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Camino de Santiago

13 mars 2021

Camino del cineclub

La India según Naipaul

Corre 1965 y Dipanjan estudia ciencias y escribe poesía en Calcuta. Una tarde va camino del cineclub a juntarse con los amigos cuando se cruza en la calle con un pobre hombre moribundo. Consigue un teléfono, llama a una ambulancia y se siente obligado a acompañarlo al hospital. En el hospital les dicen que no pueden ingresarlo simplemente porque no hay sitio. Que vayan a otro hospital. Como sufre de hidrocele testis, el moribundo lleva los testículos en las manos.

Por el camino el conductor le pregunta a Dipanjan si tiene algo que ver con el menesteroso. Pregunta retórica porque Dipanjan es a todas luces un muchacho de buena familia. «En el próximo hospital nos van a decir lo mismo que en el anterior y al final vamos a tener que abandonarlo en la calle», le advierte el conductor. Pero viendo la cara de desamparo de Dipanjan, agrega: «Bueno, podemos probar suerte en un sitio que acaba de abrirse y donde tal vez lo recojan». Así es como llegan al primer dispensario abierto por Madre Teresa, donde dejan al pordiosero en una especie de corredor. 

«Esto no quiere decir que yo valore la obra de las Misioneras de los pobres», le advierte Dipanjan a Naipaul, a quien le cuenta su historia dos décadas después. «Estoy diciendo simplemente que es el único sitio que acepta a un pobre moribundo en Calcuta». Finalmente Dipanjan se pierde la sesión de cineclub y se va al campo a hacer de maoísta e intentar convencer a los campesinos del delta de Bengala de que tienen que acabar con los terratenientes.

El relato sigue pero se congela en la imagen del mendigo arrastrando los pies con los testículos en las manos por aquel corredor y no sé si puede haber una figura más triste.

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Foto de Eric Parker

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18 février 2021

El perro de Gurdjieff o la primera mosca verde

Creo que fue Gurdjieff quien, viendo a un perro aliviarse y continuar su paseo sin volverse a calibrar lo obrado, dijo que el día en que el ser humano hiciese otro tanto otro gallo nos cantaría.

Es un viejo volador de luces esa idea de que el hombre será feliz cuando se deshaga del fardo de la cultura. Yo no creo en eso por, cómo decirlo, experiencia propia. Recuerdo que cuando niños éramos bastante naturales al punto de que nos subíamos a los árboles para instalarnos en una sólida rama y desde ese plataforma nos alivábamos. «A la una —gritaba uno— a las dos y a las tres» y los participantes nos poníamos a la tarea. El que tocaba el suelo antes con su obra ganaba el torneo.

Otra competencia consistía en obrar cada uno lo suyo y esperar a ver cuánto tardaba en posarse la primera mosca verde. Cuento esto no por mero afán escatológico, que también, sino para insistir en que aun en medio de la naturaleza las necesidades naturales son humanizadas.

De jovencito leí Rayuela de Cortázar. Nada menos original pero me gustaría saber qué retuvo la gente de ese libro. Yo recuerdo unas cuantas escenas y estas dos relacionadas con el asunto que trato y que van en una dirección opuestísima a la del perro de Gurdjieff: Oliveira iba al retrete, componía su deposición y luego se volvía a mirarla lleno de perplejidad: «Pero esto... ¿lo he hecho yo?»

O bien, y como compartía un único retrete con su novia, se encontró un día golpeando la puerta y diciéndole desesperadamente: «O te apuras o te cago encima».

Escribo estas líneas a cuento de un buen libro que he leído en el que se cuenta un largo viaje por países distantes y en el que no se menciona apenas la ocupación a la que me estoy refiriendo. Y bien sabemos todos que en un viaje la cuestión ocupa mucho lugar. Sobre todo en el imaginario. ¿Dónde y cuándo? son preguntas cruciales que se hace el viajero.

A diferencia de ese filme de Wenders, En el transcurso del tiempo, en el que en un momento del viaje el conductor del camión se detiene en un páramo cualquiera, se baja los pantalones, se encuclilla y se deja llevar por la naturaleza ante la atenta mirada de la cámara en una actitud próxima a la del perro de Gurdjieff.

Creo que es la única vez que se ha visto una secuencia así en el cine. La película es de 1976. Cuántos años tuvieron que pasar para que se diera el caso y cuántos han pasado después sin que el caso se repita. En Salo, que es del año anterior, Pasolini muestra lo contrario, es decir cómo se impide a los protagonistas ir al retrete durante un largo día. Y en El Fantasma de la libertad, que es de 1974, Buñuel encierra a las personas a comer a escondidas en los retretes y las reúne a defecar en torno a un mesa convivial.

He escuchado a viajeros impenitentes contar escenas de retrete impagables. Un amigo vivió un tiempo en Sri Lanka en la casa de unos srilankeses. Todas las tardes la criada sacaba la mierda de la casa por un hueco en el muro exterior. Allí fuera tomaba la palangana una mano invisible y la hacía desaparecer.

Otra amiga pasó un periodo en un pueblo perdido de Nepal, donde las condiciones de vida eran minimalistas y para defecar había que buscarse la vida en las inmediaciones. Así mi amiga intentaba alejarse por las mañanas buscando un lugar tranquilo pero siempre había dos o tres lugareñas que insistían en acompañarla porque es de mal tono dejar solo al forastero en cualquier trance, incluso en ése.

Me resulta difícil imaginar una situación más incómoda. Al punto de que a veces cuando quiero quejarme del confinamiento me acuerdo de Nepal y se me pasa en seguida.

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9 février 2021

El contador de historias

Ha muerto Jean-Claude Carrière. 

