Por el Camino del Norte
Camino de Santiago es un buen nombre pero mejor es El Desvío a Santiago, como se llama un libro de Nooteboom. Digo esto porque estoy leyendo Compostelle malgré moi, de Jean-Christophe Rufin. En rigor el libro se llama Immortelle randonnée, título que me parece francamente malo, blandamente oximórico —randonnée se ha ido convirtiendo en un término deportivo e immortelle en un adjetivo trascendentoide—, así que prefiero llamarlo por su subtítulo, Compostelle malgré moi, tan simple como difícil de traducir.
Los locos suelen ser caminadores compulsivos. Pero Rufin es un modelo de cordura. Médico —fundador de Médicos sin fronteras—, escritor —premio Goncourt, miembro de la Academia francesa—, embajador en Senegal y Brasil, decide recorrer a pie el Camino del Norte, de Hendaya a Gijón por la cornisa cantábrica y de allí a Santiago por el Camino primitivo, y escribir este libro. Durante la travesía no toma notas, según cuenta, el libro lo escribe de regreso a Francia siguiendos las marcas que la experiencia ha dejado en su memoria.
Me lo he leído de un tirón hasta la entrada del peregrino en Asturias. Aún no decido si leeré la porción asturiana en la propia Asturias, donde estaré, si todo va bien, dentro de dos semanas. O si sigo adelante y apuro el final, como me pedirá seguramente el cuerpo. Me gustan los relatos de andariegos, recuerdo con entusiasmo los de Thoreau, Herzog, el propio Pedro Páramo, de Rulfo. Compostelle... tiene, hasta ahora, unas cuantas páginas notables sobre la relación que el caminante establece consigo mismo y los demás, con su cuerpo y el pensamiento, con el tiempo y el espacio que se materializan en ese camino al que se aferra con tenacidad. Además, presenta la mirada de un francés ilustrado sobre unos lugares que me son entrañables.
Tendría así mucho material para citar pero, por ahora, arranco sólo esta línea de la descripción de su travesía de Bilbao: Les Espagnols aiment faire tous la même chose au même moment (A los españoles les gusta hacer lo mismo simultáneamente). Afirmación que me hace gracia por varias razones que prefiero no explicitar, justamente para no que no pierda la gracia.