El zoológico
Un hombre desnudo se introdujo ayer en la jaula de los leones del zoológico de Santiago de Chile. Las fieras lo contemplaron con asombro, el tipo se les colgó de los pelos, los leones le dieron un par de zarpazos y a otra cosa. En ese momento «se activaron los protocolos de seguridad» como se dice ahora y aparecieron los guardias, mataron a los leones y se llevaron al suicida al hospital, donde está grave.
Se cuenta rápido pero se comenta mucho. Pones a un hombre entre fieras y se desatan imágenes bíbilicas. El animalismo en boga, además, opina que si los zoológicos, que si la castración, que si la comida envasada... El suicida pasa a un segundísimo plan y tal vez sea mejor así.
Por mi parte agrego que a ese jardín zoológico solía ir yo con mi padre cuando niño en las mañanas de domingo. El recorrido era siempre el mismo. Las fieras enjauladas nos interesaban poco. La elefanta se veía desproporcionada en su reducto, la trompa larga y el rabo corto. Los leones estaban deprimidos, el león en su media jaula, la leona en la otra. Eso sí, a veces el león soltaba un rugido feroz. La jirafa estaba un poco mejor y conseguía estirar el largo cogote por encima de la reja y atrapar con su lengua suavísima el maní y otras porquerías que la gente le tendía.
Mi padre y yo nos demorábamos frente la gran jaula de los pájaros. Allí nos sentábamos a mirar como volaban plumas. Supongo que mirando esos pájaros multicolores descansábamos de todo lo demás. Cuando me aburría, me daba la vuelta y buscaba en el suelo a las hormigas oscuras, a su trapicheo incesante.
Luego nos íbamos a instalar delante del foso de los papiones. Allí todo era vocinglería. Al bullicio de los monos se sumaba el de los espectadores, contagiados. Dentro del foso también había un padre junto a su hijo mirando a otros monos. Una manada de monos es una sociedad en reducido y representa todas las emociones: la admiración, la envidia, la alegría, la ira. La mímesis: mirar a los monos es como mirar a los mimos sobre un escenario. Son un imán para los ojos. Y nos ponen frente al enigma que John Berger, cuando cuenta sus visitas al zoológico de Basilea con su padre, formula así: ¿Por qué se nos parecen tanto y sin embargo no son como nosotros?