Carrière se definía como un contador de historias. Eso era y qué historias contaba. Era capaz de tomar una realidad confusa y remota, la historia ancestral de la India en el Mahabharata, por ejemplo, o las disquisiciones de dos teólogos renacentistas sobre el alma o la ausencia de alma de los indios de América, y convertirla en un relato apasionante y comprensible, al alcance de cualquiera. Todo se puede contar, decía. Y lo lograba.

Adaptar historias fue lo principal de su trabajo pero también sabía contar las suyas. En el teatro y en los libros. Yo lo conocí y lo he seguido a través de estos. Su infancia occitana en el seno de una familia de pequeños viñateros, sin libros ni imágenes, su llegada a París adolescente, detrás de la barra del bar de sus padres. Negro literario, en seguida, escribiendo para otros, firmando novelitas bajo seudónimo, su éxito profesional en fin de la mano de los más grandes —Brook, Buñuel, Forman, Ferreri, Haneke, Godard, Malle, Oshima, Saura, Schlöndorff (el orden ortográfico es de rigor en estos casos). Su pasión por España, por Irán, por la India...

A pesar de contarlo todo o casi todo —así en su último libro Un siglo de olvido pasa revista a todo lo que llegó a saber para salvarlo del olvido— Carrière era un hombre púdico. Un yogui de la primera hora que nunca se dio a sí mismo en espectáculo porque quien lo hace es un charlatán, como escribe en una de sus páginas.

Su último libro, precisamente, que cerré hace apenas unos días, escrito durante la pandemia. Las páginas finales son inevitablemente testamentarias: «Me es imposible saber si el próximo mes, si la próxima semana tendré el tiempo y la fuerza de seguir escribiendo», concluye.

Queda el consuelo de saber que murió de sa belle mort, como se dice en su lengua. Se durmió antenoche y ya no despertó más. Descanse en paz, maestro.

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Jean-Claude Carrière con Luis Buñuel

______________

Se puede ver a Carrière en el último filme de Abbas Kiarostami en el papel del hombre de la plaza que tiene un consejo que dar a William Shimell sobre qué hacer con Juliette Binoche.

He escrito en este blog unos cuantos textos sobre él y su obra.

En Twitter también he ido poniendo alguna cosa.

18 janvier 2021

La multiplicación del yo

Difícil hablar de L'Anomalie sin destriparla. Hasta ahora nunca me había preocupado destripar o no una historia, me hago viejo. Pero en el caso de esta novela de Hervé Le Tellier, premiada con el Goncourt 2020, destriparla es delicado porque opera por sorpresa.

Sólo un par de cosas à coté, entonces. Además de que me gustó mucho, como todos los libros de HLT, por lo demás, libros divertidos y muy bien pensados en los que hay una estructura sopesada que no los hace pesados sino que los aligera, prodigios de la física.

Es un libro escrito, en parte al menos, durante la pandemia o más bien durante el encierro (no sé si adivino o si proyecto) que da cuenta de otra forma paradójica de encierro, que podríamos llamar la multiplicación del yo. Que presenta e ilustra algunas cuestiones fundamentales del presente y lo hace por la vía de la invención. Porque L'Anomalie es un libro de ciencia ficción inmediata, en el sentido de que la acción transcurre en un futuro inminente, el primer semestre de este 2021.

También es cierto que algunos personajes son entrañables (una personaja que parecía tan amable y acaba por ser una petarda y, sobre todo, una niñita que cría una rana). Y sobre todo una niñita que cría una rana.

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15 janvier 2021

Té con azúcar

El té marroquí es una de esas tradiciones que uno cree que existen desde la noche de los tiempos. La usanza de juntarse a beber algo caliente, eso sí viene de lejos, pero la infusión de té verde con menta y azúcar, la bebida ahora emblemática del Magreb, no tiene más de dos siglos.

A fines del XVIII, cuenta Bellakdar, los negociantes de té ingleses no sabían qué hacer con el excedente. Lo descargaron entonces en los puertos marroquíes donde quedó en manos de los comerciantes locales, judíos en su mayoría. Hay quien dice que el affaire es incluso posterior y dataría del final de la guerra de Crimea, a mediados del XIX.

Lo cierto es que el islam prohibía el vino, el café era caro y las infusiones tradicionales no tenían swing. Lo demás ya eran ganas de tomar té.

Acertó el que propuso mezclar té verde con menta fresca y azúcar en una tetera. La gente hizo el resto al convertirlo en un rito que ganó rápidamente el resto del Magreb por el este y las tierras del Sáhara por el sur. 

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En Marruecos entendí por qué el Pan de Azúcar se llama así. El azúcar tradicional viene en panes que tienen la forma del famoso morro carioca, panes que se despedazan con martillo o guillotina.

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6 janvier 2021

El cocido de caracoles

«Si muestras a un grupo amplio de gente un tarro lleno de aceitunas y les preguntas cuántas aceitunas contiene, la media de sus respuestas se acerca siempre más a la verdad que cualquiera de las respuestas individuales», explica Iñaki Uriarte.

Pienso en esto escuchando opiniones extravagantes y a veces cuando lo cuento añado que la naturaleza es más precisa que la democracia. Todos los frutos de un mismo granado tienen el mismo número de granos. Este dato lo da Al Biruni, un sabio del sXI, y añade que si alguna vez el Creador parece equivocarse y hay un grano más o menos lo hace para mostrarnos que El es superior a la idea que nos hacemos de El. O sea que El nunca se equivoca. 

También tanto en la piña-piña como en la piña del pino piñonero se cuentan invariablemente ocho espirales en un sentido y trece en el otro. Y si no se cuentan, la explicación que da Al Biruni sirve incluso para el caso. Puede que estas tiranteces entre ciencia y religión sean sólo aparentes. Uriarte cita por su parte a Francis Galton, un primo de Darwin que consagró un sesudo estudio a negar estadísticamente la eficacia de la oración.

