El incendio
No quisiera resultar pesadamente confesional pero sucede que ayer se incendió la casa donde yo vivía por los años de los que hablaba el sábado a propósito de mi profesor de química.
No vive uno en un lugar doce años —y a los doce años— sin que cuando ese lugar se queme chisporroteen unas cuantas brasas apagadas.
Desde esas ventanas por donde asoman llamas y humo contemplé yo cuando niño otros incendios y balaceras y atropellos, y también imágenes más dulces como el olor de la pastelería por las tardes mientras unas muchachas esperaban a sus novios.
De a poco se fueron mudando a otros lugares las familias que allí vivían y el barrio fue convirtiéndose en un mercado de repuestos de automóviles. Uno de esos depósitos hizo fuego ayer. A no ser que fuese una tostaduría que se había instalado donde antes hubo una peluquería y antes la casa de una solterona.