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Camino de Santiago
29 mars 2016

El basurero

Un tipo decidió una noche matarse. Y se mató, abrazado al ordenador. En el ordenador fue dejando el historial de sus decisiones: A la medianoche arrojó su vida profesional al papelero. A las dos, sus vida administrativa. A las cuatro, su vida sentimental. Al alba, arrojó lo que quedaba por la ventana.

Le dije a un amigo que tenía que escribir una novela con esta historia pero no me hizo caso. Así que tengo que contarla yo, aprovechando que la he recordado con el cuento del kamikaze del aeropuerto de Bruselas, ése que escribió su testamento en el ordenador y, antes de partir al aeropuerto o a al metro para matar y matarse, lo arrojó al basurero.

Qué basura.

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26 mars 2016

El terrorista runner

Salah Abdeslam asoma al quicio de la puerta de la casa en que se esconde, ve al grupo de policías a su derecha y echa entonces a correr hacia la izquierda. No es la suya una carrera desbocada, sino un trote vivo, a ritmo de runner.

La escena tiene un punto absurdo, cómo no. Tras cuatro meses de persecución, el terrorista más buscado de Bélgica se da de cara con sus perseguidores y se aleja al trote. Como si estos fueran a consentírselo. Como si a la vuelta de la esquina se le abriesen las puertas de la libertad. Su carrera es probablemente un movimiento reflejo, como el de un ave de corral decapitada. Como sea, no dura casi nada, dos o tres pasos apenas, hasta que una detonación la corta en seco.

En las horas que siguieron a los atentados terroristas de París, la hipótesis de que uno de los hechores no cumplió con su parte prevista en la masacre fue abriéndose paso. Cuando se confirmó que Abdeslam con la ayuda de un par de cómplices regresó a Bruselas, a su propio barrio, la noche misma de los hechos, esa idea cobró más fuerza. 

La expusimos aquí, cruzando varios elementos: los términos de la reivindicación del Estado islámico, las imágenes de Abdeslam en una gasolinera camino de Bruselas, la aparición de un cinturón de explosivos en un basurero en París. Contrariamente a su hermano Brahim, hombre-bomba consumado en París, Salah Abdeslam se había arrepentido, en el sentido de que había llegado a París cargado de explosivos a saltar por los aires y había salido de París huyendo con la cola entre las piernas. 

Tras cuatro meses en los que probablemente se vio obligado a cambiar de escondite varias veces —al menos de dos de ellos parece haber podido huir en el momento de la llegada de la policía, por los techos en un caso, aprovechando una mudanza, en otro—, su detención con vida y su posterior confrontación a la justicia podría permitir alcanzar el establecimiento de la verdad: qué pasó con él en París, qué hizo y qué dejó de hacer. 

Una vez detenido e interrogado, sin embargo, resulta evidente para el observador ,tanto como para el propio Abdelsam y su abogado, que esa versión, la del arrepentido, pasa a ser también su mejor línea de defensa. Si se arrepintió antes de pasar al acto, su culpabilidad se limitaría a una eventual participación en la preparación de los atentados.

Así, incluso si la hipótesis del arrepentimiento es verdadera, esa verdad, convertida en estrategia procesal, se convierte en una verdad espuria.

24 mars 2016

El taxista

«Los terroristas llegaron ayer al aeropuerto en taxi. La policía ya habrá entrevistado al chofer. A ver qué medio será el primero en hacerlo», escribí ayer en Twitter.

Luego me enteré de que el taxista en cuanto vio las fotos de los presuntos terroristas en la web, un par de horas después de los bombazos, los reconoció y corrió a hablar con la policía. Su testimonio permitió encontrar rápidamente una maleta que los yihadistas había dejado cargada de explosivos en el aeropuerto y hacerla explotar bajo control, sin causar más víctimas.

El taxista explicó que había sido enviado por su empresa a recoger a unos pasajeros que querían ir al aeropuerto temprano por la mañana del martes 22. Habían pedido una combi porque eran tres y llevaban equipaje. La empresa de taxis no tenía en ese momento una disponible y envió un auto estándar. Los pasajeros intentaron meter las cinco maletas que querían transportar en el maletero. Sólo cupieron tres y optaron por dejar las otras dos. 

«Dice el taxista que llevó a los kamikazes al aeropuerto que estos querían llevar cinco maletas. Por suerte en el maletero sólo cupieron tres», escribí un poco más tarde, también en Twitter. «Y que como iban justos de pasta, no pudieron coger otro taxi para llevar las otras dos maletas», respondió un lector.

No es fácil en Bruselas coger un taxi, más aun en un barrio periférico. Los taxis se llaman, salvo que se esté en una estación, en cuyo caso se hace la fila. Ante la eventualidad de volver a llamar para tratar de obtener otro y esperar media hora más, los yihadistas optaron por dejar de lado dos maletas cargadas de explosivos y contentarse con llevar tres.

