UN JOVEN medita en el bosque. Medita tan profundamente que las hormigas comienzan a construir un hormiguero a su alrededor. Con el tiempo el hormiguero cubre por completo el cuerpo del joven, salvo los ojos. La gente que pasa por el bosque mira el hormiguero y dice: mi abuelo contaba que allí dentro hay un viejo meditando.

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Pasa el tiempo y un día llega al bosque un rey con su séquito para celebrar primavera. Su hija, la princesa, ve dos orbes brillantes en el hormiguero y, movida por la curiosidad de las princesas, coge un palo y lo introduce por las órbitas para saber de qué se trata esa luz. De los agujeros comienza entonces a manar sangre. Asustada, la princesa escapa al palacio y decide guardar en secreto lo ocurrido.

Tiempo después un mal presagio perturba el reino y el rey consulta a los astrólogos para saber qué pasa. Su hija intuye que hay una relación entre el presagio y lo vivido por ella en el bosque y decide contárselo a su padre. Conmovido, el rey va al bosque, abre el hormiguero e implora al viejo ciego que perdone a su hija.

El viejo responde que la perdona siempre que la princesa se case con él. ¿Su hermosa princesa casada con un viejo ciego cubierto de hormigas? Naturalmente, el rey duda. La princesa, en cambio, acepta encantada, la boda tiene lugar y la pareja vive feliz.

Tanta felicidad tienta a los cielos y así es como dos bellos dioses gemelos se acercan a la princesa y le proponen abandonar al viejo e irse a vivir con ellos al paraíso. Por toda respuesta la princesa los maldice. Los divinos mellizos vuelven a la carga y proponen rejuvenecer al viejo y devolverle la vista y la princesa acepta. El viejo se da un chapuzón en el río, del que sale convertido en un apuesto joven que la mira por primera vez. Y además, divina sorpresa, ahora es idéntico a los divinos mellizos.
Con el mismo tono de voz, los tres dicen ser el marido de la princesa.
¿Cómo sabrá la princesa cuál es su marido, si lo quiere saber? ¿A cuál de los tres elegirá?
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Hay varias versiones sobre el final de esta historia india. La dejo abierta porque a la imaginación hay que ponerle un poco de chutney.

Óleo de Abram Arkhipov, 1883