Búrgica
La crisis belga. Los liberales flamencos se retiran del Gobierno porque éste tarda en resolver el hasta ahora irresoluble asunto de los derechos de la población de habla francesa que vive en la periferia flamenca de Bruselas. En ese río revuelto unos cuantos extremistas flamencos (a este ritmo conseguirán hacer de la asociación de esos dos términos un pleonasmo) se apropian del Parlamento y entonan un himno decimonónico. Lo entonan porque está la prensa allí, la prensa europea, la prensa internacional. No está en el Parlamento para seguir la caída del Gobierno belga (que cae en primavera, otoño e invierno y en verano no cae porque está de vacaciones), sino para presenciar el voto sobre la prohibición de la burka.
Ese asuntillo sí que concita la atención de las redacciones y por extensión de las audiencias, ese asunteque sí que lo tenemos en común los europeos y los no. Eso sí que amerita subirse a un tren, a un avión, a un taxi, y despachar desde el lugar de los hechos: la prohibición de la burka. Pero hete aquí que con el Gobierno dimitido el Parlamento no sesiona y el voto anti burka no tiene lugar. A falta de burkas y vestiduras desgarradas, rugidos del Léon de Flandes: Zij zullen hem niet temmen, de fiere Vlaamse Leeuw / Zolang de Leeuw kan klauwen, zolang hij tanden heeft. No lo domarán al fiero león de Flandes, mientras tenga garras, mientras tenga dientes.
En medio del hablamiento posterior, un paseante suelta frente un micrófono tendido una verdad, una paradójica verdad, por cierto, como toda verdad que se precie: Bélgica existirá mientras traten de acabar con ella.