Diario de Chile (1)
En el camino que va de la casa donde vivo ahora a la estación del metro hay dos embajadas, la de México y la de Filipinas. Elijo llamar en esta última. Me recibe el primer secretario, quien me dice que la señora embajadora está necesitando una persona con mis características. Por la descripción del movimiento de la embajada veo que el ritmo de trabajo es llevadero, lo que me dejará algo de tiempo para ir aprendiendo tagalop y redactar una monografía sobre palindromía comparada.
Después, y por primera vez en tres días hablo una hora (con M) sin que salga a colación el terremoto. Antes, el taxista me da veinte monedas de vuelto. Las pongo en la bolsa de plástico donde llevo los chocolates y bajo del taxi. Cuando llego al café, me doy cuenta de que la bolsa está rota y las veinte monedas han desaparecido. Habrán caído en el césped o el barullo de la ciudad habrá ahogado el sonido del desparramo metálico. Es mi modesta contribución para aplacar la furia de la Pachamama.
Porque el terremoto es un hecho total. Impide incluso que el presidente de la República venda sus acciones en la línea aérea y en el canal de televisión, como había prometido durante la campaña electoral que haría en cuanto fuera elegido. Así, él y ella (la República) resultan también damnificados.