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Camino de Santiago

11 novembre 2012

Una historia personal del chorizo

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Hoy es once de noviembre, San Martín. Hay quien por estas fechas se pone una amapola en la solapa y quien se pone a hablar de chorizos. Es lo que me propongo hacer aquí, sin ir más lejos, a cuento de esta frase de Mendoza que trajo Sámuel: El cosmopolitismo es proporcional a la lejanía del chorizo.

Yo nací en un pueblo en un valle central de Chile, con su plaza, su iglesia, el cine, un club social y la zapatería La Reina. Un pueblo donde los comerciantes eran todos asturianos. Bueno, todos no, también había un santanderino.

Aparte de la compra al por mayor y de la venta al detalle, la principal ocupación de esos trabajadores consistía en reproducir una Asturias en miniatura, con su bolera, su hórreo, su Santina, sus cantos de la Pastorina y de Juanín de Mieres, su sidra, su lagar y su gaita. Y su San Martín. San Martín es el nombre que se da en Asturias a los embutidos de cerdo, por mor de la fecha de la matanza, hacia el 11 de noviembre, a las puertas del invierno.

El ser humano engorda al cerdo cuando sobra la comida, en verano, y come de él durante el invierno. De manera que los astures de ese valle chileno cumplían con el ritual en condiciones locales y, en sus mesas, el puchero, la fabada y el pote llevaban San Martín casero. Mi padre se comía primero lo demás y dejaba el San Martín para el final. Yo no.

Pero si el chorizo chileno estaba bueno, no podía compararse ni material ni espiritualmente con el que llegaba de la lejana tierrina. En ese tiempo los viajes eran esporádicos y lentos, lo que disminuía el alcance material del chorizo y aumentaba su valor espiritual. El chorizo asturiano sabía a gloria. Sabía a manos de madre lejana.

A ese trasiego bendito se oponía un adversario de talla, que obedecía al mayúsculo nombre de SAG. Chile es una suerte de isla a gran escala, donde la cordillera de los Andes, el océano Pacífico, el desierto de Atacama y el Polo Sur oponen unas gigantescas barreras naturales y protegen de las variadas pestes que asuelan el ancho mundo, la mosca de la fruta, la mosca tse tse y la mosca cojonera. Y lo que el mar y la montaña dejan pasar lo atrapa el estricto Servicio Agrícola y Ganadero, ágil frente a toda clase de bacterias y bichos, incluido el chorizo. O sea que si llevas una amapola en la solapa o un chorizo en el neceser cuando bajas del avión, te los quitan. En rigor, sólo los retienen. Al revés, no hay problema. Puedes salir de Chile vestido a lo Arcimboldo, o a lo David Byrne, o tocado como una musa griega, y el SAG te azota con el látigo de la indiferencia.

Entre mis astures el deporte favorito, además de los bolos, consistía en desafiar al SAG. Cualquier estrategia era buena para pasar por la aduana chilena los chorizos que te daban en el pueblo a la hora de la despedida de Asturias. Los chorizos y el queso. El queso de los Beyos, pase. ¡Pero el Cabrales! ¡Lo que puede apestar el Cabrales tras una travesía transoceánica! Así es la distancia, sin embargo, como el viento que apaga el fuego pequeño y enciende el grande, como cantaba Modugno, que tenía el defecto de no ser asturiano.

Podría agregar un último pormenor a esta historia personal del chorizo y es que mis hermanas aseguran que, en la mesa familiar, cuando ar niño no le gustaba la cena la madre iba y le freía un chorizo. No sé yo si era para tanto. O será que las madres saben que los hijos nacen para alejarse un día del chorizo y los pertrechan para ese largo viaje.

Así fue como me alejé yo también un día. Sin acercarme, hélas, al cosmopolitismo.

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4 novembre 2012

El contrato

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Hablábamos de libros con S. y Sámuel cuando me acordé de que tenía un bono de compra por 15 euros en la librería y comprobé que vencía al día siguiente. Así fue como me hice con L'adversaire y Je suis vivant et vous êtes morts, pagué la diferencia (3 euros) y salí súper contento. Este último, Je suis vivant..., está en un formato rarísimo. Tan raro es que no me atrevo a tocarlo. Así que he comenzado por El adversario. Y bien, porque lo que en él se cuenta ocurrió mientras Carrère escribía Je suis vivant..., de manera que la lectura de uno anticipa la del otro.

El Adversario (El 9 de enero de 1993, Jean-Claude Romand mató a su mujer, a sus hijos y a sus padres y luego intentó, en vano, suicidarse...) me ha recordado dos historias que se tocan. La primera ocurre en Santiago de Chile. Un coronel pinochetista, torturador por añadidura, cercado por la justicia, va y se suicida. Merecidísimamente. La cuestión está en cómo lo hace. Se acerca hasta un edificio en construcción en un exclusivo barrio de la ciudad y pide visitar el apartamento piloto en el ático. La estupenda vendedora lo pasea por las magníficas dependencias. El coronel se sienta en los mullidos sillones, apoya la palma de la mano en la amplia cama matrimonial, enciende y apaga luces, corre y descorre cortinas, se encierra un momento en el espacioso baño y luego sale a la gran terraza como si llevase una copa en la mano, respira el aire cordillerano y se lanza al vacío. La vendedora aún no se recupera de la impresión.

