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Camino de Santiago
27 septembre 2020

Los negritos

Un hombre joven cae acribillado por las flechas de los habitantes de una de las islas Andamán, al este de la India, cuando intenta desembarcar en una de sus playas. La escena es de 2018 pero tiene, cómo no, algo de intemporal.

«La isla ésa tiene buena cocina pero los muslos de excursionistas los sirven un poco crudos», comentó a ese respecto un gracioso en Twitter. Y también: «Otro problema es que a menudo se corta la conexión por causa de los flechazos». El tribunal popular de las redes sociales no tardó en condenar al aventurero ya por supremacista, ya por bobo.

Un texto reciente vuelve sobre la historia de John Allen Chau, que así se llamaba el muchacho. En paralelo a su historia, llaman la atención un par de detalles. El primero es que Oriente ha cultivado el secretismo por siglos y ha visto en los viajes y la apertura al mundo una fuente de problemas. Existe un tabú hindú sobre los viajes océanicos llamado «kala pani», lo que se traduce como «aguas negras». En contra de lo que se cree en Occidente, para los orientales los largos viajes no abren ni ensanchan la mente sino que estropean el carácter al exponerlo a la impureza (amén de estropear mucho la ropa, como decía con guasa Mendoza). Esta reacción negativa ante los viajes y el sacrosanto comercio internacional pudo verse reforzada por el comportamiento despreciable a ojos de los orientales de algunos de los primeros europeos que asomaron por Oriente. Esto explicaría en parte la rapidez con que las flechas cayeron sobre Chau.

Lo segundo es que Maurice Vidal Portman tenía apenas 19 añitos cuando se hizo cargo a finales del sXIX del gobierno de las islas Andamán, cuya capital, Port Blair, contaba con una prisión donde los ingleses encerraban a los independentistas indios. En los ratos libres Portman se dedicó a fotografiar negritos —los españoles llamaron cariñosamente negritos a los andamanenses porque son morenos y de baja estatura y ese nombre prendió en casi todas las lenguas europeas.

Andaman Portman 3

La mayoría de esas fotos, como la que ilustra este texto en la que dos isleños sellan un acuerdo de caballeros, están en el Museo Británico. Portman también escribió un par de libros sobre las islas, libros que Chau leyó seguramente con avidez y cuyo contenido puede haber contribuido a su decisión de intentar entrar en relación con una población que se muestra hostil al contacto con los forasteros. El texto citado cuenta sin embargo que antropólogos indios han comunicado con los sentinelenses, que así se llaman los habitantes de la isla donde Chau fue muerto, a través del procedimiento de acercarse a sus playas y enviarles cocos con el oleaje, cocos que los negritos se apresuran a pescar. Incluso que las puntas de las flechas que mataron a Chau fueron reforzadas con el metal recuperado de una embarcación que naufragó frente a la isla.

A la hora de fotografiar a los negritos y tal vez porque las fotos estaban destinadas a un museo, Portman los hacía adoptar poses de héroes de la Antigüedad, lo que le ha valido cargar con el sambenito de ser un torcido homoerotista. ¿Puede un blanco fotografiar a un negro? se pregunta Michel Guerin. «Es verdad que miles de fotógrafos blancos —etnógrafos, historiadores, reporteros o artistas—, buenos o malos, monopolizan la imagen del Sur desde el sXIX», explica. Y ese flujo de imágenes más o menos tópicas consigue reconfortar la imagen que el público consumidor tiene de sí mismo.

El futuro traerá tal vez bajo la manga el arte de la mirada de los negritos hacia los blanquitos, que espero sea estimulante para todos. Por ahora parece que no están por la labor, que preferirían que no, como diría el otro.

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4 septembre 2020

Unos polvillos minerales

Hay tres lugares o espacios en Yoga, de Emmanuel Carrère:

El paraíso perdido, el tiempo inmediatamente anterior al relato, los diez mejores años de la vida del autor-personaje, durante los cuales escribió sus mejores libros, un tiempo y un espacio que quieren prolongarse en un nuevo libro «sutil y sonriente» sobre el yoga. Para escribirlo, el autor se apunta a un cursillo de meditación en la región forestal de Morvan, en el centro de Francia, cursillo que acaba para él intempestivamente. Son los días de la matanza de Charlie Hebdo.

