Diario del Cono Sur, 9
Mira que ir a Buenos Aires y, en lugar de escribir sobre Nisman y Kitschner, ponerse a hablar de zorzales y de fetos en formol. Y luego quieres tener lectores. ¿Y quién te dijo que yo quiero tener lectores?
Al despegar, Buenos Aires es un sinfín de luces de colores junto al río chocolatero. Al aterrizar, Santiago por la mismas, si cambias al río por la cordillera. El avión ha venido buscando la última luz del poniente. No sé si será posible un viaje aéreo que haga durar el crepúsculo largas horas, un día entero. Por lo pronto, esa será mi fantasía erótica a la hora de buscar el sueño. Y como plan B, una navegación por mar entre Montevideo y Valparaíso vía el Cabo de Hornos.
Quién supiera leer la ciudad por sus luces. Entiendo que las luces rojas indican a los pilotos la altura de los edificios, mientras que las demás componen el entramado del tráfico entre los volúmenes edificados. Por otra parte, y para reforzar la sensación de continuidad entre una y otra capital, estos últimos años la cotorra argentina ha venido colonizando Santiago. Menudos cotorreos que hay que oír entre los árboles y los postes de la luz. Lo mismo con los locutores deportivos chilenos, que imitan descaradamente a los argentinos.
También sobre cotorreos, el uso porteño del indefinido en lugar del compuesto es cortocircuitante: «Todavía no almorcé», dicen. «A la Argentina se la robaron tres veces y todavía no murió». Y la señora, concentrada en la cinta giratoria buscando su maleta: «Y, no la vi la maleta».
El taxista que nos lleva hasta el Gran Rex al espectáculo de Les Luthiers -Viejos hazmerreíres se llama- dice que él no iría a verlo. «Todos los que vienen de fuera, Los Beatles, bueno, Los Beatles, no, Youtube (Youtube dice, queriendo decir U2, supongo), vienen de última». Pero Les Luthiers juegan de locales, replico. «Bueno, igual no iría».
El Gran Rex, sin embargo, está lleno. Un placer ver un teatro lleno de gente sencilla que sabe disfrutar de un espectáculo. Se reconcilia uno no sé con qué, con los porteños puede ser, que andan algo cabizbajos, como asustados frente a lo que viene y a lo que va. El de Les Luthiers es un humor popular inteligente, si eso existe. Y buena música, hecha con califones y bidets. Están viejos y se ríen de su propia vejez con chistes bien hechos. Tal vez demasiado hechos. No sé si olvidan eso de que primero hay que escribir y luego borrar los chistes.
No es que los taxistas sean iguales en todas partes, sólo lo parecen. Los bonaerenses son muy de Macri, y algunos le echan la culpa de todo a los ladrones y a los extranjeros. Y creen que Macri no robará, porque ya tiene.
Lo dejo por ahora. Mañana digo algo sobre el Ateneo o pongo un autorretrato, si eso.
Del libro «Santiago desde el aire»