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Camino de Santiago

30 avril 2013

El enemigo del aduanero

Luxemburgo es un país tan pequeño que su superficie sólo puede medirse en campos de fútbol.

Es un país rico, dispone del PIB por habitante más alto del mundo. En la clasificación del PNUD en materia de desarrollo humano, sin embargo, sólo ocupa el número 26, tres lugares por debajo de España. Un contrasentido por donde se lo mire. Pasa que hasta hace pocos años (2003), Luxemburgo no disponía de una universidad. Lo que no impedía a los luxemburgueses formarse profesionalmente en París, Bruselas o Berlín, pero le bajaba el pelo al país en estas comparativas internacionales.

En Luxemburgo vive medio millón de personas y casi la mitad (42.9) son extranjeros. En Rumania, por ejemplo, hay un 0,12 de extranjeros y en Bulgaria un 0,33, mientras que en Suiza hay un 21,2. A la luz de estas cifras, uno tiende a interpretar que las sociedades ricas son atractivas para los extranjeros. Lo que es cierto. Pero olvida que las condiciones de acceso a la nacionalidad suelen ser en esos países más restrictivas.

En materia de idiomas, en Luxemburgo la gente practica un trilingüismo rélax. En vez del bilingüismo impositivo que impera en Bruselas, donde cualquier minucia debe estar forzosamente en flamenco y francés, los luxemburgueses combinan el uso del francés y el alemán con cierta naturalidad. Los carteles están a veces en una, a veces en otra. Lo mismo pasa con la comunicación oral: la gente suele hablar en luxemburgués, pero responden en francés o alemán de buen grado si es necesario, sin hacer mayor cuestión del asunto.

En fin, Luxemburgo, es el país del Tío Eustaquio, aquél que lo pintaba todo uno y otra vez. Las casas lucen siempre recién pintadas de colores pastel. Una curiosidad, eso sí: no hay casi casas pintadas de verde. Tal vez porque el paisaje ya es suficientemente verde, o por otra razón que se me escapa.

Escribo estas líneas desde Schengen, en la confluencia entre Francia, Alemania y Luxemburgo, donde se firmó (sobre una barcaza en medio del río Mosela, en cuyas ribas se cultivan vinillos muy alegres) el tratado de libre circulación de personas que lleva el nombre del pueblo, tratado que dejó sin trabajo a una generación de aduaneros.

Lux

Quepis de aduaneros en el Museo europeo de Schengen

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24 avril 2013

Las cosas no andan muy bien en la Colonia

DANS UNE GRANDE COLONIE GRECQUE, 200 AVANT JÉSUS-CHRIST

Que les choses marchent assez mal dans la colonie, nul n'en doute. Et bien que nous continuions incontestablement à  progresser petit à petit, il faudrait peut-être (certains le pensent) faire venir un administrateur capable de réformes.

L'ennui, la difficulté, c'est que ces gens-là  font des histoires à propos de tout. (Ah ! Comme on voudrait pouvoir toujours se passer d'eux !)  Ils s'informent de chaque détail, même du moindre ; ils l'examinent, et tout de suite ils proposent des transformations radicales, et prétendent les réaliser sans retard.

De plus, ils sont portés à conseiller des sacrifices : « Abandonnez ces territoires, disent-ils, votre pouvoir y est mal assuré. Leur possession nuit à la colonie. Renoncez à ce revenu, et à cet autre, qui en découle, et à ce troisième, qui en est la conséquence directe. Ils sont considérables, mais qu'y faire ? Ils vous créent des responsabilités néfastes ».

Et plus ils avancent dans leur enquête, plus ils découvrent de dépenses à retrancher. Mais ce sont là des réformes peu commodes à accomplir.

Et quand enfin ils ont fini leur travail, après avoir tout apuré et tout revu avec le plus grand soin, ils s'en vont, empochant leur juste salaire. Et il faut voir ce qui reste après cette intervention chirurgicale si bien faite !

