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Camino de Santiago
28 novembre 2012

El periodista tímido

Ha muerto el director de la redacción de Le Monde, Erik Izraelewicz. Estaba trabajando en el diario, ayer por la tarde, cuando sufrió un infarto.

Le Monde tardó varias horas en informar del deceso. La noticia apareció hacia las diez de la noche en el portal Terra y luego en El País a través del corresponsal en París, Miguel Mora. Libération, el primer diario francés que publicó la noticia, reproducía un despacho de AFP. La necrología de Mora en El País terminaba con esta línea que podía entenderse como una explicación al hecho de que Le Monde tardase en informar: la redacción del diario se encontraba en estado de choque.

Es una paradoja explicable. La redacción del diario era quien estaba más cerca de la noticia, quien podía por tanto informar antes y mejor y, al mismo tiempo, la situación le imponía una forma de retención.

Este domingo, sin ir más lejos, colgué un mensajillo que apuntaba a ese momento curioso cuando el periodista se deja ganar por la timidez. Izraelewicz tal vez fuese tímido, a la luz de su cuenta en Twitter. Pocos mensajes, pocos seguidores. El último, de hace diez días, ironizaba sobre la manera como Sarkozy y Hollande disfrutarían del espectáculo de la guerra de jefecillos que asuela a la derecha francesa, esa máquina de perder elecciones. De serlo, sería un tímido qui se soignait.

La que tal vez sea una de las muchas formas de definir a un periodista. Un tímido que se supera.

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20 novembre 2012

La candidez

Fui a ver Après mai. Nadie en el cine. Me quejo de que no pongan las películas que me gustan, pero admito que cuando ponen una no va nadie. Será porque voy los domingos tarde por la noche.

Après mai cuenta las aventuras juveniles de un muchacho parisino a comienzos de los años setenta. A quien tenga la edad de quien cuenta la historia y haya vivido días parecidos a esos, le resultará difícil hacerse el desinteresado. Es mi caso, por lo que diría que la película me gustó. Sin más.

Pero sí hay una imagen en el filme que me conmovió. Una muchacha decide abortar, por lo que viaja a Holanda. Prefiere ir sola. A la hora de tomar el autobús, su novio le dice que se pase por el museo de Haarlem, que le queda a un paso de la clínica, y se detenga frente los cuadros de Frans Hals. La cámara la muestra entonces, después del aborto, frente a los regentes y a las regentas del hospital y del hospicio de la ciudad en el siglo XVII.

La muchacha es cándida. O lo era hasta unas horas antes.

16 novembre 2012

¿Podríamos tutearnos?

Un director de una empresa descubre que su empleado Rojas lleva unos meses ausentándose todos los días de tres a cuatro. Llama al empleado Blanco y le ruega que siga discretamente a Rojas, para averiguar adónde va y por qué. Blanco sigue a Rojas unos días y le hace un informe al director: « Todos los días Rojas sale de aquí, compra una botella de champán, va a su casa y se entretiene en afectuosas relaciones con su mujer. Luego vuelva a la empresa ». El director se pregunta asombrado por qué Rojas hace por las tardes algo que podría hacer tranquilamente por las noches, siempre en su casa. Blanco intenta explicarse, pero lo único que consigue es repetir su informe, insistiendo sobre ese su. Al final, ante la imposibilidad de aclarar el asunto, dice: « Perdone, ¿podríamos tutearnos? ».

____________

Apostilla al chiste de Rojas (que no es más que un chiste y, como tal, funciona o no funciona): Es intraducible al francés, al inglés y al alemán y no sé a cuántas otras lenguas. Conecta vagamente con la actualidad, compuesta también de informes sobre relaciones afectuosas. Además, es un chiste cultureta: lo cuenta Umberto.

12 novembre 2012

Los de Harss

Hace quinientos años un europeo descubrió el océano Pacífico, hoy es martes 13 y hace cincuenta otros rebuscadores redescubrieron la literatura sudamericana y a lo que encontraron lo llamaron boom. Bastante tinta correrá por estos días a cuenta de esta conmemoración, no habrá mucho que agregar. Sólo que he leído una entrevista de Tomás Eloy Martínez a Luis Harss, quien escribió por ese entonces un libro que se llamó Los Nuestros, un hito en la materia. La entrevista en cuestión es de 2008 y las opiniones de Haars no tienen desperdicio. Quien quiera leer la entrevista completa puede pulsar el enlace. Quien no, puede contentarse con estos recortes que trazan unos perfiles impagables de las figuras del boom.

