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Camino de Santiago
24 mars 2007

Haikús acomayinos

Durante su vida, en el Japón del siglo XVII, el creador del haikú, Bashō, viajó por muchos lugares escribiendo diarios de viaje puntuados de haikús. En el más célebre de ellos, Oku no hosomichi, Bashō decía: Aprende del pino desde el pino. Aprende del bambú desde el bambú. Un haikú es un poema breve, casi siempre de diecisiete sílabas distribuidas en tres versos, de cinco, siete y cinco sílabas respectivamente. El propio Bashõ, sin embargo, se saltó la regla cuando quiso.

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Jorge Bravo Cuervo escribió en Perú, en la región del Cuzco, estos Haikús_acomayinos, de recomendada lectura.

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6 mars 2007

Crónica del que vuelve a su pueblo

Había en Chile un poeta que se llamaba Jorge Teillier. En un poema describió ese momento, que han contado desde siempre los poetas, cuando un hombre vuelve a recorrer las solitarias calles de su aldea, como escribió Nicanor Parra. A Teillier sólo lo vi una vez y fue precisamente en casa de Nicanor Parra, en La Reina, donde almorzamos y pasamos la apacible tarde hablando. Le hablé de este poema. Le dije que tal vez cabría presentarlo como la crónica del que vuelve a su pueblo, porque el verso se siente mejor a lo largo de la frase, sin encabalgamientos. Teillier sonrió. Y yo tomo esa sonrisa, veinticinco años más tarde, por un asentimiento.

Notas sobre el último viaje del autor a su pueblo natal

Jorge Teillier

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1

En el pueblo donde algunos me conocen como el poeta cuyo nombre suele aparecer en los diarios, paseo por la calle Comercio, que ahora se llama Avenida Bernardo O’Higgins (como en Santiago). He comulgado con la tierra. Voy a la sidrería. Allí están los parroquianos de siempre y me saludan mis viejos compañeros de curso que sueñan con ser alcaldes o regidores o comprarse una citroneta. Ha cerrado el cine. Aún quedan afiches que anuncian películas de sepia. A lo largo de los cercos, las ortigas siguen hablando con su indestructible lenguaje. En el techo de mi casa se reúne el congreso de los gorriones. Pienso por primera vez que no pertenezco a ninguna parte, que ninguna parte me pertenece.

2
El viento trae olor a terneros mojados.

3
Kilómetro 662 a las cuatro de la tarde. En la calle Comercio los turcos y los españoles bostezan tras los mostradores. No hay un alma en la calle a la hora de la siesta, horadada sólo por el cuerno primitivo del vendedor de helados. En las afueras, los campesinos esperan las micros rurales. Tal vez me vaya a otro pueblo, cuyo destino voy a leer en la palma de sus calles.

4
Hay praderas manchadas de vacas y girasoles. De las cosas que puedan consolarme cuando vuelva a la ciudad enferma de smog. Viajaré en vagones de segunda atestados como los de las novelas sobre la Revolución Rusa. He visto las ventanas ciegas del Molino. Con su arruinado dueño he tomado un trago en cualquier cantina. Paso la tarde sin darme el trabajo de llegar ni siquiera al fondo del patio de la casa paterna.

5
El único hojalatero que quedaba en el pueblo fue buscar trabajo a Lonquimay. No ganó mucha plata pero contempló la cordillera. Él no tiene Leica ni Kodak, así que se dedicó a dibujarla para que sus nueve hijos la conocieran de verdad.

6
A los mapuches les gustan las canciones mexicanas del Wurlitzer de la única fuente de soda. Las escuchan sentados en la cuneta de la calle principal. Van a la vendimia en Argentina y vuelven con terno azul y transistores. Ha llegado la TV. Los niños ya no juegan en las calles. Sin hacer ruido se sientan en el living para ver a Batman o películas del far west. Mis amigos están horas y horas frente a la pantalla. Tengo ganas de que lleguen los ovnis.

7
Me cuesta creer en la magia de los versos. Leo novelas policiales, revistas deportivas, cuentos de terror. Sólo soy un empleado público como consta en mi carnet de identidad. Sólo tengo deudas y despertares de resaca donde hace daño hasta el ruido del alka seltzer al caer al vaso de agua. En la casa de la ciudad no he pagado la luz ni el agua. Sigo refugiado en los mesones, mirando los letreros que dicen No se fía. Mi futuro es una cuenta por pagar.

8
Si el futuro pudiera extenderse pulcramente como mi madre extiende las sábanas de mi cama. Miro la ropa puesta a secar en el patio. Han entrado ladrones de gallinas en la casa del frente. Voy a la plaza a leer el diario con noticias más añejas que las de San Pablo.

9
Solitario donde nunca he estado, solitario camino hasta el abandonado velódromo de tierra donde no aparece ni el fantasma del Campeonato de ciclismo de Chile del año 30. Hay caballos pastando en lo que fue cancha de fútbol.  Todos se interesan sólo por ir a ver los partidos profesionales a la capital de provincia, mientras yo pienso mordisquear una brizna de brezo.

10
Trasnochador empedernido, contemplo la luna, igual a la de 1945, enrojecida por la erupción del Llaima. La misma que miraba desde la buhardilla mientras leía como ahora Los miserables y el Almanaque Hachette.

11
Acuérdate que te recuerdo. Si no te acuerdas no importa mucho. Siempre te veré caminando sobre los rieles, buscando el durazno más maduro de la quinta.

