Canalblog
Suivre ce blog Administration + Créer mon blog
Publicité
Camino de Santiago
18 juillet 2020

La isla de Cocos

De vez en cuando un amigo me pregunta qué leo. Como hace tiempo que no lo hace aprovecho para contestarle.

Otro amigo publicó una novela policíaca que transcurre en mi pueblo. El primer sospechoso del crimen dice que vive en mi calle. Aparte de eso, el sospechoso se me parece poco porque es feo y roñoso.

Me he leído también El Péndulo. Lleno de erudición, como todo lo que publicaba Eco, y a menudo divertido. El protagonista va a vivir un tiempo a Brasil con su novia brasilera, y juntos participan en sendas ceremonias de candomblé y umbanda, cultos sincréticos cristiano-africanos. La novia brasilera es café con leche, ha vivido parte de su vida en Europa y es profundamente racionalista, por lo que se asoma a esos rituales con distante esceptismo. Como se sabe, el punto culminante de esos ritos afrobrasileros es la encarnación de los dioses de la naturaleza en la persona de alguno de los participantes a la ceremonia, que súbitamente entra en trance, habla en lenguas, pone los ojos en blanco y se sacude convulsivamente. La novia brasilera resiste a la llamada de uno de esos poderes atávicos pero lo propio de los dioses es doblarnos la mano. Tanto así que al día siguiente la novia brasilera se siente tan incómoda que desaparece de la vida del protagonista para siempre. Las líneas que ponen fin a ese capítulo son saudade pura y reconcentrada:

«Permanecí todavía un año en Brasil, pero ya con la sensación de la partida. (...). Pasaba horas larguísimas en la playa tomando el sol. Me dedicaba a remontar cometas, que allá son bellísimas».

Luego me puse con Hamsun, Mujeres en la fuente. Un marinero noruego vuelve del Mediterráneo a su pueblo natal con una pierna menos. Hamsun escribe muy bien, con mucho nervio. Su relato deja flecos sueltos que por suerte él no se siente obligado a redondear. Hasta que de pronto se saca una carta gorda de debajo de la manga: «Después el invierno pasa. Y después otros inviernos pasan». Hombre, hombre...

Stevenson_Family_and_Servants,_Vailima,_July_31,_1892

También me leí una biografía de Stevenson. ¿Por qué decide RLS vivir sus últimos años en Samoa, un lugar cuyo clima no le conviene para nada a su precario estado de salud? El biógrafo, Alex Capus, deja ver una posibilidad bien novelesca.

Se supone que el tesoro de La Isla del tesoro es el de la catedral de Lima, que salió de El Callao a toda máquina a comienzos del XIX para ser puesto a buen recaudo y un corsario de apellido Thompson habría escondido en la isla de Cocos. Siempre se ha creído que se trata de la Isla de Cocos que está entre las Galápagos y América Central bajo juridicción costarricense. Pero resulta que RLS descubrió que el nombre anterior de la isla tonguesa de Tafahi —a unas cuantas horas de navegación desde su isla samoana— es también Isla de Cocos... RLS era rico porque accedió al final de su vida a la fortuna familiar —su abuelo había inventado un faro marítimo— y no necesitaba del tesoro de Lima para beber buen borgoña en plena Polinesia, pero ahí está el hallazgo del nombre de la isla para salpimentar la biografía.

Leyendo a Capus caigo en la cuenta de que Stevenson escribió la parte de la isla en La Isla del tesoro durante un invierno en el que se curaba la tuberculosis en Davos. El contraste entre el paisaje de los Alpes suizos en invierno —blanco sobre blanco— con la vegetación lujuriante de la isla tropical que describía es total.

Yo suelo regalar La Isla del tesoro, el libro, en alguna edición ilustrada. Y digo que la última vez que me se aceleró el corazón fue leyéndolo. También es cierto que cualquier circunstancia es buena para poner este Requiem escrito por RLS y que sirve como epitafio sobre su tumba:

«Bajo el inmenso y estrellado cielo / Caven mi fosa y déjenme yacer / Alegre he vivido y alegre muero / Pero al caer quiero hacerles un ruego / Que pongan sobre mi tumba este verso / Aquí yace donde quiso yacer / De vuelta del mar está el marinero / De vuelta del monte está el cazador».

 

PS / 

Todos sus biógrafos cuentan el momento de la muerte de Stevenson de la misma manera: que justo antes de caer fulminado por un ictus había bajado a la bodega a buscar una botella de buen borgoña para la cena. Sin embargo que en la casa no hay ninguna bodega a la que bajar...

 

PS 2/ La Isla de Cocos surge en medio del océano por una erupción volcánica. Durante mucho tiempo no es más que un enorme peñasco cubierto de lava. Hasta que un día una semilla arrastrada por el viento desde el continente encuentra refugio en la isla y prospera. Ahora la isla es pura selva impenetrable.

 

PS 3/ Tantos rebuscadores han pasado por la Isla de Cocos dejando abandonados toda suerte de cacharros que ahora es inútil buscar el tesoro con un detector de metales. Mientras más eficaz es éste menos funciona porque el suelo está tan lleno de desechos metálicos que el detector colapsa. Estas cosas y otras cuenta Capus.

 

PS 4/ Otra versión del Requiem de Stevenson que he puesto arriba, traducido por Javier Marías —con algún mínimo retoque:
«Ahora que la cuenta de mis años se ha cumplido / Y yo la vida sedentaria dejo para morir / Caven hondo y déjenme yacer bajo el inmenso y estrellado cielo /Alegre en vida, fui alegre al morir / Caven hondo y déjenme yacer.

Clara fue mi alma, libres mis actos, honor era mi nombre / Nunca huí ante el miedo ni perseguí la fama / Caven hondo y déjenme yacer bajo el inmenso y estrellado cielo / Alegre en vida, fui alegre al morir / Caven hondo y déjenme yacer.

Caven hondo en algún valle verde donde la brisa suave sople fresca en el río y en los árboles cante… / Caven hondo y déjenme yacer bajo el inmenso y estrellado cielo / Alegre en vida, fui alegre al morir / Caven hondo y déjenme yacer».

Publicité
Publicité
Camino de Santiago
Publicité
Sobre el nombre de este blog
Derniers commentaires
Publicité