Tarde de lluvia en el museo de Tintín
Tarde de domingo en el museo Hergé —entrada libre. El museo ya lo he descrito antes, así que a lo que voy.
La sala que reconstituye el salón de Hergé. En un muro, una amplia biblioteca y discoteca. Jung, Bachelard, Montherlant. Entre los discos, Satchmo, Maxime Nightingale, Pink Floyd.
En el otro muro, siete cuadros. Un Bochner, un Alechinsky (dedicado «à Hergé, source d'images»), un Dubuffet.
Me siento en un rincón a observar qué hace la gente. A la izquierda la biblioteca, a la derecha la pinacoteca.
Hay quien entra y vuelve en seguida sobre sus pasos. La mayoría comienza por darle una mirada opaca al muro de los cuadros y se acerca en seguida a observar las carátulas de los discos y a leer los lomos de los libros. Una persona va y lee la lista con el nombre de los cuadros y sus autores. Pero en veinte minutos —durante los cuales habré visto pasar a varias decenas de visitantes— nadie se acerca a mirar los cuadros. Ni con detención ni sin detención.
Ya sé que veinte minutos no son nada, que se trata de un museo de historietas, que la gente ha ido a pasar el rato —como yo— y no a ver pintura abstracta, que no hay conclusión alguna que extraer en una tarde de lluvia un domingo de marzo.
Aun así, la próxima vez que alguien me hable de la preeminencia de la imagen en la cultura contemporánea le diré lo que por lo demás me paso el día diciendo: mira, depende...