La segunda transcurre en la calle donde vivo, en la que, años atrás, un vecino mató a su mujer y a sus hijos, tras haber ultimado a su madre en su casa materna, y en seguida se colgó. Nuestro barrio es reciente. Cuando llegamos, hace catorce años, los vecinos, casi todos padres de familia con hijos pequeños o adolescentes, nos íbamos presentando entre los más inmediatos mientras que con los más distantes nos limitábamos a saludarnos. Este de la matanza era, para mí, de estos últimos. Lo veía pasar a veces con sus hijos pequeños camino de la escuela y poco más. Tras la matanza supe que era un hombre jovial, casi infantil de tan bromista y risueño. No tenía problemas conocidos, ni de trabajo ni de dinero. El hecho de que hubiese comenzado por matar a su madre nos ponía sobre una pista freudiana, por llamarla de alguna manera. El desconcierto que la masacre provocó en el barrio fue mayúsculo, pero lo vivimos como solemos tratar los asuntos vecinales en este civilizado país: disimulando. La civilidad, justamente. La matanza representaba una brutal ruptura de un contrato tácito entre vecinos: ¿No nos íbamos a ayudar los unos a los otros en la diaria tarea de hacer de esta calle un espacio vivible? ¿No éramos iguales?

Mi impulso me llevaba a querer saber más, a tratar de entender y a ponerlo por escrito. Pero intuí entonces que ir por ahí averiguando equivalía a otra forma de ruptura del contrato tácito, que comporta también una cláusula de privacidad. De manera que me limité a escribir una crónica y a publicarla en un diario que no lee nadie al otro extremo del mundo y lo dejé hasta ahí. Hasta hoy, en que la lectura del Adversario me ha traído la historia de vuelta.

2 novembre 2012

Una canción de Jacques Brel

De Brel me gustan sus mejores canciones: Amsterdam, Ne me quitte pas, Le plat pays, Les bourgeois, Les vieux, Le moribond, Jacky... Casi todas, o sea. El Brel intimista, el Brel costumbrista. También me gusta, curiosidad de belga postizo, oírlo cantar en flamenco. Mijn vlakke land. El flamenco pasa por ser una lengua áspera, pero cantada por Brel suena bien.

Resulta que Brel, además de cantar y componer era un redomado actor que interpretaba sus canciones, al punto que a menudo las sobreactuaba. Y como lo que ha quedado disponible de Brel en la web son grabaciones en vivo, esa impresión de sobreactuación aumenta. Ne me quitte pas, por ejemplo, tiene tal intensidad emocional que la sobrecarga gestual del cantor es casi inútil. Más vale escuchar una versión de estudio, donde Brel da con el tono justo para mi gusto.

Por cierto que también da gusto ver a Brel interpretar. Como en esta Vesoul. La mayoría de sus canciones Brel las cantaba acompañado solo con su guitarra o con orquestaciones. Estas últimas suenan hoy algo démodées. En Vesoul, en cambio, la pequeña orquesta da con el formato exacto. Brel comienza la canción con aires de cantante lírico pero en cuanto suena el acordeón -ese piano proletario- atrapa la guitarra y se suma al ritmo que ponen los músicos, a los que anima constantemente para que éste no decaiga (Chauffe, Marcel, chauffe!).

En cuanto a lo que cuenta: Hago todo lo que me pides, le dice en suma el hombre a la mujer, pero te advierto que se acabó. Aunque de eso, nada. El eterno tira y afloja de Madame y Monsieur que no pueden vivir contigo ni sintigo. Una versión gala de la cueca La consentida. O de O quereres, de Caetano Veloso. Pura ironía que no renuncia a la lírica o pura lírica a la que retiene la ironía. Porque, como dice el cantor, d'ailleurs j'ai horreur de tous les flonflons...

Vierzon (la letra)

31 octobre 2012

El patio de la escuela

En un libro reciente, Cuestiones reales, un periodista de la televisión pública belga asegura que el futuro rey de los belgas dejó a su novio para casarse con la princesa. Hasta ahí todo bien. En Bélgica el matrimonio entre hombres es legal y el primer ministro sale con un señor. O sea que podríamos invertir la afirmación y decir que el príncipe dejó a la princesa para casarse con su novio y a nadie debería darle un acceso de tos.

Pero, claro, tratándose de la corona, la cosa se complica. La cuestión real es sensible. El primer Leopoldo fue importado de Coburgo, el segundo se adueñó del Congo, el tercero se acoquinó con los nazis. En los años cincuenta, la mitad sur del país, Valonia, votó mayoritariamente en contra de la monarquía y, en el presente, el líder del partido mayoritario en Flandes suele llamar al rey el señor Alberto.

Aclaro que no he leído el libro, ni ganas tengo. Me refiero a lo que veo en la prensa. Donde leo que el supuesto exnovio del príncipe se propone llevar al autor del libelo ante el Consejo deontológico de la profesión. No por él, dice, sino por sus hijos. Y leo también que dos connotados psicoterapeutas acusan al periodista de marras de envenenar el futuro de los hijos del príncipe. En ambas argumentaciones, el terreno señalado como aquel en que los niños de uno y otro serán agredidos con el rumor sobre sus padres será el patio de la escuela.