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Y puede que se note que además de releer a Uriarte hojeo un libro de Jamal Bellakhdar sobre la flora del Magreb que compré en Casablanca en el lejano 2005. Cuenta una cosa muy cierta, o al menos a mí me lo parece. Entre los moros que debieron abandonar precipitadamente Granada a fines del sXV y exiliarse en Marruecos, algunos se llevaron las llaves de sus casas como afirmación de la esperanza de que un día volverían. Otros, más previsores tal vez, llevaron consigo semillas y esquejes de mirto bético que sembraron y plantaron en los jardines a la andaluza que fueron creando en tierras magrebíes.

Otra cosa que refiere Bellakhdar vale para este tiempo invernal. Es la receta del cocido de caracoles que los marroquíes toman a la salida del hammam para protegerse de los enfriamientos. Cójanse unos cuantos caracoles de los grandes, póngaselos en ayuno un par de días y cuézanse luego acompañados de romero, artemisia, tomillo, orégano, salvia, menta, laurel, comino, regaliz, anís, hinojo, alcaravea, cáscara de naranja amarga, canela, pimienta y cebolla. A la salida del baño, digo, aun de pie, sorben ruidosamente el caldo y pinchan los caracoles con un alfiler de gancho para llevárselos a la boca, todo lo cual formará parte de la terapia.

27 décembre 2020

Un huaynito de Albacete

Me acuerdo de que cuando niño si escribía un poema y me preguntaban qué hacía como soy vergonzoso decía que yo no, que yo nunca, que lo que escribía eran letras de canciones. Me acuerdo de esto porque días atrás en el centro comercial no sé en qué iría pensando ni qué tendría delante de los ojos porque me dio por componer un huayno, un huaynito albaceteño, helo aquí. Se entiende que se canta con ritmo de huayno y prosodia albaceteña. Para todo lo demás hay libertad de movimiento.

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Huaynito de Albacete

Culillos, culillos, dónde vais

Por qué me dejáis atrás

Culillos, culillos, esperad

Que la vida se me va

Que la vida se me va

Culillos, culillos, esperad.

24 décembre 2020

Feliz Navidad

La mejor imagen de la Navidad la pintó Carabacho en el Oratorio de San Lorenzo en Palermo en 1600 y hace cincuenta años se la robó la mafia.

¡A ver cuándo aparece!

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14 décembre 2020

La hora más larga

Los viajes largos se prestan a los relatos de viajes y a las confidencias. En un trayecto de esos mi madre nos contó su viaje de bodas. Conducía una de mis hermanas, que perdió el rumbo y acabamos en unos arrabales improbables.

Era un día de verano a orillas de un lago. Un lago rodeado de boscosas montañas sobre las que se empina el cono imponente de un nevado. Un lago cristalino y calmo. Paseaban mis padres por la ribera, guapísimos como eran, todo hay que decirlo. En una playa solitaria un botero alquilaba su bote. El botero se ofreció para remar pero mi padre prefirió hacerlo él mismo. Era un día espléndido y era un placer internarse en el lago, respirar hondo y apreciar el coleteo juguetón de algún salmón.

De pronto y sin que nada lo anunciaria el cielo comenzó a cubrirse y se levantó un viento del sur que en un dos por tres les hizo perder de vista la costa. Mi padre bajó la cabeza y remó con todas sus fuerzas pero el viento podía más. No sé cuánto duró la zozobra. Sólo sé que no dijo ni una sola palabra durante esa hora larga, decidido a no perder fuerzas en nada que no fuera llevar a mi madre de vuelta a la ribera. Supongo que en esa hora sellaron ellos un pacto más sólido que el que habían jurado pocos días antes.

Cuando por fin alcanzaron la costa, exhausto, mi padre se tendió sobre la tierra y cerró los ojos. Si el viento hubiese sido más fuerte ese día el mundo no habría cambiado de rumbo. Nadie contaría esta historia tal como me la contó mi madre y la cuento yo ahora pero eso qué más da. En su lugar, tal vez una emoción difusa estaría tratando de asomar la cabeza por algún recoveco del agua.

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16 novembre 2020

OK, Yôko

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Leo unos relatos de Yôko Ogawa. Me gustan, unos más, unos menos, pero todos están bien. Son sencillos y bien llevados. Queda sí la sensación cuando avanzas en la lectura de que Ogawa encontró una forma y que, aplicándola con variaciones, puede escribir mil relatos por el estilo. O nunca tantos, aunque me entero de que ha escrito treinta libros en veinte años. 

Los tres relatos que más me interesaron son aquellos en los que el narrador es un hombre, qué curioso. Un hombre que acompaña a su madre moribunda y se reencuentra con un amor de la infancia; otro que visita cada año el día de su cumpleaños a una añosa tía que iba para prima donna pero cambió de camino; y un tercero que limpia casas para costearse los estudios y tiene que hacerse cargo de la presencia insistente de una señora. Los tres son personajes algo transparentes, en el sentido de que están enteramente presentes en las situaciones pero no las recargan con su presencia.

Cuando tomé el libro no sabía si se trataba de un escritor o de una escritora, aunque en seguida me acordé de Yoko Ono y ya. Y como la guerra entre mujeres y hombres parece estar de moda, me llama la atención el intento de Ogawa de narrar siguiendo un punto de vista masculino. Creo que puede ser un ejercicio recomendable intentarlo alguna vez al menos. Chico Buarque ha escrito algunas des sus mejores canciones adoptando la voz de una mujer; en ninguna de sus novelas, en cambio, ha probado suerte.

