Los curas
MI AMIGO ENRIQUE me envía esta pieza, que él llama arqueológica. Por mi parte, no sé cómo llamarla.
Son los curas que nos educaron. Eran escolapios. Navarros. Salvo uno que era vasco, de un pueblo fronterizo con Navarra, y otro que era riojano, de un pueblo fronterizo con Navarra, y el tercero, el más joven entonces, que era chileno, de un pueblo fronterizo con Navarra. Todos buenos para los garbanzos, el frontón y la pedagogía de choque.
No vamos a hablar mal de estos santos varones, menos ahora que ya no pueden defenderse. No vamos a contar las historias que se nos agolpan en la memoria viéndoles las caras, las sotanas, las manos. Bueno, una historia, por no dejar.
Contaban que uno de ellos, en una vida anterior, viajaba entre la Península y América y en una noche de borrasca su barco naufragó en pleno Atlántico. El muchacho que era entonces echó sus últimas fuerzas intentando llegar hasta las costas canarias y, cuando ya no pudo más, le ofreció su alma a Dios y a San José de Calasanz.
Así fue como vivió largos años como escolapio en ese colegio del sur del mundo. Yo lo conocí ya anciano, cuando se acercaba a las madres jóvenes que acompañaban a sus hijos pequeños y las miraba con ojos de ahogado atlántico.