El patio de la escuela. El único lugar en que estarán lejos de la protección de la familia, de cara a la crueldad de los demás. Cuando llegué a este civilizado reino, el primer trabajo que conseguí fue el de vigilante de un patio de escuela. O sea que entiendo de qué hablan.

En cuanto al periodista en cuestión, su línea argumentativa es ésta: no soy yo, son los otros. Ahora bien, también es cierto que los otros a veces deberían tener un poco de por favor. En esta entrevista, por ejemplo, lo que dice el titular no aparece luego en el cuerpo de la entrevista.

Cuestión subsidiaria, para terminar: ¿cómo habrá sido el periodista en el patio de su escuela? No sé por qué, pero me voy haciendo una idea.

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El príncipe y su hijo camino de la escuela

29 octobre 2012

La macacaria

(Diario de Madera, y 10)

Último elogio al Jardín de Monte, esta vez a su colección de azulejos.

La azulejería, arte hispano-morisco puesto al servicio de la decoración y la ilustración, se expandió por la península y el Mediterráneo adoptando también los nombres de alicatado y mayólica. La colección del Jardín de Monte cubre seis siglos de azulejos portugueses, conteniendo las tradiciones geométricas, vegetalistas y figurativas.

Se dice que los árabes combatían el horror vacui saturando de formas los interiores de sus edificaciones. Cuando niño la contemplación de los baldosas de los corredores de las casas, que imitan esos patrones geométricos, podía llegar a marearme. En Monte la coleccion está al aire libre y no se marea uno. Los museos, como las baldosas de los pasillos, son mareadores. El Jardín de Monte no, además porque las plantas emiten oxígeno, creo.

Sobresale un panel del s XVII, la Macacaria. Una ciudad poblada por animales, macacos mayormente. Sólo un personaje tiene trazas humanas, el Rey, que está al centro de la imagen y parece estar acogotando a un soldado. Los demás, la nobleza, el clero, el ejército y el pueblo son todos bichos. La interpretación canónica es que el panel ridiculiza, por la vía de lo grotesco, la ocupación española y sus valedores. Tal vez. Está datado en la época del Portugal español, en efecto.

Es imposible ver un mono y no mirarlo. Y la mejor manera de apuntar con el dedo una conducta humana es animalizarla. Así, la macacaria funciona también independientemente de su referente —lo propio del arte, por lo demás—, a la manera de los proverbios flamencos de Bruegel. Cualquier época es un tiempo de macacos cubriendo a medias sus vergüenzas y dejando ver la principal.

La firma está en el quinto azulejo, abajo por la izquierda, y un animal la está meando encima. La lucidez del autor es elocuente.

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26 octobre 2012

La tentación de la isla

(Diario de Madera, 9)

Estoy de regreso de Madera desde hace unos días pero me temo que a este diario le falten aún un par de páginas. Me gustaría pasar cuanto antes a otra cosa-mariposa, pero me conozco-mosco. Por otra parte, lejos de la isla quiero decir, el otoño continental aprieta con su cohorte de paro y de reparos, de hojas muertas y de agravios vivaces. La vieja tentación de la isla reaparece y asume unas formas recientes.

Antes de la llegada de los europeos, la mayoría de las islas que rodean África estaban desiertas. Salvo Canarias y sus bereberes guanches, Madagascar y sus malgaches y alguna que se me escapa. Kapú refiere en Ébano la importancia que cobraron esas islas durante la colonización europea, sirviendo como avanzadilla y refugio a la internacional de marineros, comerciantes y atracadores, como la llama el polaco, que se hizo con el control del continente negro. La cara más fea de esa empresa fue, por cierto, la de la esclavitud. En el caso de la expansión portuguesa, fueron las islas del Cabo Verde las que sirvieron principalmente de plataforma para el negrerismo.

A Madera le correspondió un papel más amable, el de plataforma botánica. Las especies que los portugueses consideraban interesantes en África, América y Oriente eran llevadas hasta la isla para que se aclimatasen en ella antes de dar el salto a Portugal. Y al revés, las plantas que querían introducir en los nuevos territorios pasaban en Madera un periodo de adaptación, habida cuenta de que la isla es geográficamente un punto de encuentro entre el trópico y las regiones temperadas, como lo muestra bien su flora autóctona, la laurisilva.

Mendes Ferrão (A Aventura das plantas e os descobrimentos portugueses) presenta un repertorio de 24 plantas útiles americanas, 17 asiáticas y ocho africanas que fueron implantadas durante esa época en el resto del mundo. Este trasiego botánico está a la base de los monocultivos sucesivos sobre las que se asentó la economía insular, el trigo, la caña de azúcar, la viña y la banana. Subsidiariamente, ese mismo trapicheo convirtió a la isla en una especie de jardín botánico a gran escala, empresa a la que contribuyó de manera significativa la llegada de los comerciantes en vino ingleses, aficionados a la jardinería, a partir del s XVIII, para solaz del más reciente monocultivo isleño, el turismo. La mejor ilustración de esto que digo está en el Jardín de Monte. Si la isla entera es trópico domesticado, Monte es el broche, allí donde el jardinero ha conseguido crear la perfecta ilusión de una Europa tropical. Me inflamo, cómo no.