El infierno o una temporada en el infierno, esto es una temporada en la sección de psiquiatría de un hospital parisino.

El purgatorio, en la isla griega de Leros, frente a la costa turca.

Y un epílogo sobre cómo se escribe un libro como éste, un libro de ficción-no-ficción.

Digo que se trata de un libro de ficción-no-ficción porque Carrère le hace un esguince a su principio de contar sus aventuras tales y cuales fueron. Lo explica más o menos así: Yo controlo lo que digo de mí mismo pero los demás no pueden controlar lo que yo cuento de ellos. De lo que se desprende que algunas personas que deberían por la fuerza de los hechos aparecer en este relato le han impuesto al autor un silencio radical sobre esa presencia. «Y en cuanto comienzas a cambiar los nombres de los protagonistas la ficción toma el poder y (...) abres la puerta a todas las ventanas», concluye.

Sobre el paraíso perdido y la temporada en el infierno: «Una mitad de mí es enemiga de la otra mitad», dice el autor describiendo su personalidad bipolar. Para sacarlo de la depresión y ahuyentar las ideas suicidas su terapia se prolonga con la ingesta diaria de litio, sustancia que permite que las fases de euforia y depresión no sean tan acusadas. Es interpelante notar que una vida de introspección a través del yoga, el tai chi, la meditación y la escritura dependa de unos polvillos minerales...

Yo tiendo a señalar a la adrenalina como fuente de estos desarreglos. O a las hormonas, como prefieran. El autor quiere escribir un libro mejor que el anterior y como el género que cultiva es la autoficción —la ficción-no-ficción— se mete en líos. Por la misma vía, quiere conquistar a una mujer más joven y más guapa que la anterior. Y nuevos líos. Y así sucesivamente.

Eso sí, no entiendo cómo un libro como éste —un librito sutil y sonriente sobre el yoga, como dice su autor irónicamente— no hace referencia a un principio de base del hinduismo: la rueda del placer gira a la misma velocidad que la rueda del dolor. Elemental, mi querido Krishna.

_______

PS / Cuenta Carrère que cuando un ruso (él lo es a medias) se va de viaje se sienta junto a su ser querido un momento en silencio, tras lo cual se levanta y se aleja sin mirar atrás.

PS 2/ Debilidad por las islas. Tres momentos claves del libro transcurren en las Azores, en las Baleares y en las islas del Dodecaneso.

PS 3/ La lectura de un libro va dejando una lista de referencias a mirar más de cerca, una lista de cosas por hacer cuando lo acabes. En este caso, ver Rocco y sus hermanos. Y escuchar la Polonesa heroica n°6 de Chopin en la versión de Marta Argerich, o al menos ver el minuto 5'30 de esa grabación. Porque así como cuando uno lee una novela mira de vez en cuando la foto del autor en la solapa, en un libro de ficción-no-ficción buscará de repente la cara de alguna persona que asoma por el relato. Lo hice esta vez con Bernard Maris, asesinado en Charlie Hebdo. Lo conocía, claro, pero tras leer lo que cuenta Carrère de él quise volverlo a ver.

PS 4/ ¿Por qué las portadas de los libros sobre yoga son tan feas?

PS 5/ Sobre bipolaridad y arte, este poema de Ferreira Gullar que me sé de memoria.

PS 6/ Marc Bassets sugiere que Carrère le hace este esguince a la no ficción para ganarse el Goncourt que, como se sabe, premia sólo libros de ficción.

PS 7/ «Si dejas asomar lo que hay en ti, lo que asome te salvará. Si no lo dejas asomar, lo que no asome te matará». El epígrafe, tomado del Evangelio apócrifo de Tomás.

PS 8/ Los libros de Carrère ordenados de izquierda a derecha de muy buenos a buenos no más:

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