El vagabundo
UNO de los primeros trabajos de mi tío fue el de vigilante en una escuela. En esos años no había aún mucha inmigración en Valonia y los niños a los que Pepe cuidaba durante los recreos componían un radiante racimo de cabecitas rubias. Ahora esos niños son todos ingenieros comerciales. Salvo uno, que es vagabundo. Se lo encuentra a veces mi tío cuando va camino de la botillería contando las monedas. Es un hombre joven, pero ya está calvo y encorvado. Va siempre muy abrigado, así haga sol o ventee. Cuando murieron sus padres, el muchacho se bebió la bodega familiar, luego se bebió los muebles, en seguida las cortinas y finalmente la casa. Mi tío espera que el muchacho se le acerque un día para saludarlo. Pero el vagabundo se mantiene a prudente distancia. No es que tema que Pepe le suelte un rollo pedagógico. O no sólo. Es que sabe que de ahí no caerán monedas.
Óleo de Raffaëlli