A la tentación de la isla la atempera, sin embargo, la estadística. Hay más maderenses por el mundo que en la propia isla de Madera. Pescadores en Perth, albañiles en Zurich, funcionarios en Jersey, comerciantes en Maracaibo. Gente de buena madera.

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22 octobre 2012

BEFORE / AFTER

(Diario de Madera, 8)

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21 octobre 2012

La censura freudiana

(Diario de Madera, 7)

Corre el ano de 1970. Chico Buarque tiene 25 años y ha compuesto ya unas cuantas canciones que se convertirán en clásicos de la música brasilera. Dos de ellas, Samba de Orly y Valsinha, en coautoría con Vinicius de Moraes. En el caso de Valsinha, Buarque escribe la letra sobre la base de una melodía de Moraes, quien por ese entonces se encuentra en Buenos Aires grabando su famoso disco con Toquinho y Maria Creuza (un falso live, por lo demás).

De Moraes, poeta consagrado, decano en la materia, escucha la canción grabada por Chico Buarque y cree necesario mejorarla, escribiendo una nueva versión. El joven recibe la letra enmendada por el maestro y, sorprendente pero cortésmente, le responde que es mejor dejarla como está. Ya la ha cantado varias veces y la respuesta del público ha sido muy buena. 

Me entero de esta anécdota leyendo el libro de Wagner Homem História de canções de Chico Buarque. También de la letra alternativa propuesta por Vinicius, que es tan buena como la original de Chico Buarque. Alegra, sin embargo, percibir a posteriori la conciencia de la propia valía que tenía el joven Buarque, a la par que su cumplida necesidad de desmarcarse.

El libro es un regalo para los buarquistas porque se limita a contar anécdotas sobre las canciones de Buarque. Esta, por ejemplo: Dos años más tarde, en 1972, Chico Buarque compone en vivo, frente a un pequeño público, con Francis Hime al piano, Atrás da porta. La canción, un bolerón, cuenta una historia de amor tremendo desde el punto de vista de una mujer. Su amante la deja e, intentando impedírselo, la mujer se agarra de él, de donde puede, de sus cabellos, de su pijama, de sus pelos. La censura veta este último verso, algo común tratándose de las letras de Buarque. Y las censuras iberoamericanas, ya se sabe, son propiamente freudianas. En el concierto que da ese mismo año en el teatro Castro Alves de Salvador de Bahia con Caetano Veloso, Buarque canta Atrás da porta y no se calla el verso censurado, los famosos pelos prohibidos. El productor, para que el disco del concierto pueda circular, añade unos extemporáneos aplausos para esconderlos.

Releyendo las letras buarqueanas, me doy cuenta, además, de que también por esos años el carioca escribe en un par de líneas, y en respuesta a la censura freudiana, una de las mejores Imitaciones de Propercio que se hayan intentado: Você não gosta de mim, mas sua filha gosta.

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Vinicius de Moraes y Chico Buarque

20 octobre 2012

Peces de colores

(Diario de Madera, 6)

A la relación entre el español y el portugués y viceversa se la podría calificar como el síndrome de la letra corrida. El español dice gaviota y el portugués gaivota. O apio y aipo. Y así sucesivamente. Esto se da también con el francés (mueble-meuble), con el catalán y el italiano, y supongo que incluso se dé aquí o allá con el rumano. 'La lengua, cualquier lengua, es una actividad doméstica y económica, una canción inventada, en el fondo, no para deslumbrar sino para vender caro y comprar barato', como dice Tavares, a quien voy leyendo espero que con provecho. (Al país que fueres, lee lo que vieres).

Hablando de compra y venta, otro pormenor en la relación interibérica: la mayoría de las monedas de un euro que pasan por mi mano llevan la cara de Juan Carlos (One car loss, según el chiste de Rushdie que cuenta Wilbpack). Será una coincidencia intencionada y no una afrenta a a la soberanía de la República portuguesa.

Por lo demás, baños de mar y peces de colores.

M

Gregori Walkonsky, 1887

18 octobre 2012

A Oriente por Occidente

(Diario de Madera, 5)

Colón tenía olfato y una gran nariz. Murió, sin embargo, desposeído de su hazaña que, por cierto, él creía otra. No llegó a enterarse de lo de América. Lo suyo, según él, había sido abrir una nueva ruta a Oriente, la ruta occidental. Descubrió América, sí, pero, sin desmerecerlo, tal vez sea más exacto decir que descubrió el Caribe.

Los maderenses pretenden que fue este archipiélago de Madera donde redondeó su idea de ir a Oriente por Occidente. Tal vez. Lo cierto es que no logró convencer de ello al rey de Portugal y tuvo que esperar a que los Reyes católicos conquistasen Granada, en lo que se distraían por ese entonces, para que le prestasen atención.

Tras su muerte, de a poco la Corona fue revindicando la figura de Colón. Revindicándola se revindicaba. Así fue como algunos retratos del almirante comenzaron a ver la luz. En la casa museo de Porto Santo hay una pequeña colección de diez pinturas y grabados en los que el genovés aparece con barbilla, con flequillo, con sombrero, con cuello acanalado. En algunos parece mediterráneo, en otros holandés. En lo único que parece haber consenso es que era narizón.