12
Ya pasó el Rápido a Puerto Montt que antes se llamaba el Flecha del Sur. Voy de la estación al puente cuyos faroles dicen Fundición Dickinson, 1918. Ya no existe esa fundición, ni ninguna fundición. Confío mi memoria al río Cautín y a la Capilla de Guacolda. Afirmado en las barandas del puente, miro el cielo del verano que apenas sujetan los clavos de plata de las estrellas.

13
Hemos llegado a esta aldea en un Pontiac 40 por caminos que jamás serán pavimentados. Espantamos cerdos y gallinas. Los niños se asoman asombrados. En el negocio clandestino pedimos un pipeño y hablamos con el dueño y con un tractorista que nos asegura que Hitler está vivo, y con dos recién llegados que nos convidan charqui de pescado: son un estibador de Talcahuano y su compadre mapuche que lo trae al anca. Todos bebimos en la misma medida y volvimos, como nuestros antepasados, ebrios al pueblo que un día nos rechazará.

14
Día domingo de salida de misa. Las niñas se pasean con la moda recién llegada de Santiago, acompañadas por la banda del Regimiento, que toca cumbias. Los dueños de casa compran las primeras sandías y los diarios con las noticias frescas de los últimos crímenes. Camino por las últimas calles de este lugar de bomberos, rotarios, carabineros, jubilados, tinterillos y profesores primarios, allí los puñales del sol entran por las costillas de los pobres cercos de madera. Siento los estertores de las postreras carretas y locomotoras a vapor. Busco la paz tendiéndome en la pradera condecorada por los girasoles, contemplando el glorioso oleaje del trigo y los viajes infinitos de las nubes que van a llorar por nosotros.

Tomado de « Para un pueblo fantasma »

20 février 2007

Otro libro del desasosiego

2666, Roberto Bolaño, Anagrama, 2004

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1200 páginas no descorazonan al lector que tiene entre manos 2666, última y definitiva novela de Roberto Bolaño. Al contrario, al ver que el final se acerca éste puede obligarse a desacelerar la lectura por miedo a que el libro se acabe demasiado pronto. Inútil, porque la última página del libro bien puede ser la primera. La novela que, como dice el tópico, se lee “de una sentada”, está dividida en cinco partes que pasan a detallarse:

La parte de los críticos. Los críticos han puesto 2666 por las nubes. No se puede decir que el autor haga otro tanto con los cuatro críticos que protagonizan la primera parte de la novela, un español, un francés, un italiano y una inglesa (parece chiste), expertos todos en un escritor alemán, Benno von Archimboldi, cuyos pasos siguen hasta Santa Teresa, en el norte de México. Estos críticos son pedantillos y calentones y, de cierta manera, anodinos. En lugar de cerrar la obra (qué más quisieran), los críticos la introducen, le sirven de marca-páginas.

La parte de Amalfitano. Oscar Amalfitano es un profesor de filosofía que nació en Chile y vive en Santa Teresa, tras pasar buena parte de su vida en España. Como su apellido lo indica, su abuelo era napolitano. Amalfitano tiene una hija, Rosa, nacida en España, a la que ha criado solo, porque su madre los abandonó a ambos. La imagen de Chile que se desprende de la parte de Amalfitano tampoco es brillante. Evocando a Lonko Kilapán, que publicó en 1978 O’Higgins es araucano para demostrar que los araucanos son griegos, Bolaño estima que en la prosa de Lonko Kilapán caben todas las tendencias políticas chilenas, “desde los conservadores hasta los comunistas, de los nuevos liberales hasta los viejos sobrevivientes del MIR”. A pesar de vivir desde hace mucho lejos de Chile, Amalfitano es irreductiblemente chileno (cabría explicarse sobre este punto, pero la explicación entra en media página como en otras 1200), al punto que se obstina en llamar “perritos” a los ganchos para la ropa (con la ayuda de uno de estos “perritos” cuelga un libro en el patio de su casa), y en los aeropuertos europeos debe separarse de su hija al momento de guardar la fila para presentar el pasaporte.

La parte de Fate. Oscar Fate es un periodista afroamericano (que es como hay que llamar ahora a los negros norteamericanos). Su parte se resume en aterrizar por Santa Teresa casi por error, para cubrir un match de box que no dura más de un asalto, y conocer allí a Rosa Amalfitano (otro Oscar para Rosa), y conseguir aparentemente sacarla de allí.

La parte de los crímenes. Esta es la parte medular de 2666. Para decirlo con las palabras de Amalfitano, 2666 no es un ejercicio de estilo sino un combate donde “hay sangre y heridas mortales y fetidez”. Crímenes contra mujeres se cometen en todas partes, pero la magnitud de la ola criminal que ha asolado al norte de México a partir de los años noventa se escapa de cualquier parangón. Estos crímenes esconden y revelan “el secreto del mundo” y ése parece ser la revelación que transmite 2666. Al contrario de las novelas de género, donde el asesino se encubre entre los personajes y el lector debe echar mano a su cachativa para encontrarlo, los asesinos de 2666 no están entre los personajes sino en la calle. Y quien salga a la calle a buscarlos, se encontrará no sólo con los asesinos sino, sobre todo, con las víctimas, con más y más víctimas. Con un basural repleto de víctimas. En 2666, los asesinos seguramente se potencian y se protegen unos a otros. Y Santa Teresa es “nuestra maldición y nuestro espejo, el espejo desasosegado de nuestras frustraciones y de nuestra infame interpretación de la libertad y de nuestros deseos”, como la retrató Bolaño en su última entrevista. O, como la describe Baudelaire en el epígrafe de la novela, “un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento”.

