El método Barenboim
Biopic de Wagner en la tele, donde el sajón queda como chaleco de mono. Que fue antisemita ya lo sabía yo. Y el compositor favorito del Fürher, también, tanto como que el nazismo usó y abusó de sus orquestaciones. Lo que ignoraba es que tanta presunción, como la suya, cupiese en un individuo de baja estatura. Comento con mi tío este detalle de los centímetros, y me renvía a mis clásicos, recordándome la talla de Wagner, el pianista de la Castafiore.
Escuchar la música de Wagner puede ser una experiencia conmovedora, para qué estropearla con los trapicheos del hombre que la compuso. No se necesita saber mucho sobre el creador para apreciar la obra, y hay casos en que es mejor no saber nada. Wagner puede ser uno de esos. Pero ya se sabe que la curiosidad mata al gato, y ahora cuando escucho el adagio de Lohengrin asoma efectivamente un gato. Muerto. Me ha pasado con más de un compositor romántico, cuya música asocio ya inevitablemente a los falsos clímax de las teleseries que tenía que tragarme a la hora de almuerzo en Sudamérica. Música romántica y chanfaina de bofe.
Pues bien, leyendo el último libro de mi amigo Mário Mesquita, me entero de que hasta hace pocos años la música de Wagner nunca había sido interpretada en Israel. Un par de intentos en esa dirección se saldaron con la presencia de sobrevivientes de los campos de la muerte en el escenario, impidiéndolos. Hasta que un día, Daniel Barenboim, argentino educado en Israel, volvió a la carga y propuso a Wagner en el programa que iba a dirigir en Jerusalén. Ante la oposición de las autoridades, Barenboim debió echar pie atrás. Pero a la hora de los bises, durante el concierto, el director se dirigió directamente a los espectadores preguntándoles si querían escuchar a Wagner.
Un grupo de éstos le gritó de todo, sinvergüenza, vendido y renegado. Barenboim los invitó a subir al escenario a exponer sus argumentos. Al cabo de un debate de cerca de una hora, y comprobando que quienes se oponían no llegaban al cuarto del aforo, los invitó cortésmente a abandonar la sala para permitir a la mayoría escuchar a Wagner en buenas condiciones.
Se me ocurre que el método Barenboim para neutralizar a los excitados de las primeras filas será de amplio espectro, aun si hay salas que no se pueden abandonar tan fácilmente. Espero no olvidarlo el día en que las papas quemen.
Wagner al piano, óleo de Harry Everett Townsend