Fin del mundo con jardín y arroyo
El fin del mundo, End der Welt, no está lejos. Se puede subir en funicular desde el lago de Biena, dos estaciones, quinientos metros de desnivel, y luego andar veinte minutos. End der Welt no tiene mucho que mostrar, unos campos deportivos a cielo abierto y un restaurant, cerrado por vacaciones.
Al otro extremo del lago de Biena está la isla Saint-Pierre, istmo más que isla, donde Rousseau, viejo ya y descreido, escribió las famosas Rêveries du promeneur solitaire. Ese nombre le dieron también al camino que bordea el lago o laguna que recoge el agua de lluvia del pueblo donde vivo.
Biena es conocida por ser la cuna de la relojería. La reforma protestante dio un impulso a esta fabricación, parece, porque dejó súbitamente sin trabajo a muchos orfebres, que de hacedores de crucifijos se reconvirtieron en relojeros. De Biena es el reloj que llevo, que era de mi padre.
Hay quien teme ahora que esa industria relojera deslocalice su producción hacia otras plazas en Europa del este. Biena es la ciudad más pobre de Suiza, me dice un bernés. En los clubes de ricos siempre habrá un miembro más pobre pero no es seguro que se note desde fuera. Como sea, en la iglesia de San Benito, en la ciudad vieja, el aprendiz de organista hace sus gamas una mañana cualquiera entre semana y el resultado parece un concierto de categoría. O será el espíritu de las vacaciones el que hace que todo parezca un peldaño por encima, el propio veraneante incluido, sin ir más lejos. Biena, por otra parte, es la avanzadilla del habla germana hacia el oeste, y de la francesa hacia el este. La ciudad estuvo bajo el dominio del príncipe-obispo de Basilea desde el s.XI hasta la Revolución francesa, y fue francesa durante 17 años, antes de integrarse a la Confederación suiza.
Más podría decirse de estos lugares pero es bueno no excederse. El bernés Paul Klee advertía hace cien años: Se yerra intentando expresarse con más medios que la naturaleza, cuando cabría intentar hacerlo con menos. Lo decía en relación a los cuadritos que pintaba, como el que ilustra esta página, Jardín junto al arroyo.
Bueno, sí, cabría añadir que al cabo del viaje la Ardena estaba bonica, toda florecida de adelfillas.
Y sobre lo que dice S abajo, ordenaba la maleta y del bolsillo perro del pantalón cayó un franco. Creía haber gastado yo hasta el último, y no. La economía siempre te da una oportunidad.