La parte de Archimboldi. 2666 acompaña por el frente oriental y occidental, durante la Segunda guerra, la trayectoria de uno de sus protagonistas, el soldado alemán Hans Reiter. Y luego su transformación, a lo largo del siglo veinte, de niño campesino en Prusia a jardinero en Venecia y candidato al Nobel de literatura, recorrido al que se engarzan un sinnúmero de historias paralelas, entrantes y salientes. Esta parece ser la forma de 2666. En lugar de ser un espacio con muchas entradas y un solo centro, como el laberinto, la novela es un sinnúmero de entradas abiertas y relativamente convergentes, un laberinto de laberintos. La última historia es ésta: en un parque, Alexander fürst Puckler le cuenta a Archimboldi la suerte de uno de sus antepasados “gran viajero, hombre ilustrado, cuyas principales aficiones eran la botánica y la jardinería” y que escribió estupendos libros de viajes. “Lo que no pensó jamás fue que pasaría a la historia por darle el nombre a una combinación de helados de tres sabores”, el equivalente alemán de la cassata siciliana. Archimboldi se dispone a tomar el avión que lo llevará a Santa Teresa, hasta donde lo siguen los críticos, ciudad donde se cometen tantos y tan horrorosos crímenes de mujeres, y donde vive un profesor chileno y su hija española. Llegado a este punto, la página 1200, el lector puede cerrar el libro. También puede reabrirlo.

21 janvier 2007

Hacerse eco

Les voix de Marrakech, Elias Canetti, Le livre de poche, 2003 (Las voces de Marrakech, El testigo oidor, Random House Mondadori, 1993)

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¿Cómo habla, cómo « suena » una ciudad? ¿Una ciudad como Marrakech, extranjera, por añadidura? Elias Canetti presta oídos, se hace eco. Canetti llegó a Marrakech en 1953, acompañando a un grupo de ingleses que rodaban un filme en la antigua capital de Marruecos. La sensación de extrañeza, de alteridad tajante que la ciudad provoca en cualquier extranjero se manifiesta para Canetti, antes que nada, como sorpresa para los oídos. Y así lo registra, al punto de titular la narración de su estadía en la ciudad Die Stimmen von Marrakech, las voces de Marrakech. Camellos, ciegos, mendigos, niños, orates, asnos, vendedores y artesanos de los zocos, arabescos acústicos, silencio, murmullos, gritos y letanías componen esa polifonía que Canetti pone por escrito, sin pintoresquismo alguno, con escrúpulo de buena ley.


Canetti nació a orillas del Danubio, en Bulgaria, en el seno de una familia sefardí, y su primera lengua fue el ladino, el viejo español de los judíos que debieron partir pero nunca abandonaron la añoranza de Sefarad, el nombre que daban a la península ibérica. Siguiendo a su familia, vivió en Inglaterra, luego en Austria y otra vez en Inglaterra, desde 1938, esta vez para escapar del nazismo. A pesar de las experiencias traumáticas del Anschluss y del holocausto de los judíos, escribió su obra literaria en lengua alemana.


En Marrakech, escuchando árabe y bereber, lenguas que no comprende, Canetti percibe y refleja la carnalidad del habla, la densidad de sentido que hormiguea bajo su sonido. Tal como suena en la voz de los narradores de cuentos de la plaza Djemaa el Fna. O en el silencio de los escritores públicos, aquellos hombres doctos y pobres de solemnidad, que ayudan a poner por escrito las limitadas soluciones a los infinitos problemas de la gente.


En tierra de Islam, el primer sonido, antes incluso de que raye el día, lo trae el canto del muecín llamando al rezo. Mejor se está rezando que dormido, convoca desde el alminar, Alá es grande, todo viene de Alá y a Alá todo regresa. Luego se oirá el canto del gallo, el de los pájaros, las voces de la cocinera, la lluvia si es invierno, el primer rumor de la medina, el vendedor de esto y el reparador de aquello, los ruidos que cada cual suma al fragor colectivo. Andando el día, el ruido podrá llegar a ser intenso, pero nunca dejará de decaer y abrir paso a un silencio profundo al caer la noche. El desierto no está lejos.

19 janvier 2007

Pedófilo, en el sentido alternativo del término

Travesuras de la niña mala, Mario Vargas Llosa, Alfaguara, 2006

Artemio Echegoyen

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Larga es la lista de personajes literarios masculinos martirizados emocionalmente -mediante el eficaz te quito y te doy- por mujeres sádicas o chifladas a las que aman a pesar de sí mismos. Está el profesor de El ángel azul de Heinrich Mann, por ejemplo, y aquí, en la última novela de Mario Vargas Llosa (1936), está Ricardito, a quien las “travesuras” (la palabra es muy suave) de la “niña mala” lo llevan una noche hasta las barandas del suicidio de cara al prestigioso río Sena. Fais pas le con !, le grita a tiempo un clochard barbudo, y Ricardito sigue vivo, tan sólo para continuar su aventura de amor sufrido en París. Porque, y ése es otro tema literario presente en Travesuras de la niña mala, el narrador y protagonista es un peruano que ha cumplido el sueño de todo latinoamericano ilustrado, al menos hasta hace unos años: vivir y pasarlo más o menos mal en la Ciudad Luz.

La niña mala de esta historia es, probablemente, una personalidad borderline, dañada, propensa a deslizarse en relaciones (excluido Ricardito, el “niño bueno”) de sumisión tiránica, como con el japonés Fukuda, que, al parecer, es “pedófilo” en el sentido alternativo del término, y siempre al borde de la ley. Ella es una simuladora y, para empezar, se finge chilena a pesar de ser peruana: o sea, todo mal.