Ne nous pressons pas : l'heure n'en est peut-être pas venue, et les mesures prématurées sont toujours dangereuses. Notre colonie n'est certes point parfaite, mais où trouver une institution humaine sans défaut ? Enfin, nous continuons incontestablement à progresser petit à petit.

[Constantin Cavafy. Traduction de Marguerite Yourcenar et Constantin Dimaras].

 C

En una gran colonia griega, 200 a. C.

De que las cosas no andan muy bien en la Colonia
no cabe la menor duda,
y aunque vamos tirando más o menos,
tal vez llegó, según opinan no pocos, el momento
de traer a un Reformador político.

Pero el inconveniente y el fastidio
está en que hacen toda una historia
con cualquier cosa, esos Reformadores.
(¡Qué bendición sería
que nadie los necesitara!) Por nada,
por un detalle, preguntan e investigan,
y enseguida se les ocurren reformas radicales,
con la pretensión de que se ejecuten sin demora.

Sienten también cierta inclinación por los sacrificios.
«Renunciad a esa posesión vuestra;
su ocupación es precaria;
esa clase de posesiones, justamente, perjudica a las colonias.
Renunciad a este ingreso,
y a ese otro que es un anejo
y a ese tercero: como consecuencia natural.
Son substanciales, pero ¿qué remedio?
Os crean una responsabilidad funesta.»

Y a medida que adelantan en su crítica,
encuentran más y más cosas superfluas, y tratan de acabar con ellas,
cosas que, de todas maneras, no se eliminan fácilmente.

Y cuando, Dios mediante, han acabado la tarea
y, habiéndolo revisado y cercenado todo hasta el menor detalle,
se van, cobrándose también su justo salario,
hay que ver lo que aún queda,
después de tan maravillosa operación quirúrgica.

Tal vez no haya llegado todavía el momento.
No nos apresuremos; la prisa es cosa peligrosa.
Las medidas prematuras pueden traer pesar.
Tiene muchos absurdos, seguramente y por desgracia, la Colonia.
Pero ¿hay algo humano sin defectos?
Y después de todo, ya veis, vamos tirando.

[Constantino Cavafis. Traducción de J. Ferraté].

21 avril 2013

El hermanito y el hermanote

Entre las razones que vienen a explicar el famoso recado del joven Bieber a Ana Frank (Con un poco de suerte, ella hubiese sido admiradora mía), mi favorita es ésta: ...es que es joven.

La tontuna se cura con años, se cree, el candor juvenil aminora las culpas. Días atrás, el sosias belga de Bieber (18) salió a festejar su fan n° 140 mil en Facebook en el Porsche de su manager con su hermano (10) con resultado de muerte para el pequeño.

También el enrolamiento de algunos jóvenes en el yihadismo tiende a explicarse, en parte, por su pertenencia a esa franja etaria. El cerebro juvenil es lavable. En el caso de los hermanos Tsarnaev, un mes antes de pasar al acto el menor colgó en su cuenta Twitter este mensaje: Never try to fork a mini tomato while wearing a white shirt, it will explode.

Su condición juvenil es insoslayable: el menor, el sobreviviente, sólo tiene 19 años. Así, el relato sobre los Boston bombers sigue el modelo del mayor que arrastra al pequeño.

Modelo del que no escapan los yihadistas que van a combatir a Siria, aunque no tengan hermanos: si no los tienen, se buscan uno de sustitución con quien generar un lazo de sangre, una mancha de tomate en la camisa blanca.

