ALARGO la lectura de El Polaco, la reciente novela de Coetzee. Es breve y no quiero que acabe tan pronto.

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Es la historia de un amor que la protagonista no reconoce como tal hasta la última línea. Al contrario del polaco, que se reconoce enamorado a primera vista y contribuye con todos los tópicos del género del artista enamorado. Porque es un artista nuestro polaco, un intérprete de Chopin. 

Coetzee describe limpiamente los impulsos y los frenos en el fuero interno de la protagonista. Así como la manera cómo ésta detalla las limitaciones que el polaco inevitablemente exterioriza. Lo paradójico del caso es que ella critica el exceso de romanticismo del polaco y al mismo tiempo espera secretamente que vaya más lejos en esa dirección. 

También el paralelo entre lo que puede dar de sí el polaco como amante y la manera cómo interpreta a Chopin está muy conseguido. El polaco es un intérprete austero del maestro romántico y ella le reclama más de lo que justamente dice querer huir, más énfasis, más romanticismo... 

(A Coetzee también se le suele reprochar ser austero).

El Polaco no es una sinfonía ni una obra coral. Es un nocturno para una única oyente. Por cierto, magistral.

La traducción, sin embargo, parece mejorable. Lo digo a pesar de que antes de sentenciar habría que leer la versión original, cosa que aún no es posible. Como se sabe, Coetzee prefiere publicar sus libros en español antes de dar paso a la edición original en inglés. Además de en español, por ahora el libro sólo está disponible en alemán y neerlandés.

A propósito de eso, éste es un amor que tiene que desplegarse en inglés entre dos personas, un polaco y una española, para las cuales el inglés es el único idioma que tienen en común. En ese terreno ella también es exigente y él muy consciente de sus limitaciones. El es viejo y ella no.