La puttana
To Rome with love se llama la última de Allen, que persevera en la tarea de embarcarnos en sus city trips por la vieja Europa. El envío de postales se le da bien, ese color calabaza de los palacios romanos mejora sobre el celuloide o su sucedáneo.
Las historias de Allen suelen ser siempre las mismas, las parejas jóvenes, maduras o viejas, ricas o menos ricas, gringas o menos gringas se frotan entre ellas con resultado de abundantes equívocos, numerosas risas e incluso alguna arruga en el alma. Marivaudages entre preciosas ridículas y galanes declinantes, o al revés.
Se sabe que Allen produce un filme cada año y que él mismo no los ve tras su estreno, ocupado como está con el siguiente. También, que esta última serie europea ha sido un éxito de público y de crítica.
Este, romano, tras Barcelona, Londres y París, parece el peor de los cuatro filmes. Los costurones que sostienen el entramado de las historias que el cineasta cuenta en paralelo son bastos y, en un par de ellas, los recursos argumentales resultan demasiado gordos. Lo mejor probablemente (mucho más que Begnini haciendo de Allen mediterráneo), sea el propio Allen haciendo de Allen, resistiéndose a la jubilación y a la muerte al precio de darle la tabarra a la concurrencia, perfectamente desenmascarado por su psiquiatra de mujer.
Y, quien lo iba a decir, quien sale mejor parada es la puttana romana, Penélope Cruz en persona. Ya en Volver, de Almodóvar, Cruz componía un personaje directamente sacado de lo mejor del neorrealismo italiano. En To Rome with love da un paso más en su propósito de demostrar que es ella, hoy por hoy, lo más parecido a Sofía Loren de cuanto se mueve por las pantallas. En contraste con las gringuitas sosas o insufribles, Penélope tiene un efecto tónico o, mejor aún, gazpáchico.