B

Óleo de Runcie Tatnall

18 avril 2013

La otra Bruselas

Te alejas dos o tres estaciones de metro de tus recorridos habituales y todo te parece nuevo o por lo menos raro. Misterio de la transustanciación de las calles. En mi caso, me asomo a unos viejos barrios desertados por los bruselenses y colonizados por la inmigración marroquí. A Bruselas llegan ahora muchos jóvenes españoles, portugueses, italianos, en búsqueda de trabajo. Llegan cargados de realismo y ligeros de esperanza. Si consiguen echar raíces, tal vez colonicen a su turno esas calles, porque esos espacios que albergaron otras formas de vida estarán incubando ahora vaya uno a saber qué. Tiempo atrás leí un libro, Elogio de Bruselas, que describe con gracia la Bruselas de los funcionarios europeos, la que ha sido hasta ahora la cara de exportación de la ciudad. Hay otra ciudad, contigua con ésa, que espera a ver si algún día le cae también algún elogio.

M

13 avril 2013

Como si fuera la primavera

Se dice que los humanos somos iguales ante la muerte. La fatalidad, su resultado, nos iguala una única vez y para siempre. «Así que no hay cosa fuerte que a papas y emperadores y prelados, así los trata la muerte, como a los pobres pastores de ganado», dice Manrique.

Es verdad. Pero luego está la manera. No es lo mismo acabar crucificado sobre una colina, expuesto a los cuatro vientos, al escarnio de unos y a la secreta -y culposa- veneración de otros, que expirar al fondo de una mazmorra ignorado y huérfano de todo. Hay muertes escénicas y muertes hors-champ. Así Jean-Baptiste Poquelin, que puso a todo el teatro por testigo, o Federico, de cuya muerte sólo podemos hacernos una idea.

No es lo mismo guardar fila y pedir hora para una socialdemócrata eutanasia que haber adquirido por anticipado el derecho a la eternidad entre los vivos, como Ariel Sharon o el príncipe Juan Friso de Holanda. Por otra parte, sospecho que algunos suicidas, estoy pensando en uno, no pudiendo más con el presente dieron un paso al frente a ver cuánto da de sí la posteridad.

Escribo esto porque por fin es primavera, la que siempre recuerda dos versos manidos, el de abril, el mes más cruel, y el del caribeño aquél que decía que esto era como si fuese la primavera y yo muriendo.

Y también porque me entero de que el presidente Roosevelt, FDR, murió posando para el cuadro que iba a inmortalizarlo. La muerte exacta del prohombre que ha ganado la guerra. Y, a la vez, una muerte como otra cualquiera. Corría abril, la primavera.

FDR

FDR en 1893, a los once años

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6 avril 2013

A Josepepe, soja

El tal Josepepe es un hombre discreto y huye de la letra impresa. Caramba, c'est encore raté !

6 avril 2013

La novela de Anya

Esperando su último libro, The Childhood of Jesus, releo Diario de un mal año, de JM Coetzee. Se me agolpan los términos que quisiera dedicarle, tanto así que al final no digo nada.

O apenas esto, que se trata de un ensayo, que su autor llama Opiniones contundentes, y a la vez de una novela, con tres personajes, intriga y desenlace, que yo llamo La novela de Anya, y ambos textos están contenidos en un formato de diario, tal como señala su título.

Para ilustrar la relación entre Anya y el autor (el  señor C, o Juan, como lo llaman Anya y su novio), escojo dos extractos. El primero da cuenta de las impresiones del autor cuando conoce a la joven Anya, al inicio de la historia. En el segundo, la voz de la joven cierra el libro.

«Mientras la miraba me invadió un dolor, un dolor metafísico, que no traté de reprimir. Y de una manera intuitiva ella lo supo, supo que al viejo sentado en una silla de plástico en el rincón le ocurría algo personal, algo relacionado con la edad, el pesar y la tristeza de las cosas. Algo que a ella no le gustaba en particular, que no quería recordar, aunque era un tributo a ella, a su belleza y frescura, así como a la brevedad de su vestido. De haber procedido de otro hombre, de haber tenido un significado más sencillo y directo, podría haber estado más dispuesta a aceptarlo de buen grado; pero viniendo de un viejo su significado era demasiado difuso y melancólico para un bonito día en el que tienes prisa por terminar las tareas».

