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Camino de Santiago
7 septembre 2011

El loco de la locomotora

En la estación de Amberes, en Bélgica, un tren lleno de pasajeros espera al conductor para arrancar. Wim (21 años) entra en la cabina, activa la locomotora y conduce el convoy hasta la estación de Essen. Nunca ha trabajado en la empresa de ferrocarriles ni tiene licencia de conductor de trenes. Pero sabe todo lo que ha de saber un conductor y lleva el tren sin problemas a destino. Va muy rápido, eso sí. Por una vez, el tren no entra a la hora ni con atraso, sino que llega adelantado. Unos días más tarde, Wim vuelve a hacer la gracia y conduce un tren a Bruselas y luego, como necesita volver a su pueblo, hace lo propio con otro tren que va de vuelta.

En contra de lo esperado, no le cuesta convencer a los controladores de que es un conductor en prácticas. Es loco por las locomotoras y conoce los entresijos de la profesión. No comete errores, salvo el exceso de velocidad. El vértigo. Cuando lo detienen no es por los trenes, sino por otro pecadillo. Para hacerse unos euros, vende tartas a nombre de una obra de caridad inexistente.

Ser otro es una vieja aspiración humana. Otro a los ojos de uno mismo y a los ojos ajenos. Un día alguien descubre que ser otro está al alcance de la mano. Que si él se lo cree, los otros también. Pero si el deseo de ser otro incuba en el alma de todo quisque, sólo algunos saltan sobre la ocasión, como Wim sobre la locomotora.

La sentencia dictada en el caso de Wim le impone cincuenta horas de trabajos de interés público por los trenes y otras 120 por las tartas. El juez lo habrá reconvenido: Joven, controle sus automatismos.

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