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Estatua de Colón en Porto Santo

(Diario de Madera, 4)

16 octobre 2012

Una epifanía

(Diario de Madera, 4)

Más de una vez le he oído a Roberto la palabra epifanía. Como no estoy seguro de qué significa pero me gusta mucho, suelo pensar que ciertas situaciones en que el ánimo se me queda por el cielo podrían ser llamadas epifanía. Así días atrás en el Jardín tropical de Monte. Estábamos tomando té y unos trozos de queque en un mirador. A la vista de las migas se aproximó un pinzón. Había que ver su estrategia de acercamiento. La manera como nos domesticaba. Ya sé que esta materia la agotaron el zorro y su principito pero es lo que el pinzón hacía, y con qué gracia. Cuando ya estaba seguro del terreno que pisaba dio el salto hasta la mesa y se metió dentro del plato. En vista de tanta camaradería, llegó toda la tribu. Todos eran guapos y buenos comedores, y para todos alcanzó el queque. Pero la epifanía propiamente se la debo al primero. Al pionero.

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15 octobre 2012

Ah, meu fado, meu fado

(Diario de Madera, 3)

Sol en la costa, lluvia en el monte. Este diario se moja con esa lluvia y se seca con este sol. El resultado es que se ha borrado un tercio de lo escrito. Lo medular. Queda la calderilla. Lo que sigue:

La diosa de los viajeros evitó enviarme a Madera durante los aluviones mortíferos del invierno de 2010. Ahora, en este otoño, la isla parece estar tranquila, a salvo de cualquier intemperancia. Entran en el puerto los cruceros, se despliegan por las calles y los parques los viajeros, y luego siguiendo la misma cadencia se recogen y los barcos se alejan. Todo parece estar pautado.

Los isleños trabajan para que los visitantes descansen. Y viceversa. No es difícil distinguir a unos de otros. Los maderenses son pequeños, morenos, llevan pantalón largo y fuman abundantemente. Los visitantes son grandes, rubicundos y visten ostensibles calcetines. Las señoras septentrionales en la medida en que envejecen se vuelven canosas. Las señoras meridionales en esa misma medida se van volviendo rubias.

La unidad de medida del turismo son las camas. El progreso de una isla como ésta se cuenta en número de camas. El turismo tiene estas cosas. Te paras a escuchar las explicaciones de una guía sobre la floración de la jacarandá y están en finlandés.

Tanto ajetreo sosegado cansa y despierta la gana. Así que al ponerse el sol en el Atlántico hay que recogerse en un restorán regional que propone cena regional amenizada por un grupo de cantos y bailes regionales. Lo mejor de la noche es que no cantan fados.

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14 octobre 2012

Josepepe alcalde

(Diario de Madera, 2)

Hoy es día de elecciones municipales en Bélgica. Su punto alto consistirá en la previsible victoria en Amberes del líder de nacionalismo flamenco, Bart De Wever, y en el alcance de la votación de su partido y de la consiguiente derrota de los partidos flamencos que forman parte del gobierno federal en el conjunto del país.

Por mi parte, tras haber presentado mi candidatura a alcalde en las elecciones municipales precedentes, hace seis años, este comicio me ha pillado de excursión antropológica en la isla de Madera, de manera que le he pedido a un rapaz que vote en mi lugar. Este procedimiento de voto por procuración me parece simple y eficaz, amén de promover el contacto humano. El derecho y el deber del voto me lo tomo en serio, como se debe, y también porque la primera vez que iba a votar, con la ilusión que me hacía, un golpe de Estado de subnormales me privó de ejercerlos.

De natural, votaría yo tarjando a los candidatos a los que no quiero ver ni de cerca ni de lejos ni menos cargando con los asuntos municipales. Llenaría el voto de tarjaduras. Pero no es así que hay que votar sino rellenando la casilla del menos malo. Y así haremos. Prosperidad para la ciudad y paz para el mundo.

Hace seis años, Josepepe alcalde y Mónica alcaldesa.

12 octobre 2012

El lonco Colón

Diario de Madera

Hoy es doce de octubre en toda Hispanoamérica. En Madera, como en el resto de Portugal e incluso en Brasil, es día laboral. Sin embargo que Colón vivió en estas islas, se casó con una maderense, dona Filipa Moniz, y su hijo, Diogo Colón, nació en Porto Santo.

Colón estuvo aquí años antes de la gesta americana, comprando azúcar, que fue la primera riqueza de Madera, su oro blanco, por cuenta de negociantes genoveses. Pernoctó en Funchal en la casa de un belga, Jean d'Esmerault, que entró a la historia local con el nombre de João Esmeralda. Entonces se entraba en las historias locales domesticando los nombres extranjeros, véase el caso de Colón, para volver a él.

Portugal y España se disputaban por ese entonces el dominio del Atlántico y de sus islas. Mi tío Pepe asegura que el primer portugués que llegó a Madera llegó segundo, es decir que el rey de Portugal anunció la posesión en derecho de la isla antes de poseerla en los hechos. Madera y las vecinas Canarias ya estaban en las leyendas marineras medievales. La Atlántida también.

