¿Y lo mío, lo mío, lo mío, qué?
Montano me recuerda la carta de Savater a su madre, aquejada de alzheimer, que abre su autobiografía. En las visitas que Savater hacía a su madre, una compañera de achaques de ésta se sentaba al fondo de la sala de visitas y proclamaba a voces: ¿Y lo mío, lo mío, lo mío, qué?
Me recuerda también unas líneas sobre la enfermedad terminal de Cioran, el propio alzheimer. A pesar de haber perdido la cabeza, Cioran habló francés hasta el final, tal como había decidido hacer medio siglo antes. La prueba de que se puede perder la cabeza manteniendo la cabezonería.
Pero qué raro será perder la conexión con la memoria, apartarse del propio pasado y quedarse aislado en el presente. No sé si previendo un momento como ése, Perec levantó, en Me acuerdo (de las cosas comunes), su lista de recuerdos olvidados. Tal vez esa sea la tarea de cada cual, pasar revista a su lista mientras no se borre del todo.
Hoy el diario publica el resultado de un estudio según el cual los flavonoides contenidos en el chocolate devuelven al hipocampo del sexagenario una lozanía propia del trentenario. El estudio, eso sí, fue financiado por una marca de chocolates y debería llevar su nombre, creo yo, Ferrero-Rocher o Mon chéri.