7 novembre 2020

Perico en bicicleta

Esta semana murió en Santiago de Chile el actor Nissim Sharim. El y su compañía Ictus representaron en esos años de apagón cultural un teatro crítico no sólo con la dictadura sino sobre todo con su base social, la burguesía desde luego y cierta clase media: el pinochetismo, en suma.

El grueso del público sin embargo recordará a Sharim sobre todo por su papel en un corto publicitario. No es raro que los mejores creativos dependieran entonces de la publicidad para sobrevivir y en el mejor de los casos para financiar sus aventuras creativas. Así fue como este comercial de un banco reúne a lo mejorcito del hacer cultural en el Chile de 1978.

La bicicleta en el imaginario local era un vehículo para los pobres y para los niños. Los pobres la usaban para ir a trabajar y los niños para dar vueltas a la manzana. En el comercial, el ciclista es un excéntrico romántico al que el coro griego le recuerda que en el mercado del amor el realismo cotiza más fuerte que la lírica.

Lo cierto es que las clases medias y populares obedecieron al llamado publicitario y se compraron un auto. Al punto de congestionar las calles que recorre Perico con un atasco interminable. Para las generaciones que han ido naciendo en medio de ese colapso, la bicicleta comienza a representar otra cosa: la ilusión de un camino despejado, de una movilidad abierta.

El mismo año del comercial, un grupo de jóvenes fundaron una revista, la llamaron La Bicicleta y la presentaron así: «En la era de los helicópteros concéntricos surge como una paradoja necesaria La Bicicleta»

29 octobre 2020

Las mañanas

Todas las mañanas del mundo es un buen título, y el éxito del filme hizo que el libro epónimo se leyese y la música que emite se escuchase con renovado interés, de todo lo cual nos alegramos en su momento.

El título sin embargo mejora cuando se lo conoce completo: Tous les matins du monde sont sans retour, dice el inicio del penúltimo capítulo. Todas las mañanas del mundo son caminos sin retorno, traduce la versión en español de la novela.

Todas las mañanas del mundo no tienen vuelta, diría yo, buscando apoyo en el lenguaje hablado. Porque como se sabe una cosa no tiene vuelta cuando no hay vuelta que darle.

Para la mañana de hoy el aforismo tiene una cara estimulante: es ahora que la vida se presenta. Para las mañanas del pasado, en cambio, es devastador. Como dijo el babuino para sus adentros, nunca más.

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17 octobre 2020

Más sobre el primer amor

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Montanha.

La literatura y el cine se han regodeado con el asuntillo del paso de la niñez a la edad adulta, esa montaña más o menos difícil de escalar. Cómo no también, si hay, en ese momento de la vida, en ese desapego que se siente y en esa distancia que se pone con el mundo de los adultos, combinado con las ganas de hacerse con los mandos, claro, un especie de agujero negro que aspira todo lo que se mueve en torno, o bien una montaña a la que llevar la piedra arriba para verla caer. El primer amor, la primera transgresión, el primer vértigo son experiencias totales y definitivas —disculpas por las palabrotas.

Dicho esto, digo al mismo tiempo que no pasa gran cosa al pie de esta Montanha, primer largometraje de João Salaviza. Nada que no sea el discurrir de la amiga y el amigo de un muchacho y su familia—una madre que va y viene, un padre ausente, un abuelo en el hospital, su hermana pequeña. Y de un barrio de Lisboa semi vacío, casi una prefiguración de los confinamientos recientes, junto al aeropuerto, que está en la propia ciudad, lo que hace que una parte de Lisboa la sobrevuelen constantemente aviones a baja altura.

Una vez en un tiempo que ya comienza a parecerme una vida anterior me encontraba en una sala del hospital donde transcurre en parte Montanha. La sala tenía un gran ventanal abierto al jardín del ala de psiquiatría. Veía a los pacientes paseando por el parque y en el cielo a los aviones descendiendo hacia el aeropuerto. Imágenes extrañas que habían ido quedando atrás en la memoria y reaparecieron con las imágenes de esta Montanha.

12 octobre 2020

Entre la guerra y la paz está la posguerra

¿Son peores las guerras que las posguerras? Me lo pregunto después de ver Alemania, año cero, de Rossellini.

Cuando los rusos abren las puertas de Auschwitz cualquiera cree que el calvario de Primo Levi termina allí. Y de eso nada. Porque «la paz no estalla» como sugiere el título de la novela de Gironella. Entre la guerra y la paz está la posguerra.

En el Berlín de la posguerra transcurre la vida del niño Edmund, el protagonista de Alemania, año cero. Rossellini filma con actores aficionados en escenarios naturales y luego a fuerza de montaje y de música enfática mete la historia en el formato del cine.

La historia del niño Edmund, qué miseria. 

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3 octobre 2020

Benedetti el bueno

Iba a la FNAC a comprar el libro de Carrère y, como aún no llegaba, para consolarme me puse a curiosear en la caja de los saldos y acabé comprando el Stabat Mater. Catorce CD con versiones que van de Pergolesi à Arvo Pärt, del barroco al presente. Creo que pagué 9,90, o sea que cada CD me costó 0,70.

Llegué al Stabat Mater por la versión de Vivaldi, que escucho desde hace años. Vivaldi me cae bien desde que me enteré de que era cura pero se escaqueaba de las misas porque lo suyo era componer y componer. Y cobrar por las composiciones, que también los artistas ya estamos hartitos de cobrar tarde, mal y nunca.

