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Camino de Santiago
31 mars 2013

¿Bonsái?...

Bonsái, de Alejandro Zambra, está en el penúltimo lugar de la biblioteca de esta casa desde que decidí ordenarla alfabéticamente. Después de él, sólo está Nana, de Zola. Leí Bonsái tiempo atrás y anoche vi la película. Una novela tiene cien mil palabras y un guión de cine diez veces menos. El paso de uno al otro depende de la ley del embudo. De un embudo que funciona al revés en este caso, porque la novela de Zambra no llega a las cien páginas (es un bonsái) y la película de Cristián Jiménez dura lo que la mayoría de los largometrajes, una hora y media.

Sobre la voz que da título al libro compuse una vez un palíndromo: ¿Bonsái?... Ya, snob. Curioso porque, como se trata de una historia de literatos, la acusación de snobismo no anda lejos e incluso en uno de los diálogos los protagonistas, que leen a Proust diciendo que lo releen, se autoinculpan de ese pecado venial. Pero no. No suele haber snobismo en el primer amor. Los amores juveniles, que es de lo que trata Bonsái, están siempre entre lo sublime y lo ridículo. A esa edad, hay que ser ridículo para ser sublime. Y al revés.


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29 mars 2013

Otro viernes santo

Será otro viernes santo sin pañolones morados cubriendo a los santos, sin la presencia ausente de las monjas tras la celosía de madera de esa iglesia de piedra de la calle Carmen, sin la música solemne que emitía la radio gorda de la casa, sin el bacalao que preparaba mi madre.

Y será también otro viernes santo sin el paganismo de la primavera, cuando para resarcirnos de los pañolones y de las carmelitas asábamos ubres y criadillas y bebíamos Casillero del diablo de la botella escuchando a Frank Zappa.

Ahora es sólo la víspera de un fin de semana largo y en el jardín escarchado hay huevos de chocolate esperando a los niños.

H

Óleo de Theodoros Ralli

24 mars 2013

El retrato

Daniel Mordzinsky, fotógrafo de escritores, guardaba su archivo fotográfico en un despacho que Le Monde cedía al corresponsal de El País en Francia. La semana pasada, el diario parisino quiso dar a ese lugar otro uso, dice haber avisado al corresponsal concernido de la medida y, como éste no dio señales de vida, haber ordenado a un empleado que desocupara el despacho, lo que éste último hizo y de paso arrojó el archivo fotográfico de Mordzinsky a la basura. Miles de retratos de escritores tomados durante varias decádas de trabajo desaparecieron de un plumazo.

El lamentable incidente ha incendiado las redes sociales, que son tan inflamables como extinguibles. De entonces ahora, otros incendios las mantendrán inquietas. Aparte de lamentar el sucedido, como hace hoy Vargas Llosa, me he acordado de un percance de otro cariz, el del colchón inflamable.

También, de los libros que Javier Marías ha dedicado a los retratos de sus colegas (Vidas escritas y Miramientos), de los que hablábamos en este blog recientemente. A uno de esos retratos, el de Beckett en 1964, de Jerry Bauer, le dedica unas líneas Coetzee en su Diario de un mal año. «¿Realmente decidió Beckett por su propia y libre voluntad sentarse en un rincón, en el cruce de tres ejes dimensionales, mirando hacia arriba, o el fotógrafo lo persuadió de que se sentara ahí?», se pregunta Coetzee. A partir de ese retrato y, probablemente, de su propia experiencia como material retratable, Coetzee extrae la siguiente conclusión paradójica: cuando más tiempo tiene el fotógrafo para hacer justicia a su modelo, tanto menos probable es que le haga justicia.

O, dicho de otra manera, el mejor retrato suele ser el del pasaporte.

