Otro domingo
Llovía ayer durante la marcha por el clima.
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Ayer también, volaban en el bosque de rama en rama unos cuantos pinzones. Cuánto tiempo sin verlos. Más allá, en un manzano asilvestrado, ya sin una sola hoja en este tiempo del año, cogaban unas manzanas muy rojas, retintas de frío, como enormes cerezas.
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Años atrás leí Notturno indiano, de Antonio Tabucchi. Lo leí de una vez, es una novela breve. Un hombre atraviesa la India de este a oeste, de Bombay a Goa, a la búsqueda de un amigo perdido. Cuando cerré el libro era de noche, me di un par de vueltas y encendí la tele. Comenzaba una película, después de los títulos. Las imágenes me resultaron inmediatamente reconocibles y, sin embargo, desconocidas, tal como pasa a veces en los sueños. Era la historia que acababa de leer.
Era Notturno indiano. No sabía que habían hecho una película con la novela. Había otra manera entonces de ver y de mostrar lo que había visto o imaginado mientras leía. Supongo que cuando uno lee no imagina todo, sino lo esencial, o lo más querido, o lo más temido. Una película, en cambio, está obligada a mostrarlo todo, o a elegir siempre qué mostrar: los colores, las luces y las caras son ésos precisamente. No me moví hasta que terminó la película y los créditos confirmaron que se trataba de Notturno indiano, filmado por Alain Corneau. Ayer la encontré en la mediateca y esta noche la volveré a ver.
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Los sueños son lo que quiero decirme pero no quiero escuchar.
El profesor Borg, en Fresas salvajes.