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Camino de Santiago
19 janvier 2013

El leche derramado de Chico Buarque

En la cama de un hospital público yace un viejo aristócrata brasilero. Todas las acepciones del verbo yacer se avienen a su caso, menos la bíblica. Yace, digo, y sobre todo habla. Cuenta una y otra vez la misma historia, vuelve incansablemente al mismo punto de partida, a saber el abandono que le propinó su mujer.

Si con la edad nos da por repetir ciertas historias no es por demencia senil sino porque esas historias no dejan de repetirse en nosotros hasta el fin de la vida, afirma. Se lo dice a una enfermera, a algún camillero, al visitante ocasional de otro enfermo, al que se ponga al alcance. Pero a ustedes nada de esto les interesa, reclama, y suben el volumen del televisor por encima de mi voz ya trémula.

El remordimiento es memoria viva, decía alguien. En su caso, su memoria más que reconcomerse necesita desenmarañarse, tomar forma, formularse. Así es como cuenta cómo era Rio de Janeiro cuando al Corcovado aún no lo coronaba el Redentor, cuando llegar a la Marambaia costaba mareos y pérdidas. Un Rio semirural que ya tenía un pasado que quiso ser imperial y aún no imaginaba que sería la megapolis que es hoy. Tardó en convertirse en megapolis el espacio de una vida, la de este viejo que habla.

En ese espacio, la aristocracia, el clan del viejo que habla, ha perdido buena parte de sus privilegios, ha visto su leche derramada. Esto no quiere decir que sus entonces criados se hayan saciado con ella. O  sólo en parte. El viejo lo sabe, lo acepta e intenta, aquí y allá, donde cree que aún puede, una postrera rebelión de terratiente, sobre cuyas tierras magníficas de pasado se multiplican hoy las feas barriadas del presente.

En su relato se mezclan los tiempos y la trágica muerte del bisnieto, traficante de drogas, se confunde con el fin también trágico del tatarabuelo senador. Es raro tener recuerdos de asuntos que aún no ocurrieron, reflexiona, en medio de unos destellos de humor (en un diálogo con unos policías hacia el final del libro, el viejo les pregunta: ¿están felices aquí o quieren volver a África?). Su clase y su familia han sufrido afasias varias pero eso está lejos de ser su caso. Si se le ha ido el poder de las manos, le queda un último destello de expresión, este libro.

Que me parece la mejor de las tres novelas que he leído de Buarque (Estorvo, Budapeste). El portugués de su autor combina cultismos y barbarismos con suntuosa fluidez. También su nombre es un acierto. Montano me hace notar que el nombre de algunos fluidos primarios como la leche, la sangre, la miel son masculinos en portugués (y en francés e italiano), lo que crea una inquietud que brasileros y portugueses no notan.

Hubiese pagado por traducirlo. Pero como dice otro amigo, las guapas siempre vienen con el novio.

C

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Commentaires
M
Pasé por la Librería Inglesa y entré a ver si tenían el Auster-Coetzee. Me preguntaba si estaría entre los libros de Auster o entre los de Coetzee. O en ambos sitios. No estaba. Todo vendido. La reedición estará para abril o para mayo. La pregunta entonces es si se agota tan rápido por Auster o por Coetzee. O por ambos. Etcétera. Al lado de la Librería Inglesa hay una tienda de artículos de cachondeo. De allí salía el chavalón con menos sex-appeal del reino con un paquetito envuelto en papel lila en las manos.
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M
Café con piernas inmensas y frágiles o bien, derechamente, Café con zancos.
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M
A Doña Siri en Chile la rebautizarían en seguida como Doña Iris.
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J
Jjjj (bis). Sin duda, Siri se hubiera podido ganar un buen dinerito no solo en el Casquinha de Siri, sino también (¡o sobre todo!) en un café con piernas :-)
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M
La Siri no pasa desapercibida en ninguna parte, ni menos en Bahía. La entrevistadora intenta no alargarse describiendo el físico de la señora, para eso están las fotos, pero no puede dejar de calificar sus piernas como 'immenses et frêles'. Al final de la entrevista aparece Auster en persona física -se corporiza, como quien dice-. Viene de donde la masajista, un regalo de Navidad de Siri. Cómo estuvo el masaje?, le pregunta ésta. Paul responde con un chiste, y se va. Lo triste del caso es que la periodista no cuenta el chiste. Bueno, ahora que lo pienso, no dice que fuera una masajista, tal vez era un masajisto.
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