«Volaré a Sidney. Haré eso. Le sostendré la mano. No puedo irme con usted, le diré, va contra las reglas. No puedo irme con usted pero le sostendré la mano hasta que llegue a la puerta. En la puerta podrá soltarme y sonreírme para demostrar que es un chico valiente y subir a bordo de la barca o lo que sea que deba hacer. Le sostendré la mano hasta la misma puerta, estaré orgullosa de hacerlo. Y luego haré la limpieza».

Como se ve, se trata de La Muerte y la doncella. Sólo que, a diferencia de la obra de Schubert, en este Diario de un mal año no es de la muerte de la joven de lo que se trata, sino de la muerte del narrador.

JMC

1 avril 2013

La monja joven

Hablando yo de las carmelitas y hete aquí que en el cine dan La Religieuse.

A fines del siglo XVIII, a los 16 años, Suzanne Simonin entra al convento forzada por su familia hasta que, habiendo desafiado la prohibición y escrito su historia en unas hojas que consigue sacar del convento, un desconocido la rescata.

Diderot tuvo una hermana monja que murió loca, en la que se inspiró, entre otros casos, para escribir La Religieuse. El estacazo que propina el enciclopedista a la institución conventual es tanto más eficaz que se encarna en el esplendor de una joven.

El filme, de Guillaume Nicloux, muestra la plasticidad del culto católico sobre el que se sobreimpone la dominación, el chantaje emocional y la tortura, representados por las superioras de los dos conventos por los que pasa la joven novicia y monja, una sádica, la otra histérica. De ambas escapa Suzanne para que Diderot la propulse a la posteridad.
31 mars 2013

¿Bonsái?...

Bonsái, de Alejandro Zambra, está en el penúltimo lugar de la biblioteca de esta casa desde que decidí ordenarla alfabéticamente. Después de él, sólo está Nana, de Zola. Leí Bonsái tiempo atrás y anoche vi la película. Una novela tiene cien mil palabras y un guión de cine diez veces menos. El paso de uno al otro depende de la ley del embudo. De un embudo que funciona al revés en este caso, porque la novela de Zambra no llega a las cien páginas (es un bonsái) y la película de Cristián Jiménez dura lo que la mayoría de los largometrajes, una hora y media.

Sobre la voz que da título al libro compuse una vez un palíndromo: ¿Bonsái?... Ya, snob. Curioso porque, como se trata de una historia de literatos, la acusación de snobismo no anda lejos e incluso en uno de los diálogos los protagonistas, que leen a Proust diciendo que lo releen, se autoinculpan de ese pecado venial. Pero no. No suele haber snobismo en el primer amor. Los amores juveniles, que es de lo que trata Bonsái, están siempre entre lo sublime y lo ridículo. A esa edad, hay que ser ridículo para ser sublime. Y al revés.


29 mars 2013

Otro viernes santo

Será otro viernes santo sin pañolones morados cubriendo a los santos, sin la presencia ausente de las monjas tras la celosía de madera de esa iglesia de piedra de la calle Carmen, sin la música solemne que emitía la radio gorda de la casa, sin el bacalao que preparaba mi madre.

Y será también otro viernes santo sin el paganismo de la primavera, cuando para resarcirnos de los pañolones y de las carmelitas asábamos ubres y criadillas y bebíamos Casillero del diablo de la botella escuchando a Frank Zappa.

Ahora es sólo la víspera de un fin de semana largo y en el jardín escarchado hay huevos de chocolate esperando a los niños.

H

Óleo de Theodoros Ralli

24 mars 2013

El retrato

Daniel Mordzinsky, fotógrafo de escritores, guardaba su archivo fotográfico en un despacho que Le Monde cedía al corresponsal de El País en Francia. La semana pasada, el diario parisino quiso dar a ese lugar otro uso, dice haber avisado al corresponsal concernido de la medida y, como éste no dio señales de vida, haber ordenado a un empleado que desocupara el despacho, lo que éste último hizo y de paso arrojó el archivo fotográfico de Mordzinsky a la basura. Miles de retratos de escritores tomados durante varias decádas de trabajo desaparecieron de un plumazo.

