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El sol y la luna salen por el mar y por el mar se ponen. En invierno al menos. El color del mar al sol y al reflejo de la luna, el placer de la luz y del calor templado en la costa mediterránea del sur de España. Buscando cómo describirlos sin abusar de los adjetivos doy con esto: «Una luz cercana a la belleza o la belleza misma».

Buscando otra cosa llegamos a una playa de hippies. Son hippies septentrionales: alemanes, suizos o franceses, rubios, bien parecidos y aún con todos los dientes. Al mediodía tocan la guitarra, cantan y se mueven melodiosamente mientras los niños pequeños bailan a su alrededor. Una imagen tomada directamente de Woodstock medio siglo después. Al atardecer volvemos a verlos y siguen en lo mismo. The dream is over dijo Lennon en su día, pero no para los hippies de la playa.

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Se hace tarde para cenar, vemos un restorán hindú abierto y entramos. Los camareros son muy parecidos entre ellos. Les pregunto de qué región de la India vienen y resulta que no son indios sino bangladesíes. El restorán se llama Taj Mahal pero ellos afirman con orgullo la diferencia entre Bangladesh y la India. Son todos de la misma ciudad, su lengua es el oraon-sadri, y el que lleva más tiempo en España llegó hace cinco años. No me atrevo a preguntarles por qué no prueban suerte proponiendo comida bangladesí. O no lo hago porque creo saberme la respuesta: la cocina hindú es un nicho de mercado y la bangladesí pas du tout y ellos necesitan que entre gente al restorante.

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Encuentro con Montano en Torremolinos.

En Los Manueles, él prefiere el pulpo frito y yo a las brasas. Hablamos de pulpos, naturalmente. Del apuro que da comérselos siendo, como son, tan listos. Monod decía que si hay una especie con buenos números para sobrevivir al apocalipsis nuclear ése es el pulpo. Vive en cuevas protegidas en los mares abisales y tiene un cerebro muy bien puesto sobre sus ocho ágiles brazos. Un solo problema se le presenta para prosperar y es que los padres mueren tras el parto. Todos los pulpos son huérfanos, lo que hace imposible cualquier acopio de experiencia.

(Luego me entero por este libro de que hace años en el acuario de Málaga hubo un pulpo llamado Epaminondas. El príncipe Miguel de Grecia vivió su infancia y juventud en la ciudad y cada vez que visitaba el acuario el pulpo Epaminondas lo reconocía. Epaminondas es un nombre griego, claro).

Una chica en bikini sale del agua en la playa e inicia lo que Montano llama El baile del frío. La veo salir del agua y dentro de unas semanas la veo salir en el Dietario que el escritor malagueño publica el último sábado del mes en diario Sur.

Nos damos una vuelta por Torremolinos y el anfitrión me va contando la historia de esos lugares. El acelerón que se dio en la segunda mitad del sXX, como toda la costa malagueña, rebautizada Costa del Sol, cuando los pueblos de pescadores sin dejar de serlo fueron convirtiéndose uno a uno en balnearios. El tardofranquismo apostó por la apertura y cuando quiso frenar ya era tarde. 

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A esta araucaria le cayó un rayo en 1930 y la copa ardió durante un mes. Durante años sólo fue un muñón quemado recortado contra el cielo. Con mucha paciencia una rama verde ha venido a acompañar al tronco negro. Mi corazón espera otro milagro de la primavera, decía Machado.

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Almuñécar, c1911, Almuñécar, 2021

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En una veintena de puentes sobre la autovía que lleva de Almería a Málaga está escrito CUSTODIA COMPARTIDA con la ese invertida. No te distraigas cuando conduzcas pero no puedo impedirme imaginar este relato: Un padre reclama la custodia compartida de sus hijos a su ex, que se la niega. Como ella vive en Nerja y trabaja en Málaga tiene que recorrer a diario esa distancia y confrontarse repetidamente con la revindicación e intenta no mirar los puentes para que no le pesen en el ánimo. Se lo comento a mi mujer. ¿Y a ti quién te dice que es un hombre el que lo ha escrito?

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Qué pueblo tan bonito, Frigiliana. Es día festivo y hay bastante gente, de modo que tardamos en encontrar mesa para comer algo. Pasamos delante de una panadería y el olor de las tortas de aceite recién salidas del horno nos mueve a comprar unas cuantas. Por fin encontramos sitio en un chiringuito atendido por una señora holandesa muy dinámica, dejamos el paquete de tortas sobre la mesa y mientras esperamos el pedido les damos algún picotazo. Cuando llega, la señora batava pregunta si cuando vamos a un bar a beber vino también llevamos el vino. Daniel le canta contundentemente las cuarenta pero cada cual tiene su fuerte y yo prefiero tomarle alegremente el pelo. Ella parece ser inmune a la ironía y tal vez lo sea. 

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Auguro que en el futuro toda playa será nudista, decíamos anteayer. También es el caso de la costa andaluza. Siempre hay una caleta donde desnudarse tranquilamente sin hacer sentir incómodo a nadie. Los desnudistas son mayormente mayores. El cuerpo joven se protege porque es deseable. El cuerpo ajado, en cambio, se siente liberado de las servidumbres del mercado.

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Al otro extremo extremo de la península también hay un Rincón Asturiano. Los camareros son él magrebí y ella eslava. Les pregunto quién es el asturiano del equipo y me dicen que la cocinera. Los chorizos a la sidra están deliciosos y les encargo que la feliciten.

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El billete de la Lotería de Navidad lo compramos en un estanco del pueblo y el turrón en el Mercadona. Hablando de supermercado queda confirmado que pagas en un pueblo andaluz por la cesta de la compra la mitad de lo que pagas en mi pueblo belga.

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Merino quiere saber por qué llamaban «de malagueña» a un helado que había en Santiago de Chile antiguamente y sabía a pasas con ron. Se lo pregunto a Montano y me dice que las pasas son malagueñas y se asocian al vino dulce, también típico de Málaga. En las heladerías malagueñas sigue existienedo ese helado, que los malagueños llaman «Málaga», sin más: «Póngame un helado de turrón y otro de Málaga». Tal vez Merino, habitué de una heladería, consiga que ésta reponga el helado de malagueña. De ser así, ya nadie podrá atreverse a decir que la literatura no sirve para nada.

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No se me escapan los problemas ni olvido mis privilegios pero a mí esta costa me sabe a pasas con vino dulce.

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Para Samuel