La música
De una caja de libros viejos, escojo la Sonata a Kreutzer, de Tolstoi. Lo escojo por el barbudo y por la sonata. Claro que, sobre Tolstoi, La canción para pasar el sombrero resume mayormente el cuadro.
Lo cierto es que el inicio del relato, en un tren, resulta falto de naturalidad, como si estuviese destinado sólo a poner en su centro la retahíla integrista del personaje, Podsnichef, el propietario y padre de familia que apuñaló a su mujer cegado por los celos: dardos contra la concupiscencia de los gochos y la música, en nombre de una pureza bíblica. Pero una vez que Podsnichef comienza a relatar las circunstancias de su crimen, sus horas previas, el relato toma forma y se entrevera felizmente con consideraciones como estas sobre el poder de la música:
«¡Qué cosa tan terrible esa sonata! Sobre todo aquel presto. Y qué cosa tan terrible la música en general. / Bajo su influjo me parece sentir realmente lo que no siento, comprender lo que no comprendo, poder lo que no puedo. / Se comprende que la musica provoque excitaciones que no resuelve. / Por ejemplo, el primer presto de esa Sonata a Kreutzer —y existe mucha musica así— ¿se puede tocar en salones en medio de damas escotadas, o en conciertos, y después de acabado, aplaudir, y pasar a otro tiempo o a otra obra?».