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Camino de Santiago
29 novembre 2021

El encuentro

El filo de la navaja, y 2

Algo más sobre el encuentro en el sur de la India entre el protagonista de El filo de la navaja y Ramana Maharshi, un santo de mi devoción: 

«Nos quedamos solos y él me miró sin decir una palabra. No sé cuánto tiempo duró ese silencio, más de media hora, ciertamente».

Hollywood ha hecho ya dos películas con la novela. Hubiese sido bonito que en el cine el silencio del encuentro durase también media hora. Pero de eso nada. En la primera versión, estrenada en 1946, el encuentro se convierte en un largo hablamiento.  

Hay que decir que desde su publicación, en 1944, la novela tuvo un éxito inmediato y vendió dos millones de ejemplares en apenas unos meses. Hollywood no tardó en comprar los derechos y encargarle a Maugham que escribiera el guión. Trabajo que le pagaron nada menos que con un Matisse. A la hora de hacer la película, sin embargo, los productores de la Fox no ocuparon ni media línea de ese guión.

Con todo, la película fue un exitazo. En vista de lo cual la Fox le pidió a Maugham que escribiera una segunda parte, pero el inglés no tardó en no hacerles caso.

La última versión del encuentro, la del fime estrenado en 1984, no la encuentro por ninguna parte. Y a la luz del afiche de la película me gustaría prolongar ese desencuentro.

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PS/ También conviene reparar en cómo cuenta Maugham su propio encuentro con Ramana Maharshi, encuentro del que obtuvo la materia para describir el encuentro de la novela. Y ya puestos, reparar también en cómo un testigo de esa visita le enmienda la plana a la versión de Maugham.

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19 novembre 2021

Ángeles y arcángeles

El filo de la navaja

Era el curso de Introducción al derecho. El profesor era un carca de manual y los estudiantes unos melenudos de muy variado pelo. El impulso ideológico tendente a la abolición de las clases dominaba por la izquierda —en la que coexistían estalinistas, castristas, trotskistas y espartaquistas— impulso que ganaba incluso al centro izquierda socialdemócrata y al centro centro socialcristiano. Paso al socialismo, venían a decir todos estos con diferentes acentos, la sociedad de clases es una impasse. 

Frente a estos desfuerzos, el profesor de Introducción al derecho echó mano al que le parecía el argumento definitivo: cómo podían pretender imaginar una sociedad sin clases si el Ser Supremo en su infinita perfección dotó a los cielos de una estricta jerarquía compuesta por ángeles, arcángeles, serafines y querubines...

Me acuerdo de todo esto leyendo esta novela porque uno de los protagonistas, otro carca de manual, despliega ese mismo argumento. En su momento yo creí que el profesor de Introducción al derecho se había inventado el argumento ultrajado por lo que escuchaba y en su infinita carcunda. Ahora me digo que tal vez había leído la novela y subrayado el párrafo con un lápiz. Y que tal vez el argumento definitivo ya está en la Suma Teológica de Tomás de Aquino. Circunstancia no tengo apuro por verificar.

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13 novembre 2021

Una de Valparaíso

El húngaro era el cocinero del barco recién recalado en Valparaíso y bajó al puerto a comprar provisiones. En la panadería no entendieron qué quería y llamaron a Anja que hablaba alemán.

Anja y el húngaro sí que se entendieron, tanto así que ella lo invitó a su casa y lo presentó a su familia. Pero a la familia no les gustó el pretendiente y no encontraron nada mejor que encerrar a Anja hasta que el barco zarpara.

Cuando el barco zarpó la liberaron. Claro que, oh, sorpresa, el húngaro no se había embarcado y lo primero que hicieron Anja y él fue casarse.

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Fotograma de Joris IvensAnja es mi tía por alianza

2 novembre 2021

Una de Picardía

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Tiempo atrás me encontré un libro llamado Pour en finir avec Eddy Bellegueule. Me gustó el título, me lo traje y lo dejé por ahí olvidado. Hasta hace unos días, cuando escuché en la radio una entrevista con su autor. 

Que alguien se llamase Bellegueule, algo así como Jetabonita, me hizo creer que se trataba de una ficción cómica. Y no. Bellegueule es el nombre del autor, que decidió cambiar de vida y se autobautizó Edouard Louis, un nombre que suena respetable, al contrario del anterior, Eddy Bellegueule, que parece un nombre de vodevil, de feria de atracciones.

Se trata de un relato autobiográfico. Louis cuenta la infancia de Eddy Bellegueule —él mismo, cuando aún se llamaba así—  en un pueblo perdido de Picardía, en el noreste de Francia. Un pueblo más o menos como aquellos que describió Zola un siglo antes, con la diferencia de que ahora hay una tele encendida en todos los cuartos emitiendo programas de telerrealidad.

Todo bien con la autobiografía, con lo que cada cual quiera contar sobre sí mismo, lo mejor de la literatura pasa a menudo por la activación de ese mecanismo.

Un problema estriba en que es imposible contarse a sí mismo sin que entre en escena el prójimo, la familia, los seres más cercanos. Y cuando estos no salen precisamente bien parados (¿quién sale bien parado a corta distancia?), ¿qué hacer? ¿Maquillar a los personajes y descafeinar el relato o acabar en los tribunales?

Hasta donde llevó a Bellegueule su familia, descontenta de verse retratada gorda y grosera.

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