Consecuentemente, los portugueses no andan lejos de sentir que a América la descubrió Pedro Alvares Cabral, el primer luso que hizo pie en la costa brasilera de Porto Seguro.

Andando el tiempo, el imperio español consiguió integrar a Portugal, y por lo tanto a Madera y a Brasil. Los portugueses dan cuenta de esos sesenta años de dominación española, a fines del s. XVI e inicios del XVII, como de un tiempo calamitoso: las potencias enemigas de España -Inglaterra, Francia y Holanda- aprovecharon para atacar Madera y otros territorios de ultramar argumentando su adscripción a la corona española. Sobre esas bases asentó Portugal su posterior independencia, aliándose con los enemigos de España, Inglaterra particularmente.

Con todo, la historia no ha tratado de manera muy diferente a Portugal de España. La invasión napoleónica, el desmembramiento de los imperios coloniales, la abortada experiencia de las primeras repúblicas, la dictadura. Los portugueses se ahorraron un par de guerras, eso sí, la peor la Guerra civil. Y fue de consuno que ambos países ibéricos adhirieron a la Unión europea y vivieron con razonable exaltación los dulces años de la primera integración. Y hoy viven de manera similar las zozobras de la actual crisis del euro. Le preguntas a un portugués cómo anda la cosa y te parece estar oyendo a un baturro.

Hoy es día feriado en Cataluña, como en toda Hispanoamérica, y tal vez sea un buen ocasión para releer la historia portuguesa. Desde esta autonomía periférica de Madera, cualquiera tentativa secesionista parece extravagante, teniendo presente el pasado y contando con lo que trae el presente.

Mirando una réplica de la caravela de Colón que surca la bahía de Funchal cargada de ancianos septentrionales, mi tío me dice que dentro de un siglo mi nieto podrá ser uno de ellos. Me acuerdo remotamente de que mis abuelos solían venir aquí de vacaciones, dirá. Hace muchos años de eso, sería en tiempos de la crisis del euro, de cuando Madera era española y las Canarias portuguesas. O era al revés, ya no me acuerdo.

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PS / Lonco, en mapuche, es el cabecilla.

9 octobre 2012

Voy y vuelvo

Estoy en Madera. Saludos.

6 octobre 2012

Memento martes

El martes se conocerá el detalle de los despidos en el diario El País. No voy a extenderme ahora sobre mi condición de lector de ese periódico. Me refiriré más bien al día de la semana escogido para dejar caer la piedra. Así como existe el memento mori, el detalle que se dispone en un lugar de la composición para recordarnos nuestra condición mortal, existe también lo que podríamos llamar el memento martes. Recuerda que hoy es martes. Momentos mediocres que, por cierto, tienden a darse también a lo largo de toda la semana. Podría hacer una lista de mementos martes pero me temo que resulte latosa. Y, además, lo propiamente martes del asunto es la evidencia de que uno mismo protagoniza las listas de mementos martes ajenas.

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Ilustración tomada del blog del Crítico constante

26 septembre 2012

Los trausos y los tracios

Los trausos tienen las mismas costumbres que el resto de los tracios, escribe Heródoto. Salvo en lo que se refiere a los nacimientos y a las defunciones. Cuando nace un niño, la familia se reúne y se lamenta de los males que deberá sufrir la criatura, a causa de todas las calamidades que recaen sobre los mortales. Un difunto, en cambio, es enterrado en medio de bromas y risas. Su felicidad será eterna, se dicen.

Del inconveniente de haber nacido, que diría Cioran. Quien, por cierto, no nació lejos de esas tierras.

Sobre el conjunto de los tracios, Heródoto se apunta con esta consideración de amplio espectro: Si los tracios pensaran todos de la misma manera, en mi opinión serían irreductibles y, con mucho, los más potentes. Pero es impensable que eso ocurra. Tienen muchos nombres, que dependen de cada una de las tribus. Y son débiles por este motivo.

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Estatua de Heródoto en la Biblioteca del Congreso, en Washington, por Daniel Chester French

23 septembre 2012

Las dos caras de un rostro

El filósofo bohemio Ernst Fisher murió en julio de 1972. John Berger lo acompañó en su último día de vida, y un par de años más tarde escribió A Philospher and Death, una breve semblanza de Fisher el día de su muerte. El párrafo que copio abajo (disculpas por no traducir) transcribe el diálogo entre los dos escritores a la hora del paseo matinal. El día contiene ya su desenlace pero aún no lo anuncia.

«We went for a walk together, the walk into the forest he would take each morning. I asked him why in the first volume of his memoirs he wrote in several distinctly different styles.

—Each style belongs to a different person.

—To a different aspect of yourself?

—No, rather it belongs to a different self.

—Do these different selves coexist, or, when one is predominant, are the others absent?

—They are present together at the same time. None can disappear. The two strongest are my violent, hot, extremist, romantic self and the other my distant, sceptical self.

—Do they discourse together in your head?

—No. (He had a special way of saying No. As if he had long ago considered the question at length and after much patient investigation had arrived at the answer.)

—They watch each other, —he continued. The sculptor Hrdlicka has done a head of me in marble. It makes me look much younger than I am. But you can see these two predominant selves in me -each corresponding to a side of my face. One is perhaps a little like Danton, the other a little like Voltaire.