B

 

18 mars 2013

Un restorán costumbrista

MM cuenta haber presenciado dos brevísimos episodios entrelazados, ambos protagonizados por Lira. Sería el otoño del año 1981, el último de Lira, cuando un restorán costumbrista con veleidades literarias organizó unas jornadas poéticas a las que Lira fue invitado a leer o a declamar. Antes de subir éste al escenario, su madre tuvo el cuidado de cerrarle la bragueta.

Al final del sarao, en el estacionamiento del local, el dele-dele la versión local del gorrillas madrileño guió hacia la salida, con señas, a MM, que conducía. Al momento de dar una propina, Lira que tenía aspecto, maneras y lenguaje de gran señor se adelantó a MM y desde el asiento trasero entregó al dele-dele una sola moneda de ínfima cuantía, diciéndole: «Tome, buen hombre, para que se dé un gusto».

S

14 mars 2013

Mi romántico alemán

Mi tío leyó cuando joven las obras completas de Hermann Hesse en uno de esos magníficos libracos que publicaba Aguilar y, cuando fue mi turno de ser joven, me lo regaló. Me lo leí de principio a fin, de Peter Camezind al Juego de abalorios, o sea. Tiempo después me regaló el Elogio de la vejez. Al principio, me resistí a leerlo. Un poco por el título y otro poco por el aire new age que Hesse había ido adoptando. Pero de esto, él no tendrá la culpa. ¿O sí?

Elogio de la vejez son poemas y apuntes escritos en sus últimos años. La mayoría de las ediciones llevan en la portada una foto del autor con su nieto, imagen que recuerda al famoso cuadro de Ghirlandaio, más por el paisaje alpino que por la nariz del anciano.

G

Lo cierto es que he leído el libro y no me arrepiento. Se me ocurren dos perogrulladas. Una, que el Premio Nobel no lo regalan.

Y dos, que todos tenemos un alemán romántico de cabecera. Y el mío, por lo visto, es Hesse, a pesar de que a éste no le hubiese gustado que lo considerasen romántico y se pasó la vida tratando de ser suizo. Un romántico alemán de cabecera, esto es aquél que asoma cuando damos un paseo solitario. Vamos solos, sí, pero un romántico alemán se nos posa en el hombro y nos comenta el paisaje.

Mi romántico alemán es muy humilde y extremadamente soberbio. De Nina, una vieja campesina del Tessino, escribe: Con aire burlón de camarada me observa. Conoce al lobo estepario, sabe que soy un signore, un artista, pero sabe también que en mi vida ya no pasa casi nada interesante. Hesse, el humilde. Y el arrogante, más adelante: Sólo hay jóvenes y viejos entre los mediocres. Los seres bien dotados son al mismo tiempo jóvenes y viejos.

Y esto: Los jóvenes a quienes uno puede imaginar como viejos serán precisamente los viejos más interesantes. Esta afirmación está traducida completamente al revés en la versión española publicada por El Aleph, lo que confirma una vez más la evidencia de que la humanidad va a la izquierda o a la derecha según le pete al traductor.

Ser joven es estrechar contra su pecho a una hermosa muchacha, escribe Hesse. Ser viejo consiste en estrechar contra su pecho una obra de Goethe.

Por lo visto, su romántico alemán era Goethe.

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10 mars 2013

El joven Marías

Estamos a 31 de marzo de 1989. El primer ministro español, Felipe González, preside por esos días la Unión Europea, y Bernard Pivot lo invita a su celebrada emisión literaria de la televisión francesa, Apostrophes y, para hablar de libros, de literatura peninsular, le pide que invite a dos novelistas españoles.

Así comparecen ese viernes por la noche al plató de Antenne 2, González, su entonces mujer Carmen Romero, Eduardo Mendoza y Javier Marías. Pivot, por su parte, ha invitado al cervantista Jean Canavaggio y a Marc Lambron, quien, tras un periodo como diplomático en la capital de España, había publicado L'Impromptu de Madrid.

Ha pasado casi un cuarto de siglo desde entonces. Como siempre en relación al tiempo, parece más y parece menos.

