La guiñolez
Los Guiñoles son ese programa del Canal Plus francés donde se pitorrean a todo lo que se mueve o sale en la tele. Como al ciclista Contador le cayeron dos años de suspensión por dopaje, lo han subido a la bicicleta por estos días, arrastrando en el pelotón a Nadal, Gasol y a otros campeones rojigualdos. No es raro que lo hagan. Cuando el que cayó en desgracia fue el ciclista francés Richard Virenque, también se cebaron con él. Y así con muchos.
La reacción del deporte español ha sido morrocotuda. Protesta formal del embajador en París y de ahí para adelante. Y tutti quanti y tuiti quanti. Tanto pito y tanta flauta a cuenta de los Guiñoles termina por convertirse en una guiñolez mayor, me parece a mí, que soy muy sensible. O, al menos, en una guiñolez semejante, simétrica y complementaria. Salvo que, en el caso español, los guiñoles no son de látex sino personas serias.
O sea que la guiñolez envuelve. Es lo que tienen los guiñoles, que son contagiosos, que si te los quedas mirando mucho rato te aspiran en su espiral mimética. Y, así, de pronto, todo o casi todo lo que se emite desde las altas esferas peninsulares, sotto voce o por altoparlantes, reviste un marcado tono revisteril.
No se me escapa que al PP lo votó la gente ampliamente. Tampoco, que la gestión de la crisis económica del segundo Gobierno de Zapatero fue calamitosa. Una cosa explica la otra, probablemente. Lo cierto es que a causa del invierno abro o cierro los ojos y veo guiñoles de colores. Y me temo que están destinados a crecer y multiplicarse.