El lamentable incidente ha incendiado las redes sociales, que son tan inflamables como extinguibles. De entonces ahora, otros incendios las mantendrán inquietas. Aparte de lamentar el sucedido, como hace hoy Vargas Llosa, me he acordado de un percance de otro cariz, el del colchón inflamable.

También, de los libros que Javier Marías ha dedicado a los retratos de sus colegas (Vidas escritas y Miramientos), de los que hablábamos en este blog recientemente. A uno de esos retratos, el de Beckett en 1964, de Jerry Bauer, le dedica unas líneas Coetzee en su Diario de un mal año. «¿Realmente decidió Beckett por su propia y libre voluntad sentarse en un rincón, en el cruce de tres ejes dimensionales, mirando hacia arriba, o el fotógrafo lo persuadió de que se sentara ahí?», se pregunta Coetzee. A partir de ese retrato y, probablemente, de su propia experiencia como material retratable, Coetzee extrae la siguiente conclusión paradójica: cuando más tiempo tiene el fotógrafo para hacer justicia a su modelo, tanto menos probable es que le haga justicia.

O, dicho de otra manera, el mejor retrato suele ser el del pasaporte.

B

 

18 mars 2013

Un restorán costumbrista

MM cuenta haber presenciado dos brevísimos episodios entrelazados, ambos protagonizados por Lira. Sería el otoño del año 1981, el último de Lira, cuando un restorán costumbrista con veleidades literarias organizó unas jornadas poéticas a las que Lira fue invitado a leer o a declamar. Antes de subir éste al escenario, su madre tuvo el cuidado de cerrarle la bragueta.

Al final del sarao, en el estacionamiento del local, el dele-dele la versión local del gorrillas madrileño guió hacia la salida, con señas, a MM, que conducía. Al momento de dar una propina, Lira que tenía aspecto, maneras y lenguaje de gran señor se adelantó a MM y desde el asiento trasero entregó al dele-dele una sola moneda de ínfima cuantía, diciéndole: «Tome, buen hombre, para que se dé un gusto».

S

14 mars 2013

Mi romántico alemán

Mi tío leyó cuando joven las obras completas de Hermann Hesse en uno de esos magníficos libracos que publicaba Aguilar y, cuando fue mi turno de ser joven, me lo regaló. Me lo leí de principio a fin, de Peter Camezind al Juego de abalorios, o sea. Tiempo después me regaló el Elogio de la vejez. Al principio, me resistí a leerlo. Un poco por el título y otro poco por el aire new age que Hesse había ido adoptando. Pero de esto, él no tendrá la culpa. ¿O sí?

Elogio de la vejez son poemas y apuntes escritos en sus últimos años. La mayoría de las ediciones llevan en la portada una foto del autor con su nieto, imagen que recuerda al famoso cuadro de Ghirlandaio, más por el paisaje alpino que por la nariz del anciano.

G

Lo cierto es que he leído el libro y no me arrepiento. Se me ocurren dos perogrulladas. Una, que el Premio Nobel no lo regalan.

Y dos, que todos tenemos un alemán romántico de cabecera. Y el mío, por lo visto, es Hesse, a pesar de que a éste no le hubiese gustado que lo considerasen romántico y se pasó la vida tratando de ser suizo. Un romántico alemán de cabecera, esto es aquél que asoma cuando damos un paseo solitario. Vamos solos, sí, pero un romántico alemán se nos posa en el hombro y nos comenta el paisaje.

Mi romántico alemán es muy humilde y extremadamente soberbio. De Nina, una vieja campesina del Tessino, escribe: Con aire burlón de camarada me observa. Conoce al lobo estepario, sabe que soy un signore, un artista, pero sabe también que en mi vida ya no pasa casi nada interesante. Hesse, el humilde. Y el arrogante, más adelante: Sólo hay jóvenes y viejos entre los mediocres. Los seres bien dotados son al mismo tiempo jóvenes y viejos.

