El urogallo
Tras un mes entre la nieve, soñé que la nieve ardía.
Ayer iba siguiendo a Marcel por el sendero del bosque, intentando que mis pasos calzasen en las huellas de los suyos y no en las de corzos y jabalíes que calzan otro modelo. Íbamos a la siga del urogallo, que aquí llaman gallo del brezo, coq de bruyère, ave que construye en invierno su iglú y en él se cobija, a la espera del deshielo. De más está decir que el urogallo es una reliquia glacial. De pronto, a la hora de hablarme de la roca del subsuelo, Marcel me suelta sin mediar provocación que esta tierra que pisamos es un pedazo desprendido de Chile allá por el cuaternario o algunas semanas antes.
Los últimos urogallos viven en un trozo de Chile que vino a incrustarse en Europa. Qué más tienes para contarme, Marcel.
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El hombre despierta por la mañana, se lava someramente y pasa a ponerse las rituales gotas de colirio. Error. En lugar de colirio se da unas gotas de cola con que su mujer fija las uñas postizas, y acaba en el hospital.
De todos las historias que me han contado orientadas contra la institución matrimonial, ésta me parece la definitiva. Que los protagonistas sean Zsa Zsa Gabor y su marido, el príncipe Federico von Anhalt (y que entrambos sumen 16 matrimonios), no le quita médula al asunto.