Melancolía de catador
Todas las drogas
son malas pero algunas son pésimas. La peor resulta ser la heroína. La cocaína y
los barbitúricos le pisan los talones. El alcohol está quinto en la lista y el
tabaco noveno, y ambos son peores que el ácido lisérgico, el hachís y el cata. La
apreciación, basada en tres criterios: los daños físicos, la dependencia y las
repercusiones sociales, la hacen treinta miembros del Colegio de siquiatras del
Reino Unido, en un estudio a cargo de la Universidad
El estudio
muestra que la peligrosidad de las drogas no se correlaciona con su aceptación
legal, puesto que tres drogas legales, los barbitúricos, el alcohol y el tabaco,
se encuentran entre las diez drogas calificadas como más peligrosas. Esto
debería mover a las autoridades a variar su punto de vista sobre estas
substancias y, lógicamente, a ilegalizarlas o a despenalizarlas a todas por
parejo. "Hay personas que consumen drogas ilegales de manera controlada,
mientras que otras tienen muchos problemas por su consumo de sustancias
legales, como el alcohol o el tabaco", afirman sus autores. Pero las
autoridades británicas se han apresurado a señalar que no tienen ningún apuro en
hacer cambios en la clasificación legal de las drogas.
Estoy lejos de
haber experimentado todas las drogas de la lista, Alá no lo consienta. Confieso,
sí, haber masticado hojas de cata, en el lejano Yemen, y me animo por lo tanto
a intervenir en este asunto, teniendo en cuenta, además, que la llegada del cata
a Europa ya es una realidad por la vía de los emigrantes yemeníes y de los
países del cuerno de África -Etiopía, Somalia y Eritrea (a orillas del Mar
Rojo)-, presentes sobre todo en Londres. Y ya se sabe que la vía londinense es
imparable en materia de penetración, como han dejado más que demostrado el régimen
parlamentario, el fútbol y los Rolling Stones.
En el Yemen, la
mayoría de los hombres adultos (y dicen que también algunas mujeres, pero de
esto no doy fe), después del trabajo matinal y de la comida del mediodía se
sientan a catar, es decir a masticar a dos carrillos las hojas tiernas de un
arbolillo con aspecto de pitisporo, llamado catha
edulis, hojas que compran frescas en los mercados (edulis significa comestible). El jugo de estas hojas los predispone
a adentrarse en múltiples y alegres conversaciones, mientras beben té dulcísimo
y escuchan la también dulcísima música del laúd. (Tal vez quepa recordar que la
palabra droga deriva del árabe hatruka,
literalmente “charlatanería”).
Cayendo la tarde,
los catadores van volviéndose silenciosos y melancólicos. Aparte de las
numerosas razones biológicas, metafísicas, existenciales y fenomenológico-culturales
que asocian la llegada de la melancolía con la caída del día, hay otra razoncilla
que va en la misma dirección, y que, en un arrebato de sinceridad muy de
agradecer, los catadores yemeníes me confesaron: el cata disminuye el apetito
sexual. No mucho, justo lo suficiente para sentirse decaído al ver morir el día.
No sé si los evaluadores
británicos habrán tenido en cuenta esta última variable a la hora de juzgar a
la hoja yemení, ni cuántos puntos más o menos habría que darle o quitarle, ni tampoco
qué incidencia tendrá este detalle en el va y viene entre la explosión y la
implosión demográfica. Lo cierto es que contando con que en el 2030 los
terrícolas seremos (espero no faltar a la cita) ocho mil millones, un tal
Lawrence Carnot, que circula por la
Red con una tarjeta de presentación donde se lee “artista
social chileno”, se ha hecho un nombre como promotor de una campaña contra el
consumo de drogas en base a este único mensaje: “Deje la droga. Somos muchos y
queda poca”.
29 de marzo de 2007 PDF
PS: En estas mismas páginas, Manojo con niña yemení.