Y esto: Los jóvenes a quienes uno puede imaginar como viejos serán precisamente los viejos más interesantes. Esta afirmación está traducida completamente al revés en la versión española publicada por El Aleph, lo que confirma una vez más la evidencia de que la humanidad va a la izquierda o a la derecha según le pete al traductor.

Ser joven es estrechar contra su pecho a una hermosa muchacha, escribe Hesse. Ser viejo consiste en estrechar contra su pecho una obra de Goethe.

Por lo visto, su romántico alemán era Goethe.

10 mars 2013

El joven Marías

Estamos a 31 de marzo de 1989. El primer ministro español, Felipe González, preside por esos días la Unión Europea, y Bernard Pivot lo invita a su celebrada emisión literaria de la televisión francesa, Apostrophes y, para hablar de libros, de literatura peninsular, le pide que invite a dos novelistas españoles.

Así comparecen ese viernes por la noche al plató de Antenne 2, González, su entonces mujer Carmen Romero, Eduardo Mendoza y Javier Marías. Pivot, por su parte, ha invitado al cervantista Jean Canavaggio y a Marc Lambron, quien, tras un periodo como diplomático en la capital de España, había publicado L'Impromptu de Madrid.

Ha pasado casi un cuarto de siglo desde entonces. Como siempre en relación al tiempo, parece más y parece menos.

Aunque tal vez más que menos. Un primer ministro español con tenue europea, que habla de Camus y de Cervantes con propiedad y recita a Machado y a Lorca... La España invertebrada, que describió Ortega, vuelve a vertebrarse a través de una nueva generación que encabeza González, afirma para la ocasión Lambron... Qué distante suena todo eso, de cara a la pesantez del presente.

Pero, bueno, no hemos venido a quejarnos sino a alabar el buen ojo de González a la hora de escoger a sus lugartenientes.  Mendoza ya era un novelista consagrado y su último libro publicado entonces, La ciudad de los prodigios, es su obra más leída y celebrada. Marías, en cambio, era aún una joven promesa que escribiría sus mejores libros en los años venideros.

Eso explica el título de esto, El joven Marías, y también porque llegamos al recuerdo de este programa, y a la búsqueda de su grabación, hablando en este blog de Marías. Demoré en cumplir con la promesa de traerlo aquí, y agradezco a mi amigo Simon el haberme echado una mano para conseguirlo. Está en dos partes. La primera, consagrada principalmente a Felipe y a Mendoza. La segunda, al joven Marías. Para ver ambos, el pasaporte es JM.

M

7 mars 2013

El clon cool

Inesperadamente, algo bueno en un diario chileno: este cuento de Jaime Collyer, Swingers.

Un relato sobre el clon cool como posibilidad de uno mismo, como fórmula para alcanzar el estado de sosiego que busca todo caballero.

Interés añadido de esta falsa historia de ciencia ficción: asomarse y ver cómo pasaron la tarde de ayer los Ortúzar, una pareja de la clase ascendente en el Chile emergente.

P

Óleo de Peter Ravn

6 mars 2013

La ventana

Uno escribe algo sobre un papel en el tren y lo deja abandonado. Otro encuentra ese papel, lo lee, escribe algo sobre eso y luego lo olvida. Pasan las semanas y una madrugada alguien toma su tableta y escribe en Google « desear no haber nacido » y, de todas las ventanas que aparecen, elige abrir una, la de este blog. Me entero de esto por la mañana, a la hora en que sale el sol. Abro la ventana. Todo significa, aunque sea insignificante. Ubuntu, dicen en África.

