El síndrome de Stendhal
Concierto de guitarra. Los concertistas son dos hermanos. Tocan espléndidamente piezas italianas (Giuliani) y españolas (Granado, Ponce, Rodrigo). Todo muy bien. Pero lo que me conmueve son dos Estudios de Villa-Lobos.
Por alguna razón, el sincretismo de Villa-Lobos consigue emocionarme. Para explicar el placer estético, Uriarte echa mano a Stendhal (y a su famoso síndrome): el arte es una promesa de felicidad, y a Borges: la inminencia de una revelación que no se produce.
También dependerá de cómo y de con quién. Según una galena que lo estudió clínicamente, el síndrome de Stendhal -el placer estético súbitamente transformado en taquicardia- alcanza principalmente a los europeos solitarios. Los nativos de los países culturalmente emergentes están más o menos inmunizados contra el mareo estético, a fortiori si van arropados por sus pares.
Viendo las imágenes de los muchachos frente al albo Benedicto en Madrid (somos / adictos / a Benedicto) o en la City parade de Bruselas (viseras de acrílico, pantalla colorida y música tecno), o a unos scouts cantando todos a una frente a la gran pantalla del karaoké, como si se tratase de un show de la tele, me digo que el placer estético comienza con la religión, despunta en el seno del rebaño, quiero decir.
Y acabará probablemente camino del cementerio o del centenario, que es adonde también vamos, cabeza gacha o frente altiva, las ovejas descaminadas.
Óleo de Édouard Manet