¿Carpentier?

No me gustó cuando lo conocí. Era untuoso, rimbombante. Me pareció un oportunista encabalgado en la montura de la revolución cubana. Un tipo muy pretencioso, pero erudito, musicólogo, historiador, un típico intelectual latinoamericano con aspiración a la trascendencia universal.

¿Asturias?

Era un viejo farsante, y lo digo con cariño y admiración. Daba a entender que tenía un inconsciente maya, o maya quiché ¿no?, que reflejaba en su obra el inconsciente colectivo de los indios. Era una fantasía, porque se trataba de un surrealismo adaptado a la ansiedad literaria por explotar esa mitología indígena. 

¿Donoso?

Siempre me pareció que Donoso era muy torpe como escritor. Soy -es una cosa mía- muy sensible a la gente que tiene habilidad para hacer no sólo algo que importa sino para manejar bien el idioma. Cuando llegué a Donoso me pareció un autor de lengua muy trabada. No se entendía bien lo que decía, sus frases eran dificultosas, luchaba y perdía sus batallas con el idioma. Me pareció ambicioso y mediocre.

¿Cabrera Infante?

Abrumador. De cada palabra sacaba ríos de sonidos iguales, nuevos sentidos y contrasentidos. Jamás descansaba. El único alivio era tener cerca a Miriam Gómez, su esposa, una mujer extraña y encantadora que había dejado su carrera de actriz en Cuba por él.

F

¿Felisberto Hernández?

Escribía con el piano. Como había sido acompañante de películas mudas, me parece que todos los libros de Felisberto -hechos de misteriosas imágenes casi de sueño- son los de un tipo que está escribiendo al piano. En la pantalla de sus historias se proyectan las imágenes de lo que él va viendo mientras toca el piano. Felisberto no tenía cantidad ni variedad, pero tenía calidad: pocas cosas, muy intensas, muy lindas. Te podés llegar a enamorar de un escritor así sin necesariamente engañarte.

¿Onetti?

Para mí La vida breve, su gran novela [1950], es el eje de la literatura narrativa del Río de la Plata. En ella se tocan y se encuentran Roberto Arlt y Cortázar.

¿Sabato? 

Como novelista, me parecía de un dramatismo banal y estereotipado. En cambio leía con gusto sus ensayos.

¿Lezama Lima?

Cortázar lo puso de moda. A mí no me impresionó. Hay que decir que la primera edición de Paradiso fue muy confusa, casi ilegible. Y ya nunca le tomé el gusto. Me encontré con una prosa libresca y farragosa, como de un adolescente onanista atragantado de lecturas. Una especie de ostentación tropical, afiebrada, de cultura. En eso se parecía a Carpentier.

¿Arguedas?

Arguedas nunca salió de la sombra, fue un escritor tan perdido en su vida, tan desamparado, como si traducir su mundo en palabras lo perdiera.

¿Vargas Llosa?

Vargas Llosa es un escritor apasionado, aunque algo mecánico a veces.

¿Cortázar?

Era un tipo muy distante, de una cortesía muy de un empleado de las Naciones Unidas -de la Unesco, como él era. Es decir, no era un tipo que había soltado el ovillo como se supone que ocurrió después. Gran parte de sus lucubraciones eran mentales, libertades y pesadillas mentales.

¿García Márquez?

Un tipo simpatiquísimo. Muy campechano, buen conversador, con una especie de gracia infusa y un aura angelical.

¿Bolaño?

Tiene un enorme talento pero es algo monocorde. Casi todo lo resuelve con monólogos, algo semejante a lo que en el jazz se llaman riffes, arranques, improvisaciones. Igual que Felisberto Hernández, cuando advierte que hizo algo bien, lo vuelve a hacer. Pero es muy extraño cómo Bolaño maneja la ambigüedad entre crimen, impostura y poesía. Los detectives salvajes (1998) es una sinfonía de voces que alcanza una poesía infernal.

11 novembre 2012

Una historia personal del chorizo

R

Hoy es once de noviembre, San Martín. Hay quien por estas fechas se pone una amapola en la solapa y quien se pone a hablar de chorizos. Es lo que me propongo hacer aquí, sin ir más lejos, a cuento de esta frase de Mendoza que trajo Sámuel: El cosmopolitismo es proporcional a la lejanía del chorizo.