El texto lo escribió un franciscano del sXIII llamado Jacopo de Benedetti, conocido como Jacopone da Todi, y al que en adelante llamaremos Benedetti el bueno. Es uno de los textos más musicalizados de la Historia. Son veinte estanzas o estrofas de tres versos que cuentan el dolor de la Madre al ver a su Hijo en la cruz. Stabat Mater Dolorosa, comienza diciendo: De pie la Madre dolorosa... Es un canto para aplacar el dolor. Al otro extremo está el Stabat Mater Speciosa, la alegría de la Madre cuando amamanta.

Lamento no haber aprendido suficiente música como para componer mi propia versión. Por lo pronto, intento reconocer las variaciones barrocas, Pergolesi, Palestrina, Vivaldi, los Scarlatti, Caldara y, sobre todo, signifique esto lo que signifique, intento entenderlas. Lamento también no saber suficiente latín como para traducir yo mismo el texto, que me parece un modelo de concisión y de belleza. Porque el Stabat Mater es eso, creo, la sublimación del dolor por la belleza.

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Benedetti el bueno, fresco de Paolo Uccelo, c 1436

Leyendo un poco sobre la vida de los músicos que se han atrevido con el texto salta a la vista que muchos lo hicieron después de haber vivido un duelo. Es el caso también del que escribió la letra, Benedetti el bueno. Era un rico comerciante de la villa de Todi cuando se casó con Vanna, la bella hija del conde. No había pasado un año desde la boda cuando durante las fiestas de la ciudad el palco en el que Vanna estaba celebrando se vino al suelo. A la hora de enterrarla, Jacopo descubrió que debajo de la ropa de fiesta Vanna portaba el cilicio, lo que añadiría estupor al desconsuelo. El hombre abandonó sus bienes a los pobres, se hizo franciscano y se integró en una corriente rigorista conocida en su tiempo como los Espirituales.

Un nuevo papa, Bonifacio VIII, llegó a Roma y quiso meter en cintura a los franciscanos radicales. Pero estos no bajaron la cabeza y se hicieron fuertes en la villa de Palestrina, cerca de Roma, desde donde promovían la destitución del papa. Al cabo vencieron los papistas, le arrebataron el sayo a Benedetti y lo encerraron en la prisión de un convento. Cinco años pasó a pan y sopas hasta que a la muerte del papa enemigo fue liberado.

Lope de Vega tradujo el Stabat Mater en el Siglo de Oro, y muy bien porque la rima acompaña el sentido del texto. Pero a mí me gustaría ponerlo un día al lenguaje hablado, así me quede muy por debajo de la gloria bendita de los versos finales de la versión de Lope:

Haz que me ampare la muerte
de Cristo, cuando en tan fuerte
trance vida y alma estén.
Porque, cuando quede en calma
el cuerpo, vaya mi alma
a su eterna gloria. Amén.
27 septembre 2020

Los negritos

Un hombre joven cae acribillado por las flechas de los habitantes de una de las islas Andamán, al este de la India, cuando intenta desembarcar en una de sus playas. La escena es de 2018 pero tiene, cómo no, algo de intemporal.

«La isla ésa tiene buena cocina pero los muslos de excursionistas los sirven un poco crudos», comentó a ese respecto un gracioso en Twitter. Y también: «Otro problema es que a menudo se corta la conexión por causa de los flechazos». El tribunal popular de las redes sociales no tardó en condenar al aventurero ya por supremacista, ya por bobo.

Un texto reciente vuelve sobre la historia de John Allen Chau, que así se llamaba el muchacho. En paralelo a su historia, llaman la atención un par de detalles. El primero es que Oriente ha cultivado el secretismo por siglos y ha visto en los viajes y la apertura al mundo una fuente de problemas. Existe un tabú hindú sobre los viajes océanicos llamado «kala pani», lo que se traduce como «aguas negras». En contra de lo que se cree en Occidente, para los orientales los largos viajes no abren ni ensanchan la mente sino que estropean el carácter al exponerlo a la impureza (amén de estropear mucho la ropa, como decía con guasa Mendoza). Esta reacción negativa ante los viajes y el sacrosanto comercio internacional pudo verse reforzada por el comportamiento despreciable a ojos de los orientales de algunos de los primeros europeos que asomaron por Oriente. Esto explicaría en parte la rapidez con que las flechas cayeron sobre Chau.

Lo segundo es que Maurice Vidal Portman tenía apenas 19 añitos cuando se hizo cargo a finales del sXIX del gobierno de las islas Andamán, cuya capital, Port Blair, contaba con una prisión donde los ingleses encerraban a los independentistas indios. En los ratos libres Portman se dedicó a fotografiar negritos —los españoles llamaron cariñosamente negritos a los andamanenses porque son morenos y de baja estatura y ese nombre prendió en casi todas las lenguas europeas.

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La mayoría de esas fotos, como la que ilustra este texto en la que dos isleños sellan un acuerdo de caballeros, están en el Museo Británico. Portman también escribió un par de libros sobre las islas, libros que Chau leyó seguramente con avidez y cuyo contenido puede haber contribuido a su decisión de intentar entrar en relación con una población que se muestra hostil al contacto con los forasteros. El texto citado cuenta sin embargo que antropólogos indios han comunicado con los sentinelenses, que así se llaman los habitantes de la isla donde Chau fue muerto, a través del procedimiento de acercarse a sus playas y enviarles cocos con el oleaje, cocos que los negritos se apresuran a pescar. Incluso que las puntas de las flechas que mataron a Chau fueron reforzadas con el metal recuperado de una embarcación que naufragó frente a la isla.

