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Camino de Santiago
16 novembre 2020

OK, Yôko

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Leo unos relatos de Yôko Ogawa. Me gustan, unos más, unos menos, pero todos están bien. Son sencillos y bien llevados. Queda sí la sensación cuando avanzas en la lectura de que Ogawa encontró una forma y que, aplicándola con variaciones, puede escribir mil relatos por el estilo. O nunca tantos, aunque me entero de que ha escrito treinta libros en veinte años. 

Los tres relatos que más me interesaron son aquellos en los que el narrador es un hombre, qué curioso. Un hombre que acompaña a su madre moribunda y se reencuentra con un amor de la infancia; otro que visita cada año el día de su cumpleaños a una añosa tía que iba para prima donna pero cambió de camino; y un tercero que limpia casas para costearse los estudios y tiene que hacerse cargo de la presencia insistente de una señora. Los tres son personajes algo transparentes, en el sentido de que están enteramente presentes en las situaciones pero no las recargan con su presencia.

Cuando tomé el libro no sabía si se trataba de un escritor o de una escritora, aunque en seguida me acordé de Yoko Ono y ya. Y como la guerra entre mujeres y hombres parece estar de moda, me llama la atención el intento de Ogawa de narrar siguiendo un punto de vista masculino. Creo que puede ser un ejercicio recomendable intentarlo alguna vez al menos. Chico Buarque ha escrito algunas des sus mejores canciones adoptando la voz de una mujer; en ninguna de sus novelas, en cambio, ha probado suerte.

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7 novembre 2020

Perico en bicicleta

Esta semana murió en Santiago de Chile el actor Nissim Sharim. El y su compañía Ictus representaron en esos años de apagón cultural un teatro crítico no sólo con la dictadura sino sobre todo con su base social, la burguesía desde luego y cierta clase media: el pinochetismo, en suma.

El grueso del público sin embargo recordará a Sharim sobre todo por su papel en un corto publicitario. No es raro que los mejores creativos dependieran entonces de la publicidad para sobrevivir y en el mejor de los casos para financiar sus aventuras creativas. Así fue como este comercial de un banco reúne a lo mejorcito del hacer cultural en el Chile de 1978.

La bicicleta en el imaginario local era un vehículo para los pobres y para los niños. Los pobres la usaban para ir a trabajar y los niños para dar vueltas a la manzana. En el comercial, el ciclista es un excéntrico romántico al que el coro griego le recuerda que en el mercado del amor el realismo cotiza más fuerte que la lírica.

Lo cierto es que las clases medias y populares obedecieron al llamado publicitario y se compraron un auto. Al punto de congestionar las calles que recorre Perico con un atasco interminable. Para las generaciones que han ido naciendo en medio de ese colapso, la bicicleta comienza a representar otra cosa: la ilusión de un camino despejado, de una movilidad abierta.

El mismo año del comercial, un grupo de jóvenes fundaron una revista, la llamaron La Bicicleta y la presentaron así: «En la era de los helicópteros concéntricos surge como una paradoja necesaria La Bicicleta»

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