El taxista también explicó que una vez en el aeropuerto quiso ayudar a sacar el equipaje del maletero, pero los pasajeros se lo impidieron. No le dio más importancia al detalle. Tampoco a que ellos llevaran una mano enguantada

El taxista quiere mantener el anonimato. No habrá, por ahora —hay que confiar en la perseverancia del gremio— entrevista de prensa. La mayoría de los taxistas de Bruselas son extranjeros o de origen extranjero. Muchos son iraníes. 

La colaboración del taxista en la identifición de la maleta abandonada probablemente haya salvado unas cuantas vidas. Y es posible incluso que alguna vida se haya salvado por el tamaño del maletero.

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11 mars 2016

El kamikaze ferpecto

Hablando de Pavese, decía Savater que el auténtico suicida decide primero matarse y luego busca algún pretexto para darse valor. La idea es interesante pero pienso en mis amigos suicidas y no puedo darle la razón, o no del todo.

Tampoco si nos fijamos en los kamikazes al uso, en esos que saltan por el aire en nombre del califato. No creo que quieran matarse de por sí, como dirían en México. Probablemente el chute de adrenalina que la violencia propicia sea más fuerte que el miedo a la muerte, y allá van.

En febrero, en un vuelo entre Mogadiscio y Yibuti, en el Cuerno del África, un terrorista activó la bomba que cargaba, provocando el resultado que se aprecia en la imagen:

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La explosión abrió un boquete en el fuselaje del avión, por donde salió disparado el terrorista. Tras lo cual el avión dio la vuelta y regresó al aeropuerto de salida, con la tripulación y los pasajeros sacudidos pero indemnes. ¿Cómo fue que el kamikaze, un maestro de escuela coránica, miembro del grupo terrorista Al Shabab, logró matarse únicamente a sí mismo? Misterios de la física.

Se podría creer que el kamikaze somalí es el kamikaze ideal porque al final de su acción, y el resultado es lo que cuenta, hay un kamikaze menos.

En los atentados de París del 13 de noviembre de 2015 parece claro que algo falló para los yihadistas en el primero de la serie de cuatro ataques previstos, el del Estadio de Francia. Como se recuerda, esa noche se jugaba allí un partido amistoso entre las selecciones de Francia y Alemania. Dos terroristas armados de cinturas explosivas intentaron entrar en el estadio con la intención de provocar una masacre. Un tercero esperaba el aflujo de la multitud en fuga en una boca de metro cercana.

El plan falló porque los terroristas no pudieron entrar en el estadio y los tres kamikazes saltaron por los aires en las inmediaciones de las puertas de acceso al recinto. Uno solo consiguió arrastrar a la muerte a un paseante.

Se podría considerar que los otros dos, que murieron sin lograr matar a nadie, representan sendos ejemplos del kamikaze ferpecto, del que sólo consigue matarse a sí mismo.

Pero no hay tal, desde luego. Le Monde publicó recientemente el testimonio de una familia que se encontraba junto al estadio esa noche infausta. Uno de los kamikazes explotó a unos metros de ellos.

Traduzco parte de su relato: «(Tras la explosión) caminamos sin rumbo. Compramos agua para limpiarnos. Nos mirábamos unos a otros. Estábamos cubiertos de una sangre que no era nuestra, de trozos de carne del tipo que había explotado, en la cara, en la ropa, en el pelo. Estoy segura de haber tragado alguno».

A ver cómo les expone alguien a ellos la teoría del kamikaze ferpecto.

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La actualidad actualiza a su manera este mensaje. Y hoy es 11-M.

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Para Holmess, por la paciencia.

6 mars 2016

Tarde de lluvia en el museo de Tintín

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Tarde de domingo en el museo Hergé —entrada libre. El museo ya lo he descrito antes, así que a lo que voy.

La sala que reconstituye el salón de Hergé. En un muro, una amplia biblioteca y discoteca. Jung, Bachelard, Montherlant. Entre los discos, Satchmo, Maxime Nightingale, Pink Floyd. 

En el otro muro, siete cuadros. Un Bochner, un Alechinsky (dedicado «à Hergé, source d'images»), un Dubuffet.

Me siento en un rincón a observar qué hace la gente. A la izquierda la biblioteca, a la derecha la pinacoteca.

Hay quien entra y vuelve en seguida sobre sus pasos. La mayoría comienza por darle una mirada opaca al muro de los cuadros y se acerca en seguida a observar las carátulas de los discos y a leer los lomos de los libros. Una persona va y lee la lista con el nombre de los cuadros y sus autores. Pero en veinte minutos —durante los cuales habré visto pasar a varias decenas de visitantes— nadie se acerca a mirar los cuadros. Ni con detención ni sin detención.

Ya sé que veinte minutos no son nada, que se trata de un museo de historietas, que la gente ha ido a pasar el rato —como yo— y no a ver pintura abstracta, que no hay conclusión alguna que extraer en una tarde de lluvia un domingo de marzo. 

Aun así, la próxima vez que alguien me hable de la preeminencia de la imagen en la cultura contemporánea le diré lo que por lo demás me paso el día diciendo: mira, depende...

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