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Camino de Santiago
7 novembre 2008

Festival de cortos

Hace unas semanas actué en un cortometraje, donde hice el papel de un malo muy malo pero discreto. Hace unos días asistí al estreno del corto en cuestión, en el marco de un festival de cortos.

El de los cortos me parece un género muy cómodo. En cuanto empieza uno a aburrirse, el corto termina y todos contentos. Aplausos.

Estos cortos que veo tienen todos una estructura similar: el planteamiento de una dificultad y su resolución inesperada. En general, todos tratan de la comunicación. O de la falta de comunicación.  O algo así.

También, de la frontera difusa y permeable entre ficción y realidad. O, más bien, de la ficción que está siempre yendo y viniendo por los mil y un canales de la programación actual.

Son historias que se dan entre madres e hijos, entre novios, entre amigos, entre pacientes y sicológos.

El corto ganador cuenta de un hijo crecido que aún vive con su madre. Busca trabajo. Y novia. Así concurre a un bar donde se ha dado cita con varias novias eventuales a través de internet. Todos los contactos son insatisfactorios hasta que aparece la última candidata, que es su propia madre. La madre no lo ve, por un defecto óptico aguzado por la coquetería de no llevar anteojos. La madre está encantada de tener a alguien a quien hablar. Perplejo, el hijo se entera de que su madre está sola. El corto termina con una reconciliación vía el teléfono móvil. Es obvio el edipismo de la situación, a la que no le falta ni siquiera la ceguera.

En fin, me extiendo y aún no digo nada del filme en el que soy un malo discreto. Continuará...

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6 novembre 2008

Por eso escribo

Kundera

Voy a buscar el librito con las respuestas de 400 escritores a la pregunta de por qué escriben pensando en Kundera, acusado hoy por una delación en que habría incurrido hace sesenta años en Praga. Esta fue su respuesta: ‘Puede ser sólo una ridícula ilusión, pero uno está convencido de que escribe porque dice lo que nadie ha dicho. Escribir es así el placer de contradecir, la alegría de estar solo contra todos, el gozo de provocar a sus enemigos y de irritar a sus amigos. Y es una lástima pero, cuando el libro está listo, uno también quiere que guste. Es inevitable, es humano. Ahora bien, ¿cómo puede gustar aquél que desafía apasionadamente a todos? Esta es la enorme contradicción sobre la que descansa nuestra actividad. ¿Habrá una salida? Sí; de vez en cuando se tiene la suerte de ser mal comprendido’.

Junto a Kundera, que está en el grupo francés y no en el checo, encuentro la respuesta de Le Clézio, flamante Nobel. Es larga pero buena: ‘Lo diré todo. Tenía diez o doce años, vivía en esa casa de tipo napolitano sobre el puerto, completamente decrépita, con sábanas secando en todas las ventanas, gatos peleándose en las terrazas y, por cierto, escuadrillas de palomas. Entonces yo no sabía qué era un escritor, no tenía idea, ignoraba que una vez hubo uno, llamado Jean Lorrain, que vivió en esa misma casa. Me acuerdo de esa casa sobre todo cuando hacía bueno, en verano y al inicio de la primavera, porque leíamos con las ventanas abiertas y oíamos el ruido de los vencejos y los arrullos de las palomas. Había un ruido que me provocaba. No sé decir por qué pero, aún ahora cuando lo pienso, se me pone la carne de gallina y me pongo melancólico e impaciente. Ese ruido precede el momento en que sé que me sentaré en cualquier sitio, cogeré un cuaderno y un lápiz y comenzaré a escribir. Ese ruido eran las voces de los muchachos que voceaban sus nombres llamándose en el patio. Unos silbaban y otros asomaban la cabeza por la ventana y decían: ‘¿No vienen?’. Y los de arriba: ‘¿Adónde vais?’. Iban no sé adónde, a la playa, a la feria, o simplemente a la esquina a hablar, a esperar a las chicas que salían de la escuela, no importa adónde iban. Pero cuando yo escuchaba esos silbidos y los nombres que pronunciaban en el patio, imaginaba otra vida que la mía, imaginaba unas carreras en la infinidad de las calles, imaginaba unos baños en el agua fría del mar, el sol, el olor del cabello de las chicas, la música de los bailes, la noche, la aventura. Nunca escuché que pronunciaran mi nombre en ese patio, nunca nadie silbó por mí. Yo vivía en esa casa, en la misma casa que ellos, pero ellos eran otro mundo. Pues eso es, es por eso que escribo’.

5 novembre 2008

Mata de arrayán florido

McCaín pierde y McAbel gana. Ampliamente. Normal, en un país de lectores de la Biblia.

Por lo pronto, y esperando que llegue de manera inocua el mes de enero, cabe desearle a Bush que se vaya por la sombrita. Por la sombra que él mismo se dará. Una vez traduje el nombre de Bush como ‘arbusto’, nombre de una de sus compañías petroleras. Pero Bush no es arbusto: es matorral. Es, como dicen en Chile, mata de… ¡mata de arrayán florido!

4 novembre 2008

El viejo del pilar

La estación está llena. En un pilar, un post-it escrito en verde con letra de chica: '¿Te molesta imaginarme con otro?' Qué canalla. El tipo llegará a la cita y, paf, se va encontrar con el papelito. Tal vez se lo merezca pero, aun así, qué jodida la tipa. En eso, llega un viejo cojeando. Se apoya en el pilar. Lee el mensaje, mira el gentío, vuelve a leer, parece dudar, vuelve a leer. Disimuladamente desprende el post-it y lo echa al basurero. Con una lucecilla en los ojos, la de quien acaba de evitar una crucifixión. Incluso si el crucificado se lo merecía. Dan ganas de darle un beso al viejo.

Thierry Fiorilli, en Le Soir.

1 novembre 2008

Aquí hay tomate

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