As we walked along the forest path, I changed sides so as to examine his face, first from the right and then from the left. Each eye was different and was confirmed in its difference by the corner of the mouth on each side of his face. The right side was tender and wild . . . I thought rather of an animal: perhaps a kind of goat, light on its feet, a chamois maybe. The left side was sceptical but harsher: it made judgments but kept them to itself, it appealed to reason with an unswerving certainty. The left side would have been inflexible had it not been compelled to live with the right. I changed sides again to check my observations.

—And have their relative strengths always been the same?, I asked.

—The sceptical self has become stronger, —he said. But there are other selves too. He smiled at me and took my arm and added, as though to reassure me: 'Its hegemony is not complete!».

Somos un embutido de Danton y de Voltaire, de ángel y bestia (Parra), bajo la estela de Stevenson. Uma parte de mim pesa, pondera: outra parte delira, escribió Ferreira Gullar. Todo rostro acusa esa dualidad que desvela Berger en el de Fisher. Pero pocos lo hacen con la intensidad del de Eduardo Mendoza, tal como aparece en el retrato que está en la solapa de la mayoría de sus libros.

M Como todo lector, imagino, de vez en cuando al salir de un párrafo siento la necesidad de echar una mirada de reconocimento a la cara de aquel que lo escribió. Supongo que por esa razón los editores ponen en la solapa de los libros las fotos de sus autores: para facilitar la lectura, que no es otra cosa que la relación entre lector y autor.

Por eso será que entre todos le hemos puesto cara a todos los autores, aún a los que carecían de una, de Homero acá, pasando por Shakespeare y Cervantes. Javier Marías (no hay riesgo de que una penuria de imágenes se interponga entre él y sus futuros lectores) ha escrito páginas estupendas sobre el autor y su cara, como en su libro de semblanzas de escritores, Miramientos, escrito sobre la base de retratos de éstos. Y en Tu rostro mañana, el servicio de inteligencia para el cual trabaja el protagonista establece retratos de gente siguiendo una lectura de sus rostros.

Volviendo a Mendoza, pongo una hoja del libro medio a medio de su retrato. A la izquierda me queda un inquietante tipo oscuro, que mira como el peor de sus personajes. Y, a la derecha, un hombre aparente y suavemente irónico, que será aquel que los describe. Humor a la inglesa y picaresca española. Las novelas de Mendoza, como su cara son.

22 septembre 2012

El minarete

Se suele decir de los clásicos que siempren están en fase con la actualidad. Apegado a Heródoto, Kapuscinski no anda lejos. En Viajes con Heródoto describe dos realidades paralelas, el mundo antiguo, valiéndose del relato del griego, y el de los años sesenta, el de sus primeros viajes como corresponsal, y en ambos relatos resuena la actualidad, las trifulcas de los salafistas y las movidas de los mandamases. Todo recuerdo es presente, dice Novalis.

La hegemonía del mundo antiguo se la disputan griegos y persas. Heródoto cuenta de un rey griego que malinterpreta el oráculo y es derrotado por los persas, a los que acaba contagiando. Heródoto miraba con escepticismo la supuesta superioridad de su propio pueblo griego, que llamaba bárbaros a todos los que no hablaban su lengua. Y a su vez, miraba con interés declarado a los pueblos sometidos por los griegos. Al punto que demuestra que los griegos tomaron sus dioses de los egipcios, a los que despreciaban, transformándolos apenas.

Kapú va leyendo a Heródoto mientras se encuentra en El Cairo o en Jartum, que están a orillas del mismo río Nilo. En ese entonces, en 1960, tras sacudirse el poder colonial franco-británico, el ejército egipcio había constituido junto a Siria, apuntalado por las nuevas potencias hegemónicas, Norteamérica y la Unión Soviética, la República Árabe unida, al mando del coronel Nasser. Pacato, el poder nasserista combatía entre otros vicios nefandos el consumo de alcohol.

Así es como Kapú cuenta un jocoso recorrido por las calles del Cairo intentando desembarazarse de un envase vacío de cerveza. Frente a cada basurero se lo impiden los ojos de algún miembro de ese ejército de reserva de esbirros ociosos en búsqueda de protagonismo que pueblan las capitales de las dictaduras.

Y cuenta también el atraco más ingenioso que alguien haya padecido y contado. O para qué sirve un minarete:

«Un día, cuando salgo del hotel a la calle, uno de esos hombres (supuse que era de ésos porque siempre estaba apostado en el mismo lugar, debía de tener asignada una zona) me para y me dice que lo siga, que me enseñará una mezquita antigua. Soy crédulo por naturaleza, y la desconfianza la considero no como señal de sentido común sino como un defecto de carácter, y, en aquella ocasión, el hecho de que un secreta me proponga ir a una mezquita en vez de ordenarme comparecer en una comisaría me causa tal sensación de alivio —incluso de alegría— que acepto sin pensármelo un segundo. Es un hombre de trato correcto, llevaba puesto un traje pulcro y hablaba en un inglés bastante bueno. Me dice que se llama Ahmed. Y yo, Ryszard, le contesto, pero te resultará más fácil llamarme Richard.

