La elección presidencial norteamericana es un
momento clave para el mundo y sus alrededores. Para el futuro de los
norteamericanos, de los aspirantes a norteamericanos, de los aliados y
los enemigos de Norteamérica e, incluso, de quienes lo ignoran todo
sobre los norteamericanos pero aun así arriesgan recibir cualquier día
un cascote de obús norteamericano en la cabeza.
Quien niegue la trascendencia del voto que se juega ahora mismo en
las primarias demócratas y republicanas y prepara la magna elección
que se llevará a cabo en noviembre, no tiene más que sopesar lo que
supusieron para el mundo esos escasos y discutidos votos que llevaron a
la Presidencia a Bush en 2000. Es imposible afirmar que si la elección
la hubiese ganado Al Gore no habría existido el 11 de septiembre de
2001 ni la guerra de Irak, pero es probable que hoy el mundo sería un
lugar un poco menos sanguinolento.
Hace dos semanas, al inicio de la campaña de las primarias, la misa,
del lado demócrata, parecía cantada. Hillary Clinton llevaba todas las
de ganar en la carrera por la investidura demócrata. Ningún candidato
cuenta con los medios, la experiencia, el apoyo del partido y el de su
propio marido, como la señora Clinton. Pero, de entonces ahora, la
candidata favorita tiene un adversario a la altura del lance en la
persona del senador Barack Obama.
Para aspirar a la Presidencia estadounidense más vale contar con una
historia personal a la medida del desafío. Tampoco es que sea
imprescindible, como lo prueba Bush. Obama, en cambio, tiene
sobradamente una historia que contar. Es hijo de un emigrante keniano,
nació en Hawai, vivió en Indonesia, se graduó en Harvard, trabajó como
animador en los barrios pobres en Chicago en una época en que, tabú
entre los tabúes, admite haber consumido ocasionalmente cocaína, una
prueba de la que dice haber salido con la dignidad más o menos intacta.
Su autobiografía se llama, significativamente, El sueño de mis padres.
Tiene, por cierto, buena estrella, como lo indica su nombre (Barack, 'afortunado' en árabe y hebreo) y hasta ahora ha sabido ser el hombre
de la situación. Lo más importante, sin embargo, es que ha conseguido
crear una dinámica social en torno a su candidatura, comprometiendo en
ella a muchos jóvenes, a muchos independientes e incluso a un buen
número de desencantados de la política. Utilizando sutilmente el factor
étnico, Obama ha conseguido actualizar los contenidos de la campaña por
los derechos civiles encabezada por Martin Luther King hace medio siglo.
Es posible que todo esto no le baste para doblegar a los poderosos
apoyos con que cuenta Clinton, a quien sí le bastó soltar unos cuantos
lagrimones para recuperar el voto femenino que se iba detrás de Obama y
dar vuelta la primaria de New Hampshire. Ni siquiera es seguro que, de
hacerse con la investidura demócrata, el electorado yanqui se sienta lo
suficientemente cómodo como para elegir al primer presidente mestizo de
la historia estadounidense. Un hombre que fue a una escuela coránica
cuando niño y cuya abuela barre a diario el patio de tierra de su casa
en el corazón de África. En los largos once meses de campaña lloverán
los golpes bajos. Y váyase a saber qué más lloverá. Baste recordar a
Abraham Lincoln y a John Kennedy.
Obama es el único de los aspirantes que no votó favorablemente la
calamitosa guerra de Irak ('No estoy en contra de todas las guerras,
solamente contra las guerras idiotas', afirmó) y se ha comprometido a
traer de vuelta a las fuerzas norteamericanas del Medio Oriente. De ser
elegido, no le será fácil cumplir con su promesa, porque la inercia que
opondrán los halcones instalados en todas las esferas del poder y en
particular en el Pentágono será de talla.
Habrá que ver también cómo y en qué medida la crisis económica, por
causa de la caída del crédito hipotecario y el alza del precio del
petróleo, se convierte en recesión, lo que puede representar una tabla
de salvación inesperada para las opciones conservadoras o, por el
contrario, enterrar de una vez el reino de los neocons, que es como se
conoce a los muy reaccionarios adalides de George Bush.
'El cambio' es su eslogan de campaña. Y el cambio, como se sabe,
atrae y espanta al mismo tiempo. Alguien ha dicho que se hace campaña
con poesía pero se gobierna con prosa. Lo cierto que de todos los
prosaicos candidatos, Barack Obama es el único que acierta con algún
verso.