Una vez más, si resistimos las primeras páginas no demasiado electrizantes, seremos seducidos por la pasmosa maestría narrativa del gran escritor peruano hiperdental, que sabe dosificar su relato en la medida precisa para que el lector, ya comprometido con la “estupidez” de Ricardito, no sepa si padecer o reír.

Ya se ha dicho muchas veces: Vargas no suele recuperar, en sus novelas actuales, la fuerza poética de La casa verde o el intrincado suspenso de Conversación en la Catedral, pero sabe narrar condenadamente bien, y así seguimos leyéndolo, hechizados (como diría él) por la historia, en este caso, de un enamorado imposible, generoso y, tal como se recrimina a sí mismo, un poco imbécil.

La niña mala, como es de suponer, tiene un aspecto “bueno”, casi infantil, y hasta terapéutico en relación a Yilal, el niño mudo que aparece en uno de los capítulos. Devolverle la voz, por así decir, es comparable al melancólico regalo que ella le hace, también, al narrador en las últimas líneas de la novela. La desdicha, como señaló el propio Vargas hace cuarenta años, puede ser el germen de toda una poética del arte de escribir novelas. La diversión (amarga, enervante y reflexiva) está asegurada.

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17 janvier 2007

24 horas en la vida de un vigilante de banco

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Le Pigeon, Patrick Süskind, Fayard, 1986 (La Paloma, Seix Barral, 1999)

Fundido en su paisaje bancario, el vigilante de banco observa y es raramente observado. Como ser humano. En tanto que profesional, icono o función, le es necesario hacerse patente, con su uniforme a menudo azul, a veces gris o incluso verde o negro, y su gorra de servicio, que puede faltar o sobrar, le es necesario mostrarse para que los malhechores lo tengan en cuenta y sobre todo la buena gente pueda hacer sus trámites bancarios con la sensación de protección que su presencia otorga.

Del ser humano que hay debajo de la gorrita poco se sabe o se precisa saber, ni tampoco de los avatares de la profesión. Será ingrato estar tantas horas de pie, más o menos inmóvil, más o menos impasible, se criarán varices o escoliosis, se ganará poco cuidando el dinero de otros.

Jonathan Noël es vigilante de banco en París. Ha pasado la cincuentena y lleva una vida austera, cuyo principal horizonte es ponerse al abrigo de los imprevistos. Patrick Suskind nos presenta a grandes rasgos su pasado de niño campesino en la posguerra europea, de proletario sin prole emigrado a París, de inquilino y futuro propietario, para contarnos mejor una jornada de su vida, una jornada particular, que comienza con la grieta que se abre bajo sus pies cuando al salir de su habitación por la mañana se da de cara con la presencia de una paloma.

Haber sobrevivido cuando niño al horror de la guerra, haber hecho el servicio militar, haber estado casado y haber trabajado treinta años como vigilante de banco a entera satisfacción de sus jefes no garantiza a nadie ni tampoco a Jonathan Noël sobrevivir al horror de un encuentro con una paloma que come migas y abandona cagarrutas en el pasillo contiguo a su habitación.

Como Noël, aquel pichón envejecido busca ponerse a cubierto en ese pasillo del último piso de un caserón parisino. Como él, el pichón se ha infiltrado por un intersticio para poder comer sus migas en paz y hacer sus cacas sin que nadie lo observe. Y tal vez sea la certeza de esa similitud la que devuelve a Noël el ojo redondo, desnudo, impúdicamente vuelto hacia el exterior y monstruosamente abierto del pichón.

Nos une a los seres y a las cosas un hilo demasiado fino. Una paloma se posa y lo rompe.

15 janvier 2007

Un sueño de hombre joven

Le roi Cophetua, Julien Gracq, José Corti – La presqu'île, 1970

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Qué puede esperar un hombre, joven por añadidura, mientras se dirige a la cita que ha marcado con un amigo. Qué puede esperar secretamente. No es el amigo quien le espera, es una mujer, una mujer bella, misteriosa. Una mujer que no pregunta nada, no dice casi nada y guarda intacto el misterio. Está allí, sencillamente. Y luego, cuando cae la noche y cede la tormenta, se duerme a su lado.

Una vez consumado este designio, ya pueden desfilar los reproches, los históricos, los literarios, los genéricos, los pragmáticos, los de esto o de lo otro.

Lo cuenta Le roi Cophetua, nouvelle de Julien Gracq. Todo esto transcurre en un otoño durante la primera guerra mundial, a las afueras de París. El rey Cophetua es un personaje sheakespeareano. King Cophetua was an ancient African King who forswore the company of women till he fell hopelessly in love with a beggar maid (El rey Cophetua era un antiguo rey africano que renegaba de la compañía femenina, hasta que cayó desesperadamente enamorado de una mendiga).

A partir de este argumento, André Delvaux (Heverlee, 1926, Valencia, 2002) filmó Rendez-vous à Bray en los años setenta. Agregando dos o tres personajes (una novia, una madre) y unas cuantas situaciones, todas venidas del ámbito del amigo que había marcado la cita, Jacques Neuil, un parisino enrolado en la aviación francesa durante la primera guerra, y dejando intactos, es decir casi desnudos de pasado y de futuro, a los personajes del hombre y la mujer, el rey Cophetua y la criada, en suma. Al hombre apenas si le da un nombre, Julien, una nacionalidad, luxemburguesa, y, por ende, un acento, y un oficio, pianista. A la mujer, ni siquiera (vuelta a los reproches).