Primero caminamos. Luego subimos a un autobús y viajamos un rato largo. Nos bajamos. Nos encontramos en un barrio viejo: callejones estrechos, rincones recónditos, plazoletas diminutas, pasajes sin salida, fachadas torcidas, pasos angostísimos, paredes de barro gris oscuro, tejados de hojalata ondulada. Quien entre aquí sin un guía, no sale. Sólo aquí y allá se divisan unas puertas en las paredes, pero están clausuradas, cerradas a cal y canto. Todo parece desierto. De vez en cuando se ve deslizarse como una sombra a una mujer o a una pandilla de niños, pero los pequeños, asustados por el grito de Ahmed, desaparecen enseguida. Así llegamos ante un macizo portalón de metal sobre el cual Ahmed golpea con los nudillos un código. Desde el interior llega el susurro de unas sandalias arrastrándose y luego se oye el ruidoso chirrido de una llave girando en la cerradura. Nos abre la puerta un hombre de edad y aspecto indefinidos e intercambia con Ahmed unas palabras. Nos guía a través de un pequeño patio cerrado hasta una puerta hundida en la tierra que conduce a un minarete. Está abierta, los dos me indican que la franquee. Dentro reina una espesa oscuridad, pero se divisan los contornos de una escalera de caracol que sube por la pared interior del minarete, que, a su vez, recuerda una gran chimenea de fábrica. Quien dirija la vista hacia arriba verá que en lo alto, muy alto, brilla un punto de luz difuminada que desde este lugar parece una estrella remota y pálida: es el cielo.

—We go! —me dice con voz entre imperativa y alentadora Ahmed, que antes me había dicho que desde la cumbre veré toda la ciudad de El Cairo. Great view! —me asegura. Así que en marcha. La cosa se presenta mal desde el principio. La escalera es estrechísima y resbaladiza pues está cubierta de arena y polvo de argamasa. Pero lo peor es que no tiene ningún pasamanos, ni agarraderos, ni mangos, ni siquiera una cuerda, nada a lo que asirse.

Pues nada, allá vamos. Sube que te sube. Lo más importante es no mirar hacia abajo. Ni hacia abajo ni hacia arriba. Clavar la vista en el punto más cercano que se tiene delante, en ese peldaño que está a la altura de los ojos. Desconectar la imaginación, la imaginación siempre magnifica el miedo. Irían de perlas cosas como el yoga, el nirvana y los tantras, o como el karma y el moksha, algo que permitiera dejar de pensar, de sentir, de ser.

Pues nada, allá vamos. Sube que te sube. Estrechez y oscuridad. Vértigo en círculos. Desde la cumbre del minarete, cuando la mezquita está abierta, el almuédano llama a los fieles a oración cinco veces al día. Los exhorta con una especie de cánticos monótonos, a veces bellísimos, solemnes, cautivadores, románticos. Sin embargo, nada parece indicar que nuestro minarete sea usado por alguien. Es un lugar abandonado desde hace años, huele a rancio, a polvo estadizo.

No sé si es debido al esfuerzo o a la creciente sensación de miedo, pero lo cierto es que empiezo a acusar cansancio y a todas luces ralentizo la subida pues Ahmed se pone a apurarme.

—Up, up! —insiste, y puesto que va detrás de mí me corta toda posibilidad de retroceder, dar media vuelta, huir. No puedo girar sobre mis talones y sortearlo: a un lado se abre el abismo. Pues nada, pienso, vamos allá. Sube que te sube. Nos encontramos ya tan alto y la situación se presenta tan peliaguda en aquella escalera sin pasamanos ni asideros que un movimiento brusco de cualquiera de nosotros significaría una caída libre de los dos desde una altura de varios pisos. Estamos unidos por un absurdo lazo de «intocabilidad»: el que toca al otro también se precipita al vacío.

Pero esta simétrica configuración no tarda en cambiar en mi contra. Al final de la escalera, en la misma cumbre, hay una terracita diminuta y angosta en torno al minarete: el lugar para el almuédano. Por lo general, estas plataformas suelen exhibir una baranda de piedra o de metal. Pero aquélla, que seguramente había sido metálica al cabo de tantos siglos se había caído, comida por la herrumbre, y brilla por su ausencia: el estrecho saliente de piedra no tiene protección alguna. Ahmed me empuja suavemente hacia el exterior y él mismo se queda en la escalera. Y, apoyado con toda la seguridad del mundo contra un vano en la pared, me dice:

—Give me your money».

M

Foto de Michel Setboun

13 septembre 2012

Estorninos de Lovaina

Sobre la grúa amarilla, tan negros como son, despegan todos a una hacia el poniente y componen y descomponen caligrafías, juegos de tinta, ideogramas chinos, pinturas enigmáticas, emergencias, resurgencias, árboles de los trópicos, pliegues y quiebres, lejanías, turbulencias, fuegos artificiales, vientos y polvos, frenadas y enfrentamientos, desplazamientos, despejes, son el primero y el último, la multitud, la miriada, la bandada, el vacío y el volumen, el resultado. Y así se posan por fin sobre los árboles cuando se borran los arreboles.

SF

(Sobre la base de textos de Henri Michaux.)

Estorninos de Roma.

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