiones
áridas, conducirán a la emigración de cientos de millones de refugiados
climáticos, a menudo los más pobres, sobre todo en las zonas costeras y
en África negra. Según el mismo informe, los argumentos que
avanzan los Estados contaminadores, a la cabeza de los cuales se ubica Estados Unidos, cuando afirman que la lucha contra el calentamiento global
gravaría su crecimiento económico, son falsos. Peor les irá, de un
punto de vista estrictamente económico, si continúan contaminando,
porque el crecimiento económico no sobrevivirá a la destrucción del
medio ambiente. Para los países pobres, en cambio, nota el Premio Nobel
de Economía Thomas Schelling, la situación es tristemente paradójica.
No les queda más remedio que intentar desarrollarse si quieren
contrarrestar las enfermedades y hambrunas derivadas del calentamiento global. Y
desarrollarse equivale a aumentar el problema que los ataca. Un dilema. La
catástrofe puede resumirse de esta manera: allí donde el agua por ahora
escasea, en las próximas décadas desaparecerá. Donde por ahora abunda,
se producirán terribles inundaciones. Baste que la temperatura suba en
los próximos cincuenta años en 5% con respecto del presente, previsión
que ningún científico consigue negar, aun aquéllos a sueldo de las
petroleras. Y es alta la capacidad que los humanos tenemos para negar
la evidencia. Un filme de WWF refleja en plan humorístico este fenómeno
mediante el cuadro bucólico que compone una buena gente paseando en descapotable
(y a la guagua en cochecito) en pleno huracán, o un grupo de
excursionistas asando la carne rodeado por un incendio forestal, o a un
puñado de vecinos lavando el auto y jugando waterpolo en medio de una
inundación. Y atención a este extremo, porque la catástrofe
anunciada no ocurrirá solamente en el mar de Aral ni en Krakatoa, al
este de Java, sino que tocará todas las puertas. La geografía chilena,
tan poco cuerda, admite todos los pronósticos. Al desierto más seco del
mundo le suceden los valles centrales sometidos a estrés hídrico.
Completa el cuadro un extremo sur amenazado por el deshielo polar y
coronado por un hoyo en la capa de ozono grande como el cielo austral.
El antropólogo Michael Singleton se despacha el problema del ozono con
una chanza: el día en que cada familia china disponga de un auto, uno
pequeño, ni siquiera un todo terreno, se acaba de golpe el problema del
hoyo en la capa de ozono. Se acaba el problema, el hoyo, la capa y el
ozono. Y ese día está más cerca de lo que puede creerse. Gore y
Stern, los nuevos ecologistas que no fuman suspiritos azules, corean al
unísono una advertencia que ya entonó hace treinta años Nicanor Parra,
nuestro primer ecologista nacional: Peligro a cero metro.
La Nación de Santiago de Chile, 30 de noviembre de 2006. PDF
PS: Desde luego, siempre habrá quien haga su agosto con cualquier calamidad. Ciertos operadores económicos rusos se frotan desde ya las manos a la espera de recuperar la inmensa Siberia para el cultivo de la soja transgénica. Al norte del Rín, hay quien intentará el cultivo de la vid y del vino, allí donde los romanos, veinte siglos antes, tuvieron que renunciar. Al otro extremo del planeta, al sur de Nueva Zelanda, la nueva distracción local consiste en ir a mirar la deriva de los icebergs. Y a hacerles adiós con la mano.