A la hora de fotografiar a los negritos y tal vez porque las fotos estaban destinadas a un museo, Portman los hacía adoptar poses de héroes de la Antigüedad, lo que le ha valido cargar con el sambenito de ser un torcido homoerotista. ¿Puede un blanco fotografiar a un negro? se pregunta Michel Guerin. «Es verdad que miles de fotógrafos blancos —etnógrafos, historiadores, reporteros o artistas—, buenos o malos, monopolizan la imagen del Sur desde el sXIX», explica. Y ese flujo de imágenes más o menos tópicas consigue reconfortar la imagen que el público consumidor tiene de sí mismo.

El futuro traerá tal vez bajo la manga el arte de la mirada de los negritos hacia los blanquitos, que espero sea estimulante para todos. Por ahora parece que no están por la labor, que preferirían que no, como diría el otro.

4 septembre 2020

Unos polvillos minerales

Hay tres lugares o espacios en Yoga, de Emmanuel Carrère:

El paraíso perdido, el tiempo inmediatamente anterior al relato, los diez mejores años de la vida del autor-personaje, durante los cuales escribió sus mejores libros, un tiempo y un espacio que quieren prolongarse en un nuevo libro «sutil y sonriente» sobre el yoga. Para escribirlo, el autor se apunta a un cursillo de meditación en la región forestal de Morvan, en el centro de Francia, cursillo que acaba para él intempestivamente. Son los días de la matanza de Charlie Hebdo.

El infierno o una temporada en el infierno, esto es una temporada en la sección de psiquiatría de un hospital parisino.

El purgatorio, en la isla griega de Leros, frente a la costa turca.

Y un epílogo sobre cómo se escribe un libro como éste, un libro de ficción-no-ficción.

Digo que se trata de un libro de ficción-no-ficción porque Carrère le hace un esguince a su principio de contar sus aventuras tales y cuales fueron. Lo explica más o menos así: Yo controlo lo que digo de mí mismo pero los demás no pueden controlar lo que yo cuento de ellos. De lo que se desprende que algunas personas que deberían por la fuerza de los hechos aparecer en este relato le han impuesto al autor un silencio radical sobre esa presencia. «Y en cuanto comienzas a cambiar los nombres de los protagonistas la ficción toma el poder y (...) abres la puerta a todas las ventanas», concluye.

Sobre el paraíso perdido y la temporada en el infierno: «Una mitad de mí es enemiga de la otra mitad», dice el autor describiendo su personalidad bipolar. Para sacarlo de la depresión y ahuyentar las ideas suicidas su terapia se prolonga con la ingesta diaria de litio, sustancia que permite que las fases de euforia y depresión no sean tan acusadas. Es interpelante notar que una vida de introspección a través del yoga, el tai chi, la meditación y la escritura dependa de unos polvillos minerales...

Yo tiendo a señalar a la adrenalina como fuente de estos desarreglos. O a las hormonas, como prefieran. El autor quiere escribir un libro mejor que el anterior y como el género que cultiva es la autoficción —la ficción-no-ficción— se mete en líos. Por la misma vía, quiere conquistar a una mujer más joven y más guapa que la anterior. Y nuevos líos. Y así sucesivamente.

Eso sí, no entiendo cómo un libro como éste —un librito sutil y sonriente sobre el yoga, como dice su autor irónicamente— no hace referencia a un principio de base del hinduismo: la rueda del placer gira a la misma velocidad que la rueda del dolor. Elemental, mi querido Krishna.

_______

PS / Cuenta Carrère que cuando un ruso (él lo es a medias) se va de viaje se sienta junto a su ser querido un momento en silencio, tras lo cual se levanta y se aleja sin mirar atrás.

PS 2/ Debilidad por las islas. Tres momentos claves del libro transcurren en las Azores, en las Baleares y en las islas del Dodecaneso.

PS 3/ La lectura de un libro va dejando una lista de referencias a mirar más de cerca, una lista de cosas por hacer cuando lo acabes. En este caso, ver Rocco y sus hermanos. Y escuchar la Polonesa heroica n°6 de Chopin en la versión de Marta Argerich, o al menos ver el minuto 5'30 de esa grabación. Porque así como cuando uno lee una novela mira de vez en cuando la foto del autor en la solapa, en un libro de ficción-no-ficción buscará de repente la cara de alguna persona que asoma por el relato. Lo hice esta vez con Bernard Maris, asesinado en Charlie Hebdo. Lo conocía, claro, pero tras leer lo que cuenta Carrère de él quise volverlo a ver.

PS 4/ ¿Por qué las portadas de los libros sobre yoga son tan feas?

PS 5/ Sobre bipolaridad y arte, este poema de Ferreira Gullar que me sé de memoria.

PS 6/ Marc Bassets sugiere que Carrère le hace este esguince a la no ficción para ganarse el Goncourt que, como se sabe, premia sólo libros de ficción.

PS 7/ «Si dejas asomar lo que hay en ti, lo que asome te salvará. Si no lo dejas asomar, lo que no asome te matará». El epígrafe, tomado del Evangelio apócrifo de Tomás.

PS 8/ Los libros de Carrère ordenados de izquierda a derecha de muy buenos a buenos no más:

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28 août 2020

Un burgués de Burgos

Solíamos ver la catedral de Bourges desde lejos cada vez que pasábamos por la autopista. Es la única imagen que teníamos de la ciudad más cercana al ombligo del Hexágono, al centro geográfico de Francia. Este año íbamos rumbo al sur y decidimos hacer escala allí. Así fue como visitamos la catedral un domingo de agosto después de la misa, mientras el organista hacía espuma desde lo alto, y dimos luego con la casa de Jacques Coeur. Una curiosidad por donde la mires: castillete medieval por un lado, palacio renacentista por el otro. Coeur vivió justamente en la época en que el feudalismo fue dando paso al Renacimiento. Burgués de Burgos, hijo de un peletero, llegó a ser el hombre más rico e influyente y probablemente el más listo del reino de Francia en el sXV, tesorero del rey Carlos VII al final de la Guerra de los Cien años, que supuso la expulsión de los ingleses. Allí mismo, en la casa de Coeur, compré la novela que Jean-Christophe Rufin escribió sobre nuestro personaje. Rufin nació a dos pasos de esa casa y dice haber decidido escribir sobre Santiago Corazón (los nombres no se traducen, pero) camino de Santiago.

