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Camino de Santiago
17 janvier 2008

La buena estrella de Barack Obama

Se hace campaña con poesía pero se gobierna con prosa. De todos los prosaicos candidatos a la presidencia norteamericana, Barack Obama es el único que acierta con algún verso.

Obama

La elección presidencial norteamericana es un momento clave para el mundo y sus alrededores. Para el futuro de los norteamericanos, de los aspirantes a norteamericanos, de los aliados y los enemigos de Norteamérica e, incluso, de quienes lo ignoran todo sobre los norteamericanos pero aun así arriesgan recibir cualquier día un cascote de obús norteamericano en la cabeza.

Quien niegue la trascendencia del voto que se juega ahora mismo en las primarias demócratas y republicanas y prepara la magna elección que se llevará a cabo en noviembre, no tiene más que sopesar lo que supusieron para el mundo esos escasos y discutidos votos que llevaron a la Presidencia a Bush en 2000. Es imposible afirmar que si la elección la hubiese ganado Al Gore no habría existido el 11 de septiembre de 2001 ni la guerra de Irak, pero es probable que hoy el mundo sería un lugar un poco menos sanguinolento.

Hace dos semanas, al inicio de la campaña de las primarias, la misa, del lado demócrata, parecía cantada. Hillary Clinton llevaba todas las de ganar en la carrera por la investidura demócrata. Ningún candidato cuenta con los medios, la experiencia, el apoyo del partido y el de su propio marido, como la señora Clinton. Pero, de entonces ahora, la candidata favorita tiene un adversario a la altura del lance en la persona del senador Barack Obama.

Para aspirar a la Presidencia estadounidense más vale contar con una historia personal a la medida del desafío. Tampoco es que sea imprescindible, como lo prueba Bush. Obama, en cambio, tiene sobradamente una historia que contar. Es hijo de un emigrante keniano, nació en Hawai, vivió en Indonesia, se graduó en Harvard, trabajó como animador en los barrios pobres en Chicago en una época en que, tabú entre los tabúes, admite haber consumido ocasionalmente cocaína, una prueba de la que dice haber salido con la dignidad más o menos intacta. Su autobiografía se llama, significativamente, El sueño de mis padres.

Tiene, por cierto, buena estrella, como lo indica su nombre (Barack, 'afortunado' en árabe y hebreo) y hasta ahora ha sabido ser el hombre de la situación. Lo más importante, sin embargo, es que ha conseguido crear una dinámica social en torno a su candidatura, comprometiendo en ella a muchos jóvenes, a muchos independientes e incluso a un buen número de desencantados de la política. Utilizando sutilmente el factor étnico, Obama ha conseguido actualizar los contenidos de la campaña por los derechos civiles encabezada por Martin Luther King hace medio siglo.

Es posible que todo esto no le baste para doblegar a los poderosos apoyos con que cuenta Clinton, a quien sí le bastó soltar unos cuantos lagrimones para recuperar el voto femenino que se iba detrás de Obama y dar vuelta la primaria de New Hampshire. Ni siquiera es seguro que, de hacerse con la investidura demócrata, el electorado yanqui se sienta lo suficientemente cómodo como para elegir al primer presidente mestizo de la historia estadounidense. Un hombre que fue a una escuela coránica cuando niño y cuya abuela barre a diario el patio de tierra de su casa en el corazón de África. En los largos once meses de campaña lloverán los golpes bajos. Y váyase a saber qué más lloverá. Baste recordar a Abraham Lincoln y a John Kennedy.

Obama es el único de los aspirantes que no votó favorablemente la calamitosa guerra de Irak ('No estoy en contra de todas las guerras, solamente contra las guerras idiotas', afirmó) y se ha comprometido a traer de vuelta a las fuerzas norteamericanas del Medio Oriente. De ser elegido, no le será fácil cumplir con su promesa, porque la inercia que opondrán los halcones instalados en todas las esferas del poder y en particular en el Pentágono será de talla.

Habrá que ver también cómo y en qué medida la crisis económica, por causa de la caída del crédito hipotecario y el alza del precio del petróleo, se convierte en recesión, lo que puede representar una tabla de salvación inesperada para las opciones conservadoras o, por el contrario, enterrar de una vez el reino de los neocons, que es como se conoce a los muy reaccionarios adalides de George Bush.

'El cambio' es su eslogan de campaña. Y el cambio, como se sabe, atrae y espanta al mismo tiempo. Alguien ha dicho que se hace campaña con poesía pero se gobierna con prosa. Lo cierto que de todos los prosaicos candidatos, Barack Obama es el único que acierta con algún verso.


La_Naci_n  17 de enero de 2008  PDF

PS/ La oposición de Obama a la guerra de Irak está documentada desde octubre de 2002, seis meses antes de la invasión norteamericana a Irak.

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