La confianza
Cuando joven, mi tío Pepe creía que la gente nacía cuerda y la sociedad la volvía loca. Ahora que es viejo, o quiere serlo, piensa que la cosa es al revés. Esa es, por lo demás, su frase favorita. La cosa es al revés. La gente, tomada de uno en uno, está loca como cabra de monte, pero en público lo disimula bastante bien.
Hace unos días leyó, me cuenta, un estudio sobre las diferencias entre los monos y los humanos. Esta estriba, en dos palabras, en la confianza recíproca que los humanos se profesan. Nos subimos confiadamente a un avión, a un tren, a un bus, rodeados de desconocidos. Un chimpancé vivirá esa experiencia como un calvario. Los humanos confiamos nuestras criaturas a los brazos ajenos. Un madre gorila vive con el miedo al infanticidio agarrado al cuello.
Pues bien. Pepe ahora lee el resultado de un estudio sobre los valores de los ciudadanos europeos. En resumen resumidísimo, la gente quiere simultáneamente libertad personal y orden público. Quiere vivir en paz su locura y ser protegida de la locura ajena. Es mi caso, le digo. También el mío, responde.
Qué jodida será la agorafobia. La alergia al remedio.