Como hace cine, Delvaux lo cuenta en situaciones y en sonido, y obtiene unas cuantas imágenes que viven por sí mismas, como aquélla de la niña pequeña que juega a la rayuela en un patio parisino y canta Le paradis, c'est pour le roi, a quien Julien envía secretamente por la ventana una hoja de papel. O la imagen final, en la estación ferroviaria de Braye-la-Forêt, donde Julien descubre que su amigo nunca pensó en acudir a la cita, porque la cita, ya está dicho, no era con él sino con ella, y duda, entonces, si partir o quedarse, si cumplir o incumplir el designio. Y comprende que cualquiera sea su decisión, ésta significa, justa y simultáneamente, cumplir e incumplir el designio.

Por eso Le roi Cophetua tal vez sea un sueño de hombre joven que se duerme tranquilo y despierta inquieto. O que se duerme solo y despierta acompañado. Y al revés.

25 octobre 2006

El peso de los libros

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E
n un blog del vecindario, encuentro esta pregunta de un colega llamado Saint:

« Siempre me pregunté cómo se fijan los precios de los libros. ¿Por cantidad de páginas?, ¿por peso, calidad de impresión?, ¿por la calidad del texto, o el prestigio del autor? Alguien que me explique.... ».

Yo no soy Alguien, pero le doy vueltas al asunto. E imagino:

Borges joven se sube al aeroplano que lo lleva de Ginebra a Madrid (ya sé que hizo el viaje en tren, pero digo que imagino). Lleva consigo sus lecturas de entonces : Los tres volúmenes de Las mil y una noches de Lane, con grabados en acero y notas en cuerpo menor entre capítulo, el diccionario latino de Quicherat, la Germania de Tácito en latín y en la versión de Gordon, un Don Quijote de la casa Garnier, las Tablas de sangre de Rivera Indarte, con la dedicatoria del autor, el Sartor Resartus de Carlyle, una biografía de Amiel y, escondido detrás de los demás, un libro en rústica sobre las costumbres sexuales de los pueblos balcánicos.

Borges pesa 50 kilos, 25 la biblioteca (total 75). Tiene que pagar sobrepeso.

En el mismo vuelo embarca un gordito (85) que lleva consigo las obras completas de Josepepe  (0 gr). No paga nada.

El mundo está mal organizado. Dan ganas de encerrarse en una biblioteca.

Esta sesuda reflexión está vagamente inspirada en el Gato de Geluck. Al Gato lo que es del gato.

15 octobre 2006

Veneno de escorpión azul

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En la madrugada de ayer, sábado 14 de octubre, murió en Santiago de Chile el poeta Gonzalo Millán. Durante sus días de enfermedad, Millán escribió un diario llamado Veneno de escorpión azul. Éste es también el nombre del remedio con el que Millán confiaba combatir el cáncer que estaba acabando con él. « Acercarse a la muerte en vida es alcanzar una plenitud vital », afirmó Millán.

En el hemisferio sur ahora mismo es primavera. « Como si fuera primavera ¡Yo muriendo! » escribió un poeta cubano. No sé mucho de astrología pero entiendo que dentro de una semana entramos en el ciclo del escorpión. Tampoco sé si el de este año será azul.

Hace un par de meses, después de leer su último libro, Autorretrato de memoria, puse en este cuaderno el apunte No sé si voy o vuelvo de Santiago>>
 

8 octobre 2006

El niño que quería ser maquinista de tren

PARA conocerse a sí mismo, como mandaba Sócrates, para reconocer a los demás, también, y a los lugares donde la vida transcurre, no hay mejor camino que la escritura.

Llevado a contar su vida, Jorge Bravo escoge contar su infancia o, al menos, comienza por ella. De cuando era un diminuto pirata en la comparsa que consagraba soberana de la primavera a Rita primera, en los años del kindergarten, hasta el sexto de primaria, la época de las peleas a combos, los papes en la nariz y los cototos en las cejas. Entre uno y otro momento, las carreras en triciclo, los sabañones en las manos, la amistad infantil, las raras costumbres de los adultos, la certeza de la muerte.

Su vida transcurre en Peumo, un pueblo del valle central de Chile, durante los años sesenta. Un pueblo con su escuela, su farmacia, su ferretería, su imprenta y su procesión, conectado con el mítico sur de Chile por unos más que míticos trenes y unido por banales autobuses con el cercano pero remoto Santiago de Chile. Un pueblo de provincia, el lugar propicio para que un niño se entere de lo que hay para enterarse.

Jorge Bravo lo cuenta con naturalidad, sin cargar las tintas, y dejando aparecer el humor que acarrean las situaciones: Es el tiempo de los nísperos en el árbol que se encuentra pegado a la acequia que cruza la quinta. Llegan a bañarse la María Estela y la Liliana, el Tico insiste en que nos mostremos lo que nos tapan los calzoncillos y los calzones.

Los Peumas de Andrés comienza con unos textos con forma de poemas que se acomodan pronto a la forma de unos párrafos numerados, en los que unas cuantas frases se encargan de evocar una situación. Como la descripción de un día en la radio de entonces, esa caja del lenguaje: de las matinales Confidencias de un espejo hasta la nocturna e inquietante Tercera oreja.

El profesor de Peumo registra en una grabadora de cinta las respuestas a la consabida pregunta: ¿Qué quieres ser cuando grande? El niño responde: maquinista de tren. La cinta se perdió, sin duda. El tren ya no llega a Peumo. Jorge Bravo sí.

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21 septembre 2006

Las novelas del verano

Ahora que se acaba el verano se pueden sacar alegres cuentas. En materia de novelas, cero escrita, tres leídas. Una por mes, diez páginas por día. Julio fue el mes de Mauricio o las eleccciones primarias, de Eduardo Mendoza. Agosto, de Abril rojo, de Santiago Roncagliolo. Y este septiembre ha sido el turno de Las travesuras de la niña mala, de Mario Vargas Llosa.