Yo nací en un pueblo en un valle central de Chile, con su plaza, su iglesia, el cine, un club social y la zapatería La Reina. Un pueblo donde los comerciantes eran todos asturianos. Bueno, todos no, también había un santanderino.

Aparte de la compra al por mayor y de la venta al detalle, la principal ocupación de esos trabajadores consistía en reproducir una Asturias en miniatura, con su bolera, su hórreo, su Santina, sus cantos de la Pastorina y de Juanín de Mieres, su sidra, su lagar y su gaita. Y su San Martín. San Martín es el nombre que se da en Asturias a los embutidos de cerdo, por mor de la fecha de la matanza, hacia el 11 de noviembre, a las puertas del invierno.

El ser humano engorda al cerdo cuando sobra la comida, en verano, y come de él durante el invierno. De manera que los astures de ese valle chileno cumplían con el ritual en condiciones locales y, en sus mesas, el puchero, la fabada y el pote llevaban San Martín casero. Mi padre se comía primero lo demás y dejaba el San Martín para el final. Yo no.

Pero si el chorizo chileno estaba bueno, no podía compararse ni material ni espiritualmente con el que llegaba de la lejana tierrina. En ese tiempo los viajes eran esporádicos y lentos, lo que disminuía el alcance material del chorizo y aumentaba su valor espiritual. El chorizo asturiano sabía a gloria. Sabía a manos de madre lejana.

A ese trasiego bendito se oponía un adversario de talla, que obedecía al mayúsculo nombre de SAG. Chile es una suerte de isla a gran escala, donde la cordillera de los Andes, el océano Pacífico, el desierto de Atacama y el Polo Sur oponen unas gigantescas barreras naturales y protegen de las variadas pestes que asuelan el ancho mundo, la mosca de la fruta, la mosca tse tse y la mosca cojonera. Y lo que el mar y la montaña dejan pasar lo atrapa el estricto Servicio Agrícola y Ganadero, ágil frente a toda clase de bacterias y bichos, incluido el chorizo. O sea que si llevas una amapola en la solapa o un chorizo en el neceser cuando bajas del avión, te los quitan. En rigor, sólo los retienen. Al revés, no hay problema. Puedes salir de Chile vestido a lo Arcimboldo, o a lo David Byrne, o tocado como una musa griega, y el SAG te azota con el látigo de la indiferencia.

Entre mis astures el deporte favorito, además de los bolos, consistía en desafiar al SAG. Cualquier estrategia era buena para pasar por la aduana chilena los chorizos que te daban en el pueblo a la hora de la despedida de Asturias. Los chorizos y el queso. El queso de los Beyos, pase. ¡Pero el Cabrales! ¡Lo que puede apestar el Cabrales tras una travesía transoceánica! Así es la distancia, sin embargo, como el viento que apaga el fuego pequeño y enciende el grande, como cantaba Modugno, que tenía el defecto de no ser asturiano.

Podría agregar un último pormenor a esta historia personal del chorizo y es que mis hermanas aseguran que, en la mesa familiar, cuando ar niño no le gustaba la cena la madre iba y le freía un chorizo. No sé yo si era para tanto. O será que las madres saben que los hijos nacen para alejarse un día del chorizo y los pertrechan para ese largo viaje.

Así fue como me alejé yo también un día. Sin acercarme, hélas, al cosmopolitismo.

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4 novembre 2012

El contrato

L

Hablábamos de libros con S. y Sámuel cuando me acordé de que tenía un bono de compra por 15 euros en la librería y comprobé que vencía al día siguiente. Así fue como me hice con L'adversaire y Je suis vivant et vous êtes morts, pagué la diferencia (3 euros) y salí súper contento. Este último, Je suis vivant..., está en un formato rarísimo. Tan raro es que no me atrevo a tocarlo. Así que he comenzado por El adversario. Y bien, porque lo que en él se cuenta ocurrió mientras Carrère escribía Je suis vivant..., de manera que la lectura de uno anticipa la del otro.

