La gente solitaria, Eleanor Rigby
El hospital puede estar en el primer mundo, o ser un hospital de primera en el tercero, y funcionar relativamente bien, pero el dolor estará ahí, bajo analgesia, pero estará. El dolor humano, polimorfo y perverso. Y es al dolor al que presenta cara el hospital, al dolor que menoscaba y al que lleva a la muerte.
Pasé unos pocos pero largos días en el hospital. Sólo lo abandoné ayer, y me traje cicatrices y recuerdos. De una mano reconfortando, de los diálogos con camilleros, enfemeras y médicos, y con el vecino de la habitación, un obrero jubilado, para quien, desde el momento en que nos conocimos y hasta que nos despidimos siempre fuimos "nosotros". Y qué tanto más duro debe de ser el dolor para quien no tiene consigo a quien que yo por suerte tengo, la luz de la mirada. La gente solitaria, Eleanor Rigby.
Como en esa escena presenciada sin querer, desde la pasividad del paciente: una mujer mayor frente a la ventanilla de un servicio pidiendo que le adelanten la cita con un médico porque los dolores le resultan insoportables. La secretaria le informa que hará lo que pueda pero le recomienda contactar entretanto con su médico de cabecera para que le recete unos analgésicos. "En mi caso, responde la mujer, los medicamentos producen el efecto contrario. Soy conocida por eso".
Es difícil imaginar peor enfermedad que ésa, que el remedio no produzca ya efectos secundarios sino derechamente efectos contrarios. Que no alivie el dolor sino que lo aumente. Y creer ser, además, conocido por eso. Qué tristeza.
Una tristeza de hospital, que se queda adherida como ese olor que aún desprendo.