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Camino de Santiago
15 mars 2007

Chirac, el gallardo chamorro

Si el lema de Lenin fue « dos pasos adelante y uno atrás », la divisa chiraquiana ha sido algo así como « un paso adelante, dos atrás, tres al costado »

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Apenas elegido
Presidente de la República francesa, en 1995, Jacques Chirac dio el vamos a una serie de ensayos nucleares en Polinesia, suspendidos durante la presidencia socialista de Mitterrand, a pesar de la oposición internacional. Un año más tarde echó pie atrás. Su larga presidencia ha estado marcada por este bamboleo singular. Si el lema de Lenin fue  « dos pasos adelante y uno atrás », la divisa chiraquiana ha sido algo así como « un paso adelante, dos atrás, tres al costado ». Los franceses salen de los doce años de chiraquía mareados, desconcertados, deprimidos.

Chirac derrotó a Lionel Jospin en 1995 con un programa cuya promesa principal era acabar con la “fractura social”. A los franceses les encantó la idea, y sobre todo el nombre de la idea, que señala de manera expresiva el abismo abierto entre las elites y la base de la población, brecha que, aun cuando grande, es incomparable con la existente en Norteamérica o en el tercer mundo. Pronto tuvieron que darse por desencantados. Chirac puso al frente del gobierno a su fiel lugarteniente Alain Juppé, quien consiguió movilizar a más de media Francia en su contra. Para salir de la crisis, Chirac creyó hacer una jugada maestra disolviendo el parlamento y llamando a nuevas elecciones, pero las perdió estrepitosamente, debiendo ceder el gobierno a los socialistas encabezados por su rival Lionel Jospin, con quien tuvo que cohabitar hasta el fin de su mandato, en 2002.

Los resultados de las elecciones presidenciales de abril de 2002 representaron una bofetada para toda la clase política francesa. Jospin fue eliminado en la primera vuelta y Chirac acabó siendo reelegido, en la segunda, con más del 82 % de los votos, tres cuartos de los cuales no eran votos suyos sino votos en contra del candidato de la extrema derecha, Jean-Marie Le Pen. Esta votación condenó a Chirac a arrastrar durante cinco largos años esta implacable paradoja: ser el presidente más votado y al mismo tiempo el más debilitado.

Entre los numerosos desaguisados de este quinquenio ha estado el rechazo macizo a la Constitución europea. Chirac, cada vez más parecido al monigote que lo representa en un programa de guiñoles en la televisión, consiguió que el electorado francés identificara el apoyo a la Constitución con el apoyo a Chirac y, como era de esperar, se los negara a ambos. De antología resultó ser aquel foro televisivo en que un Chirac muy gallardo creyó poder explicar las virtudes constitucionales a un conglomerado de jóvenes, pero acabó chamorro.

Según el cuentista político Guy Carcassone « la República francesa ha superado muchas pruebas, pero le faltaba la última, la más dura: sobrevivir a Jacques Chirac ». Lo ha conseguido, tal vez porque durante su último mandato el periodo presidencial se redujo de siete a cinco años. Ahora que perderá la investidura presidencial, Chirac puede ser perseguido por la justicia, con quien tiene viejas cuentas que arreglar, de la época en que fue alcalde de París y convirtió la alcaldía en un cuartel general de su partido.

A la hora de escenificar su adiós, Chirac, que ha hecho del oportunismo una seña de identidad, ha postergado el momento de dar su apoyo a uno de los dos candidatos derechistas en liza, el autoritario Nicolas Sarkozy y el centrista François Bayrou, quienes han prosperado a su sombra pero hacen campaña distanciándose de Chirac. Sarkozy lo ha gratificado con esta definición: « La gente se imagina que Chirac es muy tonto pero muy gentil. En verdad, es muy inteligente pero muy malo ».

Quizá el único haber político de Jacques Chirac durante estos doce años estribe en su oposición a la guerra en Irak. Pero aun ese capital simbólico no ha tardado en dilapidarlo corriendo tras una última y triste causa, la de vender tecnología nuclear francesa a algún país desaprensivo. Chile está en su lista.

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PS: Ni porque se llama Santiago...

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