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Mauricio presenta a tres jóvenes en la Barcelona de los años ochenta, aquélla de la transición democrática. Estos personajes, Mauricio, odontólogo, Clotilde, abogado y La Porritos, cantante de protesta, se asoman a una vida de adultos que hubiesen querido fuese de otra manera, pero que acaba por ser la que la novela describe. La realidad histórica , o la fuerza de las cosas, hacen de las suyas. El trabajo (los negocios) y el sida hacen el resto. El epílogo es una pieza maestra de un arte que Mendoza maneja a la perfección, la ironía.

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Abril rojo, Premio Alfaguara 2006, por su parte, presenta el regreso, a su Ayacucho natal, de Félix Chacaltana Saldívar, fiscal distrital adjunto, ciudad andina en la que éste se ve cogido en tenazas entre el terrorismo de Estado y el terrorismo de Sendero Luminoso, o lo que queda de ambos, que, en la Semana santa del año 2000, está entre brasa y ceniza , pero aún quema. El relato se resiente un poco de una voluntad demasiado marcada por hacer de la novela un thriller y dejar al lector sin aliento. No había para qué, un ritmo ayacuchano bastaba para apunarnos.

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Las travesuras de la niña mala es un relato espléndido. Un niño bueno, limeño, miraflorino para más señas, una niña mala, o más bien una niña fresca, arribista, que no se detiene ante nada para huir de la miseria material y consigue entrar de plano en la miseria moral, de la mano de un malo-malo, un japonés que no se llama Fujimori pero se llama Fukuda. Vargas Llosa escribe una consistente historia a partir de este esquema escolar : un niño bueno se enamora de una niña mala a quien un malo-malo acaba por comerse. Con ese predicamento, el relato se pasea por la sustanciosa médula de la segunda mitad del siglo veinte, y el lector sale de él contento de ver al protagonista sobrevivir a la aventura y, a la vez, triste de ver que no ha conseguido doblarle la mano a la fortuna. ¿Qué más se puede pedir a una novela?

Las tres deben de estar entre las novelas más leídas del verano. Las dos últimas, incluso, las regala el diario El País a quien contrate una suscripción por un año, bajo el rótulo de Novelas del verano. Soy, por lo visto, un veraneante promedio. Que venga el otoño y traiga otras.

14 juin 2006

Cazadores de cabelleras

Un escritor pobre y joven corresponde desde Gerona con un escritor pobre y viejo que vive en Madrid. El viejo es argentino. El joven, el que cuenta la historia, nació en Chile. En las primeras cartas intercambian datos sobre certámenes literarios de provincia, cuyos premios les pueden proporcionar unas cuantas pesetas para ir tirando (estamos en los años setenta). El viejo no duda en mandar un mismo cuento a varios concursos diferentes, cambiando solamente el título : Así, el cuento Al amanecer postula como Los gauchos, En la otra pampa y Sin remordimientos en cuatro concursos diferentes y gana en el segundo y en el último.

Las cartas se suceden y van haciéndose más personales en la medida en que el joven lee las novelas y los relatos del viejo publicados en editoriales argentinas y españolas desaparecidas. “Terminé contándole mi historia por capítulos”, cuenta el narrador, “siempre que hablo con argentinos termino enzarzándome con el tango y el laberinto, les sucede a muchos chilenos”. Luis Antonio Sensini, que así se llama el escritor argentino, le cuenta, por su parte, que vive en un barrio desangelado de Madrid, en un piso de dos habitaciones más sala comedor, donde escribe, de noche, “cuando la señora y la nena ya están dormidas”.

En la última carta enviada por Sensini antes de regresar a morir a Argentina, le hace llegar una foto suya con su familia, su mujer y la nena, Miranda, “una adolescente de pelo liso, delgada y alta, con los pechos muy grandes”. Sensini había huido de Argentina unos años antes. Menos suerte tuvo su hijo, Gregorio, desaparecido por la dictadura.

Tras la muerte de Sensini en Buenos Aires, el relato se cierra con la visita de Miranda a la casa del narrador en Gerona. Este se disculpa por haber importunado a su padre con sus cartas. “Qué va”, dice Miranda, “tus cartas eran divertidísimas, mi madre incluso os puso un nombre a mi padre y a ti, os llamaba los pistoleros, o los cazarrecompensas, ya no me acuerdo, algo así, los cazadores de cabelleras”.

Sensini es el primero de los catorce relatos de Llamadas telefónicas, de Roberto Bolaño, publicado en 1997. El libro tiene un epígrafe de Chéjov : "¿Quién puede comprender mi terror mejor que usted?". El Sensini del relato tiene muchas trazas de ser un escritor argentino, mendocino para más señas, que publicó El cariño de los tontos y Zama, una novela considerada por algunos magistral (su biografía está en la Wikipedia en inglés pero no en español) y de quien Borges dijo que escribió “páginas esenciales que me han emocionado”.