C

Óleo de Carabacho

2 mars 2013

El sombrero de Jipijapa

Playa, cielo, sol y amor, decía una cantilena de la radio. La playa pop es la playa de los Beach Boys, la de los comerciales de Fanta. Que también pueda ser un lugar desolador como ese libro de Pavese, o el decorado glauco del teatro de las muertes del Carabacho y Pasolini, no quita que asociemos mayormente la playa con el narcisismo light de las vacaciones juveniles.

Se entiende por playa del mar la extensión de tierra que las olas bañan y desocupan alternativamente hasta donde llegan en las más altas mareas, escribió Andrés Bello en el Código Civil chileno. Me lo enseñaba mi hermana para mostrarme que había poesía en los códigos y no sólo en las musarañas que nadan en la luz.

El cuento es que estábamos con mi amigo Julio Moliné en una solitaria playa chilena, en una de esas extensiones de arena que las olas bañan y desocupan alternativamente, cuando de pronto la playa se fue llenando de ancianos venidos desde las dunas. Una epifanía, la tranquila alegría de aquellos añosos señores revigorizados por el aire yodado, dejándose llevar hasta la intrepidez de levantarse los pantalones y las polleras para remojarse las canillas en las heladísimas aguas del Pacífico austral.

Julio llevaba entonces siempre la Leica consigo y el encuentro con los mayores se convirtió en una sesión fotográfica que está registrada en su sitio. Volver a ver la luz de esas imágenes ha sido darme un paseo circular por las edades de la vida. Porque fuimos jóvenes tal vez nos sea dado llegar a ser ancianos y dejarnos fotografiar junto a unos jóvenes tocados con un sombrero de Jipijapa.

Foto de Julio Moliné

© Foto de Julio Moliné

28 février 2013

Antonio, Antonio, los adultos son imbéciles

Vila-Matas tiene recuerdos inventados. Como todos nosotros, tal vez, sólo que él los exhibe. El autor barcelonés leyó el año 83 un librito de Tabucchi. Como no le pareció suficiente saber que en el futuro conocería a su autor, quiso también conocerlo en el pasado, por lo que se inventó este recuerdo: es el año 53, Vila Matas tiene cinco años y pasa los veranos en la casa familiar de Cadaqués. A la casa del lado ha llegado una familia italiana, los Tabucchi, y, al caer las tardes, el niño Vila-Matas sale al patio, se sube a una silla junto a la tapia y en cuanto ve aparecer al niño italiano de la casa vecina, le dice: «Antonio, Antonio, los adultos son imbéciles».

Un complemento a esa escena lo pone un joven Rodrigo Lira, quien, en agosto del 67, tiene 17 años y estudia psicología en la Universidad Católica. Como es bien sabido, por esas fechas los estudiantes se toman la casa central de la Universidad. Lira forma parte del grupo que controla el acceso al edificio, precisamente por la calle Lira y, para filtrar las entradas, impone la siguiente contraseña: «¿Cómo son los niños?», preguntan desde el interior. «Perversos y polimorfos», responde el que golpea, y el sésamo se abre.

BRC

Óleo de Benito Rebolledo

26 février 2013

El mirlo

M

24 février 2013

El mirlo

La nieve sería muy monótona si Dios no hubiese creado las cornejas. Antes se decía esto en relación a los cuervos, pero cuervos ya no quedan. Antes, en tiempos de Jules Renard.

Cuando ya no queden cornejas (dificulto que un día no queden cornejas) habrá que decirlo en relación a los mirlos. Antes no se podía decir esto en relación a los mirlos, porque en invierno emigraban. Ahora no emigran porque apegándose a las casas consiguen algo de calor y de comida, lo suficiente como para que les salga a cuenta no hacer ese viaje tan largo que antes emprendían rumbo a Almería y más allá. Admiro al mirlo que vive en el jardín de Maeterlinck, me alegra el día verlo remover la nieve para llegar a lo que va. La nieve sería muy monótona si Dios no hubiese creado los mirlos.

C

Velázquez, San Antonio abad y San Pablo ermitaño, detalle

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