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Camino de Santiago
22 février 2007

Los niños nacen para ser felices

Los cuatro primeros lugares en materia de bienestar infantil los ocupan Holanda, Suecia, Dinamarca y Finlandia. España se sitúa en quinto lugar.                          

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Está escrito en el mosaico que cubre el pórtico de la iglesia de un colegio en la esquina de las calles Carmen y Porvenir, en Santiago, en el que se ve al Mesías recibiendo con los brazos abiertos a los niños: “Sinite parvulos venire ad me”. En ese colegio no se enseña ya latín pero todavía se entiende: Dejad que los niños vengan a mí. (Pero que vengan de a uno, agrega el chiste).

Y de lo mucho que circuló durante la Unidad Popular en materia de fraseología, este endecasílabo, atribuido a José Martí, es uno de los mayores aciertos: Los niños nacen para ser felices. El punto, claro, sigue estando en saber cómo pueden llegar a ser felices, cuál es la ecuación entre protección y libertad que les permita respirar a sus anchas para desplegar las alas cuando les crezcan.

La Unicef considera seis criterios para determinar el bienestar infantil: las condiciones materiales, la salud y la seguridad, la educación, las relaciones con la familia y con otros niños, todos los cuales se apoyan en datos estadísticos. Y por último, pero no menos importante, el bienestar subjetivo, criterio que se funda en la percepción que el niño tiene de sí mismo y del que se sabe gracias a los estudios de opinión.

En base a estos criterios, la Unicef dio a conocer la semana pasada el informe sobre el bienestar de los niños en 21 países industrializados. Como era de esperar, los cuatro primeros lugares los ocupan países del norte de Europa: Holanda y Suecia a la cabeza, seguidos por Dinamarca y Finlandia. España se sitúa en quinto lugar, por delante de Suiza y Noruega y muy por delante de Alemania y Francia. Otra sorpresa se encuentra en la cola del pelotón: Gran Bretaña se ubica última y Estados Unidos penúltimo.

Imposible no pensar, a la lectura de este informe, en los niños que se han quedado fuera, cualquiera sea su país, africano, asiático o sudamericano, niños para quienes incluso los niveles más bajos de bienestar les quedan tan por encima que parecen volantines en la estratosfera. Niños para los cuales cualquier intento de determinación de indicadores, objetivos o subjetivos, es imposible, entre otras cosas por ausencia de datos.

Por estos días se ha descubierto en las inmediaciones de un hospital, en el centro de India, un osario desbordante de huesos de niñitas, que aportan, una vez más, la prueba de que el infanticidio y el feticidio se siguen practicando a gran escala en muchos países como manera de evitar el nacimiento de niñas o para desembarazarse de ellas. A tal punto que el Gobierno indio ha decidido poner cunas en todos los distritos del país para que los padres puedan abandonar allí a sus hijas recién nacidas cuando no quieran criarlas.

Los niños abandonados, los niños esclavos, los niños vendidos, los niños prostituidos. La televisión mostraba también por estos días unas imágenes en un lejano hospital del remoto Kirguistán donde una enfermera cerraba la venta de un recién nacido y la celebraba descorchando una botella de sidra. Por qué los compradores esta vez resultaron ser policías y le amargaron la sidra a la alcahueta, la televisión, que muestra pero no explica, no lo dejaba claro. Pero sí se adivinaba, según las maneras desenvueltas de la villana, que tal operación comercial es algo común en un lugar como ése.

Los niños nacen para ser felices, nacen para vivir con sus padres y hermanos, nacen para ir a la escuela, pero demasiadas veces los tiran al osario, los venden, los arman, los drogan y los prostituyen. Aún estoy viendo a un grupo de niños a la entrada de una escuela en Angola, con la ropa muy blanca brillando bajo el sol de África y transportando cada uno una enorme piedra entre las manos. Para qué llevan esas piedras, me sorprendí preguntando. Para qué va a ser, me respondieron, para sentarse.

logocl 22 de febrero de 2007, PDF

PS: La foto está tomada en Arribada, al interior de la isla de Santiago, en Cabo Verde. Allí también, uno de los niños de la fotografía se trepó a un papayero para obsequiarme con un fruta madura según una historia que se cuenta en El zancudo. Pues eso, los niños nacen para ser felices.

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