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No voy a soltar espoilers anticipados de la película que un día se hará sobre los últimos días de Jacques Coeur en la isla de Quíos, adonde lo fue a buscar la muerte. Sólo comentar un pasaje de su retrospección que me parece muy lúcido. Para mi gran sorpresa, explica el Coeur de Rufin al final de su vida y tras haber caído en desgracia, mis peores enemigos no eran aquéllos a quienes yo había agraviado sino quienes se habían acercado a mí para ofrecerme un apoyo que yo no me digné considerar. El desdén, prosigue, incluso involuntario, despierta en el desdeñado un odio de la misma magnitud e intensidad que el afecto que se proponía aportar.

Avisados estamos.

18 juillet 2020

La isla de Cocos

De vez en cuando un amigo me pregunta qué leo. Como hace tiempo que no lo hace aprovecho para contestarle.

Otro amigo publicó una novela policíaca que transcurre en mi pueblo. El primer sospechoso del crimen dice que vive en mi calle. Aparte de eso, el sospechoso se me parece poco porque es feo y roñoso.

Me he leído también El Péndulo. Lleno de erudición, como todo lo que publicaba Eco, y a menudo divertido. El protagonista va a vivir un tiempo a Brasil con su novia brasilera, y juntos participan en sendas ceremonias de candomblé y umbanda, cultos sincréticos cristiano-africanos. La novia brasilera es café con leche, ha vivido parte de su vida en Europa y es profundamente racionalista, por lo que se asoma a esos rituales con distante esceptismo. Como se sabe, el punto culminante de esos ritos afrobrasileros es la encarnación de los dioses de la naturaleza en la persona de alguno de los participantes a la ceremonia, que súbitamente entra en trance, habla en lenguas, pone los ojos en blanco y se sacude convulsivamente. La novia brasilera resiste a la llamada de uno de esos poderes atávicos pero lo propio de los dioses es doblarnos la mano. Tanto así que al día siguiente la novia brasilera se siente tan incómoda que desaparece de la vida del protagonista para siempre. Las líneas que ponen fin a ese capítulo son saudade pura y reconcentrada:

«Permanecí todavía un año en Brasil, pero ya con la sensación de la partida. (...). Pasaba horas larguísimas en la playa tomando el sol. Me dedicaba a remontar cometas, que allá son bellísimas».

Luego me puse con Hamsun, Mujeres en la fuente. Un marinero noruego vuelve del Mediterráneo a su pueblo natal con una pierna menos. Hamsun escribe muy bien, con mucho nervio. Su relato deja flecos sueltos que por suerte él no se siente obligado a redondear. Hasta que de pronto se saca una carta gorda de debajo de la manga: «Después el invierno pasa. Y después otros inviernos pasan». Hombre, hombre...

Stevenson_Family_and_Servants,_Vailima,_July_31,_1892

También me leí una biografía de Stevenson. ¿Por qué decide RLS vivir sus últimos años en Samoa, un lugar cuyo clima no le conviene para nada a su precario estado de salud? El biógrafo, Alex Capus, deja ver una posibilidad bien novelesca.

Se supone que el tesoro de La Isla del tesoro es el de la catedral de Lima, que salió de El Callao a toda máquina a comienzos del XIX para ser puesto a buen recaudo y un corsario de apellido Thompson habría escondido en la isla de Cocos. Siempre se ha creído que se trata de la Isla de Cocos que está entre las Galápagos y América Central bajo juridicción costarricense. Pero resulta que RLS descubrió que el nombre anterior de la isla tonguesa de Tafahi —a unas cuantas horas de navegación desde su isla samoana— es también Isla de Cocos... RLS era rico porque accedió al final de su vida a la fortuna familiar —su abuelo había inventado un faro marítimo— y no necesitaba del tesoro de Lima para beber buen borgoña en plena Polinesia, pero ahí está el hallazgo del nombre de la isla para salpimentar la biografía.

Leyendo a Capus caigo en la cuenta de que Stevenson escribió la parte de la isla en La Isla del tesoro durante un invierno en el que se curaba la tuberculosis en Davos. El contraste entre el paisaje de los Alpes suizos en invierno —blanco sobre blanco— con la vegetación lujuriante de la isla tropical que describía es total.

Yo suelo regalar La Isla del tesoro, el libro, en alguna edición ilustrada. Y digo que la última vez que me se aceleró el corazón fue leyéndolo. También es cierto que cualquier circunstancia es buena para poner este Requiem escrito por RLS y que sirve como epitafio sobre su tumba:

«Bajo el inmenso y estrellado cielo / Caven mi fosa y déjenme yacer / Alegre he vivido y alegre muero / Pero al caer quiero hacerles un ruego / Que pongan sobre mi tumba este verso / Aquí yace donde quiso yacer / De vuelta del mar está el marinero / De vuelta del monte está el cazador».

 

PS / 

Todos sus biógrafos cuentan el momento de la muerte de Stevenson de la misma manera: que justo antes de caer fulminado por un ictus había bajado a la bodega a buscar una botella de buen borgoña para la cena. Sin embargo que en la casa no hay ninguna bodega a la que bajar...