Roberto Bolaño nació en Chile en 1953  y vivió en México y en España, donde murió en 2003, a los cincuenta años, tras haber publicado varios libros espléndidos, entre los cuales destaca Los detectives salvajes, seguramente una de las mejores novelas publicadas en español en los últimos años. ¿Qué hace un chileno como usted en la costa gerundense?, le preguntó un periodista en 2001. Esta fue la respuesta de Bolaño : “Me gusta este lugar. Supongo que si viviera en otro sitio, también acabaría acostumbrándome a él y viviendo más o menos feliz. Mi familia paterna, por otra parte, es una familia de emigrantes, mi abuelo era gallego y mi abuela catalana. Mi padre, que nació en Chile, se ha convertido en un mexicano. Mi familia o parte de ella es de clase obrera, y la clase obrera sólo necesita un pequeño empujoncito para dejar de creer en la patria, que es un invento burgués, y cuando digo burgués estoy pensando tanto en la burguesía francesa como en la burguesía soviética o la burguesía china. Por otra parte tengo que aceptar que estoy casi siempre en contra de la mayoría y la patria es el lugar en donde la mayoría (los compatriotas) impone con mayor persuasión sus dogmas y sus castigos y sus premios. Jamás me he sentido un exiliado en España, como tampoco me sentí un exiliado en México, ni en Centroamérica, ni en ningún otro lugar en donde se hablara español”.

5 mai 2006

Lectores contagiosos

Ahora resulta que hay un nuevo movimiento. Sus miembros, cuando leen un libro y les gusta, lo abandonan en el banco de una plaza o en un vagón del metro, de manera que otra persona lo encuentre y lo disfrute. Esto, en lugar de quejarse porque nadie lee. Se les conoce como los “lectores contagiosos”. Si cada ejemplar de un periódico lo leen cuatro o cinco personas, ¿por qué no los libros? Mi tío Pepe, que es amigo de frecuentar parques y jardines públicos, se ha beneficiado así con tres estupendos impresos.

“El primero de ellos, El inútil de la familia, es una historia de tío y sobrino”, me cuenta. “El sobrino se llama Jorge y el tío, Joaquín. Joaquín fue un personaje rocambolesco, un gran tarambana y un buen escritor. Escribía en La Nación, donde le pagaban "tarde y mal", pero aun así prefería eso a escribir en el diario de sus tíos ricos. Era la época en que dirigía La Nación Eliodoro Yáñez, quien era tío de otro sobrino, José Donoso. Aquí cabe abrir un paréntesis: cuando Donoso quiso publicar su versión de la historia de su familia, como hoy hace Jorge Edwards con la suya, se le vino encima un sobrino catón que lo amenazó con las penas de los tribunales. El libro de Donoso, Conjeturas sobre la memoria de mi tribu, se publicó finalmente expurgado, o espulgado, que no es lo mismo, pero es igual. Volviendo a El inútil de la familia, el libro resulta ser un suntuoso paseo por la primera mitad del siglo 20, desde Valparaíso a París, pasando por Santiago, Rio y Madrid, siguiendo los pasos de Joaquín Edwards Bello. Suntuoso se dice de algo que resalta y arruina. Éste fue el sino del tío Joaquín, un hombre rico “venido a menos” y, al mismo tiempo, enaltecido. Por la escritura, en ambos casos”.

“¿Y el segundo libro?”, le pregunto.

“El segundo es una curiosidad, un cajón de sastre inglés, un álbum de toda clase de textos inéditos. Se llama Gutiérrez, como podría llamarse Gómez, o Galíndez, y está compilado por Andrés Braithwaite. En la primera página, a guisa de presentación, la imagen de un negrito endomingado invita a entrar a los lectores y los despide, en la última, a manera de epílogo. Gutiérrez presenta a treinta autores, mayores y menores. Saber que aún existen inéditos de Juan Emar, de Enrique Lihn y de Roberto Bolaño (una apostilla a Los detectives salvajes) me llena de optimismo. Tal vez un día se encuentre un manuscrito de Sócrates. Me han gustado sobremanera Browne, Donoso, Veloso”.

“Las tres son mujeres”, le digo, “¿no estará usted practicando el sexismo al revés?”.

“Dicho así, no sería una mala idea”, replica, “pero no se trata de eso.” Y pasa a describir el tercer libro, que según su criterio es espléndido. Se llama En busca del loro atrofiado. Trata de un loro que no puede volar, camina poco y mal, se tropieza en los accidentes del terreno, se enreda en las enredaderas. Trata, también, de otra serie de detalles que componen el sentido del mundo y su correspondiente sinsentido. “Ahora me gustaría leer los premios de la crítica”, continúa. “Se los han llevado Gonzalo Millán y Germán Marín (ambos, como Roberto Merino, autor de En busca del loro atrofiado, están en Gutiérrez). Como los lectores contagiosos me han contagiado”, afirma Pepe, “si no encuentro pronto estos libros en el metro o en el parque, los compro, los leo y, sólo si me gustan, los abandono en el Jardín Botánico. Aviso a los interesados”.

La Nación de Santiago de Chile, 11 de mayo de 2006.

22 septembre 2005

Madre que estás

Madre que estás en los cielos, primera novela de Pablo Simonetti, es uno de los relatos más leídos en Chile en los últimos años. Se trata de la historia de una familia de industriosos inmigrantes italianos, cuyos hijos componen la primera generación de profesionales universitarios nacidos en el desahogo y la prosperidad. El relato sobrevuela la manera como la familia se enriquece. Ese parece ser un asunto de hombres y la vida de una madre es su familia. También la realidad social del país viene poco a cuento, la narradora confiesa que siempre ha preferido correr un velo sobre esa vida de puertas afuera, fuente de sobresaltos e incomprensiones, para concentrarse en su terreno, las relaciones entre los miembros de la familia, territorio apenas extensivo a algunos parientes y amigos y al personal doméstico.

La madre quiere crear una familia razonablemente feliz, que abra las puertas al mundo a unos hijos de los que pueda sentirse orgullosa, y a esa tarea se da en cuerpo y alma. Andando la vida, y sobre todo la vida de sus hijos, comprende, a costa de una depresión y de la consiguiente terapia, que a la felicidad razonable se llega, contra lo que ella creía, no por una vía cuartelera, de ordeno y mando, sino más bien por una vía « concertacionista », hecha de diálogo y de empatía.