El Adversario (El 9 de enero de 1993, Jean-Claude Romand mató a su mujer, a sus hijos y a sus padres y luego intentó, en vano, suicidarse...) me ha recordado dos historias que se tocan. La primera ocurre en Santiago de Chile. Un coronel pinochetista, torturador por añadidura, cercado por la justicia, va y se suicida. Merecidísimamente. La cuestión está en cómo lo hace. Se acerca hasta un edificio en construcción en un exclusivo barrio de la ciudad y pide visitar el apartamento piloto en el ático. La estupenda vendedora lo pasea por las magníficas dependencias. El coronel se sienta en los mullidos sillones, apoya la palma de la mano en la amplia cama matrimonial, enciende y apaga luces, corre y descorre cortinas, se encierra un momento en el espacioso baño y luego sale a la gran terraza como si llevase una copa en la mano, respira el aire cordillerano y se lanza al vacío. La vendedora aún no se recupera de la impresión.

La segunda transcurre en la calle donde vivo, en la que, años atrás, un vecino mató a su mujer y a sus hijos, tras haber ultimado a su madre en su casa materna, y en seguida se colgó. Nuestro barrio es reciente. Cuando llegamos, hace catorce años, los vecinos, casi todos padres de familia con hijos pequeños o adolescentes, nos íbamos presentando entre los más inmediatos mientras que con los más distantes nos limitábamos a saludarnos. Este de la matanza era, para mí, de estos últimos. Lo veía pasar a veces con sus hijos pequeños camino de la escuela y poco más. Tras la matanza supe que era un hombre jovial, casi infantil de tan bromista y risueño. No tenía problemas conocidos, ni de trabajo ni de dinero. El hecho de que hubiese comenzado por matar a su madre nos ponía sobre una pista freudiana, por llamarla de alguna manera. El desconcierto que la masacre provocó en el barrio fue mayúsculo, pero lo vivimos como solemos tratar los asuntos vecinales en este civilizado país: disimulando. La civilidad, justamente. La matanza representaba una brutal ruptura de un contrato tácito entre vecinos: ¿No nos íbamos a ayudar los unos a los otros en la diaria tarea de hacer de esta calle un espacio vivible? ¿No éramos iguales?

Mi impulso me llevaba a querer saber más, a tratar de entender y a ponerlo por escrito. Pero intuí entonces que ir por ahí averiguando equivalía a otra forma de ruptura del contrato tácito, que comporta también una cláusula de privacidad. De manera que me limité a escribir una crónica y a publicarla en un diario que no lee nadie al otro extremo del mundo y lo dejé hasta ahí. Hasta hoy, en que la lectura del Adversario me ha traído la historia de vuelta.

2 novembre 2012

Una canción de Jacques Brel

De Brel me gustan sus mejores canciones: Amsterdam, Ne me quitte pas, Le plat pays, Les bourgeois, Les vieux, Le moribond, Jacky... Casi todas, o sea. El Brel intimista, el Brel costumbrista. También me gusta, curiosidad de belga postizo, oírlo cantar en flamenco. Mijn vlakke land. El flamenco pasa por ser una lengua áspera, pero cantada por Brel suena bien.

Resulta que Brel, además de cantar y componer era un redomado actor que interpretaba sus canciones, al punto que a menudo las sobreactuaba. Y como lo que ha quedado disponible de Brel en la web son grabaciones en vivo, esa impresión de sobreactuación aumenta. Ne me quitte pas, por ejemplo, tiene tal intensidad emocional que la sobrecarga gestual del cantor es casi inútil. Más vale escuchar una versión de estudio, donde Brel da con el tono justo para mi gusto.

Por cierto que también da gusto ver a Brel interpretar. Como en esta Vesoul. La mayoría de sus canciones Brel las cantaba acompañado solo con su guitarra o con orquestaciones. Estas últimas suenan hoy algo démodées. En Vesoul, en cambio, la pequeña orquesta da con el formato exacto. Brel comienza la canción con aires de cantante lírico pero en cuanto suena el acordeón -ese piano proletario- atrapa la guitarra y se suma al ritmo que ponen los músicos, a los que anima constantemente para que éste no decaiga (Chauffe, Marcel, chauffe!).

En cuanto a lo que cuenta: Hago todo lo que me pides, le dice en suma el hombre a la mujer, pero te advierto que se acabó. Aunque de eso, nada. El eterno tira y afloja de Madame y Monsieur que no pueden vivir contigo ni sintigo. Una versión gala de la cueca La consentida. O de O quereres, de Caetano Veloso. Pura ironía que no renuncia a la lírica o pura lírica a la que retiene la ironía. Porque, como dice el cantor, d'ailleurs j'ai horreur de tous les flonflons...

Vierzon (la letra)

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