 

PS 2/ La Isla de Cocos surge en medio del océano por una erupción volcánica. Durante mucho tiempo no es más que un enorme peñasco cubierto de lava. Hasta que un día una semilla arrastrada por el viento desde el continente encuentra refugio en la isla y prospera. Ahora la isla es pura selva impenetrable.

 

PS 3/ Tantos rebuscadores han pasado por la Isla de Cocos dejando abandonados toda suerte de cacharros que ahora es inútil buscar el tesoro con un detector de metales. Mientras más eficaz es éste menos funciona porque el suelo está tan lleno de desechos metálicos que el detector colapsa. Estas cosas y otras cuenta Capus.

 

PS 4/ Otra versión del Requiem de Stevenson que he puesto arriba, traducido por Javier Marías —con algún mínimo retoque:
«Ahora que la cuenta de mis años se ha cumplido / Y yo la vida sedentaria dejo para morir / Caven hondo y déjenme yacer bajo el inmenso y estrellado cielo /Alegre en vida, fui alegre al morir / Caven hondo y déjenme yacer.

Clara fue mi alma, libres mis actos, honor era mi nombre / Nunca huí ante el miedo ni perseguí la fama / Caven hondo y déjenme yacer bajo el inmenso y estrellado cielo / Alegre en vida, fui alegre al morir / Caven hondo y déjenme yacer.

Caven hondo en algún valle verde donde la brisa suave sople fresca en el río y en los árboles cante… / Caven hondo y déjenme yacer bajo el inmenso y estrellado cielo / Alegre en vida, fui alegre al morir / Caven hondo y déjenme yacer».

18 juin 2020

Las ventanas

No llevo mal el encierro pero prefiero salir y abrazarme con la gente que me espera. Lo cierto es que durante semanas los vecinos desde las ventanas fueron el único estímulo mimético. Y ya sabemos cuánto necesitamos de eso. En los primeros días del confinamiento, no sé si por iniciativa propia o copiando lo visto en otros barrios, una vecina comenzó a cantar a la hora de los aplausos. Y cantaba de maravilla. Así se fueron animando esas veladas confinadas. Y un día a la semana otra vecina leía un poema. Como eran bien traídos los fui poniendo traducidos en Twitter. Los pongo ahora aquí, ahora que se abren las fronteras y se acercan los abrazos. Vengo de dar una vuelta por el pueblo y veo que los muchachos ya beben de la misma botella.

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MÁS ALLÁ DE LA CURVA DEL CAMINO

Fernando Pessoa

Más allá de la curva del camino
tal vez haya un pozo y tal vez un castillo
y tal vez haya sólo la continuación del camino.
No lo sé y no pregunto.
Mientras voy por el camino antes de la curva
sólo miro al camino antes de la curva.
De nada me serviría mirar para otro lado
ni para aquello que no puedo ver.
Me importa sólo el lugar donde estamos.
Hay bastante belleza en estar aquí y no en cualquier otro sitio.
Si hay alguien más allá de la curva del camino
que se preocupen ellos por lo que hay más allá de la curva del camino
ese es el camino para ellos.
Si tuviésemos que llegar hasta allá, cuando lleguemos sabremos.
Por ahora sólo sabemos que allá no estamos.
Aquí sólo hay un camino antes de la curva
y antes de la curva hay un camino sin curva ninguna.

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LOS NABOS AZULES

Pierre Autin-Grenier

Como cantos de pájaros en los árboles
O alguien que a lo lejos toca el piano
El llanto de un niño en la cocina
El salto sordo de un gato en alguna parte
El alcance discreto de un voz mutilada
Casi un suspiro
Un ahogo
Sensaciones ligeras a fin de cuentas
Que hacen creer que tal vez pase algo
Que hacen que finalmente uno entorne la puerta
Sin creer pero aun así
Y por cierto no pasa nada, nada real
Y uno continúa
Y da gusto
O hace daño
En fin, algo.

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ANGINA DE PECHO

Nazim Hikmet

La mitad de mi corazón está aquí, doctor
pero la otra mitad está en China
en el ejército que baja hacia el río Amarillo.

Cada mañana con el alba
mi corazón es fusilado en Grecia.

Y cuando el sueño vence a los presos
cuando se alejan de la enfermería los últimos pasos
mi corazón se va, doctor
se va hacia una vieja casa de madera en Estambul.

Además, doctor, hace más de diez años
que no tengo nada en mis manos
para ofrecer a mis hermanos

Tan sólo una manzana
una manzana roja: mi corazón.

Por todas estas cosas, doctor
Y no por culpa de la arteriosclerosis
ni de la nicotina, ni de la cárcel
tengo esta angina de pecho.

Desde mi cama contemplo la noche detrás de los barrotes
y a pesar de todos estos muros que me aplastan el pecho
mi corazón palpita con la estrella más lejana.

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CANCIÓN XIV

Maurice Maeterlinck

Las tres hermanas querían morir
Se pusieron sus coronas de oro
Y fueron a buscar su muerte

Fueron al bosque:
Bosque, danos nuestra muerte
Aquí tienes nuestras tres coronas de oro

El bosque les sonrió
Y les dio doce besos
Que les mostraron el futuro

Las tres hermanas querían morir
Y fueron a buscar el mar
Tres años más tarde lo encontraron

Oh mar, danos nuestra muerte
Aquí tienes nuestras tres coronas de oro

Y el mar se puso a llorar
Y les dio trescientos besos
Que les mostraron el pasado

Las tres hermanas querían morir
Fueron a buscar la ciudad
Y la encontraron en medio de una isla

Oh ciudad, danos nuestra muerte
Aquí tienes nuestras tres coronas de oro

Y la ciudad abriéndose al instante
Las cubrió de besos ardientes
Que les mostraron el presente.

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