El crítico literario Vicente Montañés afirma que a Madre le falta inconsciente, que la narradora lo « sabe » todo sobre sí misma. Tal vez sea así, pero a la novela le sobra « inconsciente colectivo », así sea cierto que esa realidad exista. El destino de la protagonista se emparenta al destino de tantas y tantos que deben componer con la familia real y la familia idealizada, y se emparenta también con un cierto estado de ánimo de la sociedad chilena, o al menos de sus clases medias y superiores que, habiendo hecho suya más o menos conscientemente la represión, no puede continuar negando sus efectos perversos e intenta reconciliarse con el pasado buscando unas vías de superación.

Estas vías de superación están en el aire de los tiempos, son emotivas, y se resumen en el concepto sésamo de nuestros días, la comunicación. Todo parece poder la comunicación, incluso la « sanación », como se dice de tan cursi manera, la « resilianza » (la capacidad que tiene la tierra quemada de reverdecer), todo cuanto pasa por decir, hacerse oír y que la escucha se prolongue, por hacer circular el aire, la luz y la palabra, por ventilar e iluminar los asuntos oscuros, que son mayormente, cómo no, relacionales.

La manera tendrá sus límites y no tardarán en mostrarse. Por lo pronto, Madre que estás en los cielos entra por esa avenida y se mueve a gusto en ella. No está mal escrita, es clara, es « comunicativa » incluso en sus defectos, su fototropismo, su « marianismo ». Que la novela sea « comunicativa » es una categoría antes periodística que literaria, y cabría precisarla. Lo cierto es que Madre enuncia realidades que el cuerpo social estaba quierendo verbalizar. La preeminencia de la familia, el reconocimiento del poder de las mujeres, de la masculinidad femenina e inversamente, la contrición soft frente a la que fue una represión hard, un trasfondo redencionista (sufrimos « para mejor »), un paralelismo telesérico con su interés cotilla por la burguesía industriosa. La sociedad chilena estaba queriendo libar de esas mieles. Y esas mieles están, por Madre, bien servidas.

El entramado social que sostiene la candidatura presidencial de Michelle Bachelet representa, sin duda, muchísimo más. A otra escala, sin embargo, con otras gradas y soportes, ¿se emparenta el éxito de Madre que estás en los cielos a la presentida decisión mayoritaria del electorado chileno de votar por Michelle Bachelet, madre y mandataria?

La Nación de Santiago de Chile, 22 de septiembre de 2005

18 mai 2005

Sujeto, verga y complemento

La chapelle sextine, Hervé Le Tellier, ilustraciones de Xavier Gorce, Estuaire, 2004

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«Carlos amava Dora, que amava Lia, que amava Léa, que amava Paulo, que amava Juca, que amava Dora, que amava Carlos, que amava toda a quadrilha», cantaba Chico Buarque. Más complejo es el modelo de circulación amatoria propuesto por Hervé Le Tellier en La chapelle sextine. 26 personajes hacen seis veces el amor ―o su equivalente, o su sucedáneo―, o lo intentan, con otro personaje contenido en el conjunto.

En el plano geográfico, la mayoría de las historias ocurren en París y en Francia metropolitana, unas pocas en Norteamérica y el resto están dispersas por el mundo, en lugares que fueron en su día exóticos, pero ya lo son menos, como Shangai, El Cairo, Lisboa, Acapulco, el mar Egeo, las islas de Córcega y de La Réunion, un Airbus Berlín-Chicago.

Todas ellas componen este conjunto de microrelatos eróticos, un excitante ejercicio de estilo en la más pura tradición del Oulipo, ese taller de literatura potencial creado por Queneau, Calvino y Perec, al que tal vez se acercase en su momento el Cortázar de Rayuela, de 62, Modelo para armar.

La chapelle sextine consigue un resultado lleno de humor y, quién lo diría, de humanidad. A la imagen de varios personajes que mientras establecen un contacto sexual son capaces de hablar de otra cosa entre ellos o incluso con una tercera persona, el relato entero habla de otra cosa mientras habla de sexo. ¿Y de qué habla, pues? De seres humanos, de personajes que se quedan con nosotros el corto lapso de unas cuantas frases que, a menudo, no tienen desperdicio. No es necesario saber mucho de una persona, ni  de su aspecto, ni de su pasado, ni de su futuro, para interesarse por ella. Cuatro botones para muestra:

«Si mi vida sexual fuese sacada a luz, piensa Niels, el mundo se espantaría. Sospecha que todos se dicen lo mismo, pero esto no lo tranquiliza.

«Chloé se dice que si fuese hombre sería homosexual. Pero en seguida piensa que esta idea es bastante tonta.

«Desde que conozco a esta chica, piensa Xavier, mi vida es más simple y mis días más complicados.

«Tras varias multiplicaciones implicando centímetros, frecuencias y otros parámetros íntimos, Laurent calcula que, en veinte años, su pene ha recorrido 21,5 kilómetros de cuerpos femeninos.

Sobre el carácter marcadamente sensual o no de estos textos, se podría argumentar en un sentido como en otro.  A este respecto, Le Tellier cita a Boris Vian quien afirma que la lengua es un órgano sexual que se usa ocasionalmente para hablar. Algo semejante podría decirse de las manos y, en el caso de algún personaje de La chapelle sextine, de los pies e incluso de la nariz. Apunta aquí también nada menos que Aristóteles: «La verga y el corazón son dos órganos que se mueven solos». Rodeados, eso sí, agregaría Le Tellier, de sujeto y complemento.

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