Aunque tal vez más que menos. Un primer ministro español con tenue europea, que habla de Camus y de Cervantes con propiedad y recita a Machado y a Lorca... La España invertebrada, que describió Ortega, vuelve a vertebrarse a través de una nueva generación que encabeza González, afirma para la ocasión Lambron... Qué distante suena todo eso, de cara a la pesantez del presente.

Pero, bueno, no hemos venido a quejarnos sino a alabar el buen ojo de González a la hora de escoger a sus lugartenientes.  Mendoza ya era un novelista consagrado y su último libro publicado entonces, La ciudad de los prodigios, es su obra más leída y celebrada. Marías, en cambio, era aún una joven promesa que escribiría sus mejores libros en los años venideros.

Eso explica el título de esto, El joven Marías, y también porque llegamos al recuerdo de este programa, y a la búsqueda de su grabación, hablando en este blog de Marías. Demoré en cumplir con la promesa de traerlo aquí, y agradezco a mi amigo Simon el haberme echado una mano para conseguirlo. Está en dos partes. La primera, consagrada principalmente a Felipe y a Mendoza. La segunda, al joven Marías. Para ver ambos, el pasaporte es JM.

M

7 mars 2013

El clon cool

Inesperadamente, algo bueno en un diario chileno: este cuento de Jaime Collyer, Swingers.

Un relato sobre el clon cool como posibilidad de uno mismo, como fórmula para alcanzar el estado de sosiego que busca todo caballero.

Interés añadido de esta falsa historia de ciencia ficción: asomarse y ver cómo pasaron la tarde de ayer los Ortúzar, una pareja de la clase ascendente en el Chile emergente.

P

Óleo de Peter Ravn

6 mars 2013

La ventana

Uno escribe algo sobre un papel en el tren y lo deja abandonado. Otro encuentra ese papel, lo lee, escribe algo sobre eso y luego lo olvida. Pasan las semanas y una madrugada alguien toma su tableta y escribe en Google « desear no haber nacido » y, de todas las ventanas que aparecen, elige abrir una, la de este blog. Me entero de esto por la mañana, a la hora en que sale el sol. Abro la ventana. Todo significa, aunque sea insignificante. Ubuntu, dicen en África.

C

Óleo de Carabacho

2 mars 2013

El sombrero de Jipijapa

Playa, cielo, sol y amor, decía una cantilena de la radio. La playa pop es la playa de los Beach Boys, la de los comerciales de Fanta. Que también pueda ser un lugar desolador como ese libro de Pavese, o el decorado glauco del teatro de las muertes del Carabacho y Pasolini, no quita que asociemos mayormente la playa con el narcisismo light de las vacaciones juveniles.

Se entiende por playa del mar la extensión de tierra que las olas bañan y desocupan alternativamente hasta donde llegan en las más altas mareas, escribió Andrés Bello en el Código Civil chileno. Me lo enseñaba mi hermana para mostrarme que había poesía en los códigos y no sólo en las musarañas que nadan en la luz.

El cuento es que estábamos con mi amigo Julio Moliné en una solitaria playa chilena, en una de esas extensiones de arena que las olas bañan y desocupan alternativamente, cuando de pronto la playa se fue llenando de ancianos venidos desde las dunas. Una epifanía, la tranquila alegría de aquellos añosos señores revigorizados por el aire yodado, dejándose llevar hasta la intrepidez de levantarse los pantalones y las polleras para remojarse las canillas en las heladísimas aguas del Pacífico austral.

Julio llevaba entonces siempre la Leica consigo y el encuentro con los mayores se convirtió en una sesión fotográfica que está registrada en su sitio. Volver a ver la luz de esas imágenes ha sido darme un paseo circular por las edades de la vida. Porque fuimos jóvenes tal vez nos sea dado llegar a ser ancianos y dejarnos fotografiar junto a unos jóvenes tocados con un sombrero de Jipijapa.

Foto de Julio Moliné

© Foto de Julio Moliné

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