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Camino de Santiago
17 mai 2014

El volcán

MI AMIGO TENÍA 16 años y ella 15. La noche en que comenzó el noviazgo, ella llevaba hot pants de terciopelo negro. Se vieron pocas veces. Vivían lejos y no era fácil cubrir la distancia. Sus padres eran estrictos. Mi amigo no tenía teléfono y para llamarla debía ir al almacén de la esquina y hablar desde la trastienda entre tambores de aceite.

Una de las tardes en que mi amigo la visitó, llevó consigo un cuaderno en el que escribía pensamientos y versos, tal como ella se lo había pedido. No tardaron en descuidar el cuaderno, su hermano menor se hizo con él y comenzó a recitar aquellos versos en voz alta. Al poco tiempo ella marchó con su toda su familia a pasar unas largas vacaciones al sur del país, a la región de los lagos y los volcanes, al borde de un lago y de un volcán, precisamente, tal como hacían cada verano.

Allí estaban cuando el volcán entró en erupción. La gran fumarola que escapaba del cráter cubrió de cenizas el valle y su imagen llenó las portadas de los periódicos y las pantallas de los televisores. La lava se llevó por delante varios poblados, bosques enteros, rocas, cultivos y animales, y empujó todo ese magma al fondo del lago.

Desde la ciudad no había comunicación con el balneario en el que ella estaba, y el corazón de mi amigo se llenó de  inquietud durante unos interminables días.

Cuando por fin cesó la emergencia y ella pudo regresar a la capital, mi amigo tardó aun unos días en comunicar con ella. No estaba en casa o no se ponía al teléfono. Cuando hablaron, ella le contó de la zozobra vivida y de cómo la había sobrellevado arrimada al cariño del hijo de una familia amiga. La noticia era esa, entonces. El volcán y la erupción habían puesto el estrépito, pero el ruido sordo era otro, era ése.

No volvió a verla. Siguieron unos años intensos, mi amigo era joven y las calles hervían de gente. Había estado enamorado pero la había olvidado en seguida. Tal vez sólo sintió el tirón de la pérdida alguna tarde en el cine o leyendo una novela, cuando el sentimiento ajeno le avivaría el que había sido suyo.

Quince años después, mi amigo estaba una tarde en su oficina, mirando desde la ventana los techos de las casas bajas de la ciudad vieja, cuando le avisaron de que tenía visita y dieron el nombre de una mujer que había sido su compañera en la universidad antes de que ella partiese al exilio. Estaba de regreso entonces. Qué alegría verla. No venía sola, la acompañaba una amiga. Mi amigo la saludó también, pero en seguida volvió la vista hacia su recobrada amiga y la cubrió de preguntas. ¿Cómo estaba, tenía hijos, cómo había sido vivir todos esos años lejos, qué le parecía el país al que ahora volvía? Su amiga le iba contando los pormenores de su periplo, insistiendo en que lo esencial lo había vivido junto a esta amiga que estaba a su lado, la que de tanto en tanto probaba a intervenir. No diré que a mi amigo esto lo importunase, pero él quería escuchar el relato de primera mano en la voz de su propia amiga y centraba toda su atención en ella.

Cuando llegó el momento de despedirse, la amiga de la amiga, la acompañante, le hizo entonces una pregunta abiertamente fuera de lugar, una pregunta destinada probablemente a atraer por fin su atención sobre ella. Le preguntó por el volcán, le preguntó si recordaba la erupción del volcán y sus devastadoras consecuencias. Entonces mi amigo sí la miró, sí que posó durante un largo momento la vista en ella. Entonces eres tú, le dijo. Me alegra verte, me alegra que hayas venido, y siento no haberte reconocido. Pero bueno, agregó, tal vez inútilmente, puesto que has vivido lo mismo que nuestra amiga común, ahora también ya sé todo de ti.

Lo que pasó luego no fueron años sino décadas. Pocas veces mi amigo recordó esta historia. Hasta que un día escucho que se había despertado el volcán.

V

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Commentaires
M
Ahí has estado parriano, porque Parra ha hecho de Nadie todo un personaje. <br /> <br /> <br /> <br /> En Hojas de Parra, durante la dictadura: "Quién nos salvará del comunismo? Nadie! Quién nos devolverá la democracia? Nadie!". <br /> <br /> <br /> <br /> Antes, en las Canciones rusas: "No se puede dormir / Alguien anda moviendo las cortinas. / Me levanto. / No hay nadie. / Probablemente rayos de la luna".
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S
No creas, en lo de nadie has estado acertado.
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M
Nada, S, gracias a ti por leerla. Cuando releí esta mañana lo que había escrito anoche, me dije que ésta sí que no la leería nadie. Y ya ves, me he equivocado otra vez.
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S
Pensé que te olvidarías. Qué grande eres! Gracias.
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