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Camino de Santiago
21 septembre 2009

Encuentro en la calle Da Vinci

Días atrás mi tío iba buscando una dirección y, como no daba con ella, se detuvo a preguntar a dos militares que estaban de plantón. Uno llevaba uniforme azul, el otro verde. ¿La calle Murillo?, preguntó. ¡Murillostraat!, exclamó el militar de verde, e hizo un gesto que daba a entender que la calle Murillo estaba al otro extremo de la ciudad. Pero no era el caso, porque se encontraban en la Da Vincistraat casi esquina con la Rembrandtstraat, o sea que la calle Murillo no podía quedar lejos.

Cuando el militar de verde iba a completar su respuesta, se detuvo una limusina de la que se extrajo la figura de un hombre alto y delgado. Era, Pepe lo reconoció enseguida, PDC, el ministro de defensa. El militar de azul avisó al interior desde su móvil de la llegada del ministro. En cuanto éste puso un pie en la acera, su mano izquierda fue hasta el bolsillo de la chaqueta desde donde extrajo un esmarfón de bien proporcionado tamaño, le echó una rápida ojeada a la pantalla y en seguida estiró la mano derecha primero al militar de azul, luego al de verde y por último a mi tío Pepe.

El ministro no parecía venir de su despacho, sino más bien estar recién salido de la ducha y de una cuidada sesión de composición de su tenida laboral en la privacidad de su dressing. Llevaba pantalón marengo, chaqueta azul, camisa celeste y corbata a listas rojas y blancas, un conjunto de muy buen corte y mejor confección, evaluado en varios miles, a ojo de buen tendero. Mención aparte merecen los zapatos, de color beis, tono que, por descombinar levemente con los colores de la ropa, resaltaba aun más la calidad del cuero y la excelente factura del calzado, Berluti más que probablemente.

Por cierto, el ministro olía estupendamente.

Mi tío se quedó a la espera de que el ministro ingresase en la Academia militar, que ese era el edificio frente a cuya puerta lateral se encontraban, creyendo que una vez cumplido ese trámite recibiría la indicación del militar de verde sobre el camino a seguir para llegar a la calle Murillo. Los cuatro hombres esperaron unos largos segundos en la calzada a que asomara por la puerta el militar que debería conducir al ministro por los pasillos de la Academia hasta el despacho o salón donde tendría lugar la reunión o ceremonia que lo había traído hasta allí. Cuando éste apareció y franqueó la puerta al ministro, el militar de azul los siguió y, para pasmo de mi tío, también el de verde.

Así quedó mi tío, aspirando el último efluvio del perfume del ministro, solo sobre la acera. El militar de verde no le había dedicado ni un mísero gesto de despedida. Lo había, como se dice técnicamente, lisa y llanamente escotomizado.

De vuelta en casa Pepe puso el telediario con la esperanza de encontrar en las informaciones la conclusión del encuentro en la Da Vincistraat. Qué hacía el ministro allí tan de punta en blanco. Pero no hubo en la tele ni rastro del ministro ni ese día ni el siguiente. Por lo visto, la reunión o ceremonia a la que asistía no tenía nada de particular. Así parece que son los ministros siempre. Por la prensa consiguió enterarse de que la actividad principal del ministro de  defensa durante la semana fue anunciar la disminución de 97 millones de euros sobre un presupuesto anual de 2.700.

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Commentaires
M
Por lo visto, el ministro no pensaba quedarse a cenar en la Academia militar, cuyas cocinas están menos perfumadas que su persona, como me entero ahora, tres años más tarde:<br /> <br /> <br /> <br /> http://www.7sur7.be/7s7/fr/1502/Belgique/article/detail/1535541/2012/11/17/Graves-problemes-d-hygiene-a-l-Ecole-royale-militaire.dhtml
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