Mi vecina convive con dos familias de mandarines y un canario. Cuando se va de viaje, soy yo quien les da el alpiste y les cambia el agua. Lo que más me gusta es verlos bañarse en el agua limpia. También riego las plantas y vacío el buzón. A lo que quiero llegar es justamente a eso, al buzón. Mi vecina tiene una editorial y la cantidad de manuscritos que encuentro en el buzón cansa de mirarla. Tira para atrás. Cuentos y más cuentos, todos parecidos, todos iguales. La editorial de mi vecina publica sólo unos pocos libros al año, la mayoría de esos manuscritos permanecerá en los limbos en calidad de nonatos.
Que yo hable aquí más de libros buenos que de libros malos, no quiere decir que no lea bodrios. A veces, obligado por las circunstancias. Otras no, o no tanto. Libros, como dirían en mi pueblo, matados de malos.
También puede ser matado de malo un libro firmado por una lumbrera. Por ejemplo, el libro póstumo de Carlos Fuentes, Personas. Un conjunto de semblanzas de sus compañeros de travesía, reza la contratapa. Buñuel, Mitterrand, Malraux, Sontag, Neruda, Cortázar. Qué bien suena todo.
Y luego, mira. Pasen las imprecisiones: llamar a la ciudad natal de Neruda, Parral, «provincia de Parras» o, hablando de la independencia de Chile, confundir a Manuel Rodríguez con José Manuel Carrera... Un libro, por lo visto, parido con forceps editoriales.
«Pablo Neruda envió las carabelas de Colón de regreso a España. (...) Nos obligó a mirar dentro de las peluquerías y a temblar ante nuestros fantasmas en las vitrinas de las zapaterías. Nos sacó de los jardines de nuestros Versalles literarios y nos arrojó al fango de las alcantarillas urbanas y a la putrefacción de las selvas tropicales».
Todo así. El mundo debería reírse más, pero después de haber comido, como decía Mario Moreno.